Museo de Arte de São Paulo, Lina Bo Bardi |
Inaugurando la temporada expositiva, la Fundación Juan March ha abierto una exposición dedicada a Lina Bo Bardi, arquitecta brasileña de origen italiano. Sólo que la muestra en realidad no trata de ella, o lo hace en ocasiones, o en realidad sí, de manera plena y completa, y en ello estriba su originalidad.
Les explico.
Llegué a la muestra sin tener idea de quien era Lina Bo Bardi ni del sentido que cabía dar a su subtítulo: Tupi or not Tupi. En las primeras salas terminé completamente perdido, sin poder decidir cuál era el tema central de las exposición, ni como interpretarla. Aquí y allá había obras aisladas de Bo Bardi, muebles, diseños de edificios, que apuntaban a una mujer que se había dedicado al diseño industrial, la decoración de interiores y la organización de espacios museísticos, como parecían mostrar las muchas fotos y planos de edificios, espacios y muebles. Sin embargo, esto era sólo una mínima fracción de lo expuesto. El resto era una acumulación desordenada de arte colindante y coetáneo, pero sobre todo, una inmensa cantidad de objetos de la cultura popular, producidos por artesanos y particulares,famosos, de nombre conocido, anónimos.
Tuve que llegar a casa para comenzar a ordenar mis ideas. Allí, gracias a Internet, descubrí que Bo Bardi había sido una figura señera del Movimiento Internacional en Brasil, durante la segunda mitad del siglo XX. De obra exigua, pero de importancia capital. Así lo demuestran edificios de primera categoría, caso del Museo de Arte de São Paulo, cuya foto abre esta entrada, la Casa de Vidrio, concebida como su propia vivienda, el CESC, ejemplo de brutalismo orientado al ser humano, o el ordenamiento y recuperación del centro histórico de Bahía. Edificios que, a pesar de su adscripción y fidelidad a los principios de la arquitectura racional y orgánica, demuestran una clara preocupación por sus habitantes y la finalidad a la que están destinados.
Tanto si son habitación privada, como la Casa de Vidrio, escondida, protegida y arropada por una cortina de árboles; o como si son institución pública, como el Museo de São Paulo, auténtico estuche para exhibición de objetos artísticos, donde se han cuidado todos los detalles, desde la vista externa hasta los soportes de los cuadros, completamente de cristal y prácticamente invisibles.
Esa atención al quién habita y al qué contienen de los edificios de Lina Bo Bardi lleva de forma directa al propósito de esta exposición. Porque lo que nos viene a descubrir es una artista que no se limitaba simplemente a planificar el edificio y marcharse, sin preocuparse de a qué se destinaría o qué se haría luego con su obra, sino que participaba de manera directa en su vida y utilización posterior. La muestra, por tanto, aparta la vida de esos edificios emblemáticos para centrarse en cómo se poblaron, en los objetos que los llenaron y, en el caso de museos y centros culturales, en las exposiciones y actividades que les dieron sentido. Varias de ellas, en concreto, organizadas por la propia arquitecta.
Exposiciones, actividades, representaciones que tenían una clara finalidad y una decidida unidad. Bo Bardi estaba enamorada de la cultura de su país de adopción y, en concreto, de su cultura popular. Su vida, como organizadora de eventos culturales, se consagra a recuperar esas manifestaciones artísticas que normalmente suelen dejarse de lado, comparadas con la cultura oficial y la de las élites, pero que impregnan y determinan la vida entera de una sociedad, tanto su memoria como su plasmación cultural y artística. Sin distinción de clases, ni de riqueza, por mucho que los sectores privilegiados presuman de altura espiritual, de refinamientos en sus costumbres, para darse importancia
La muestra se construye así como un inmenso gabinete de curiosidades, de objetos encontrados, provenientes de toda la geografía del país y de cualquier sector social, en especial los más humildes y olvidados: jubilados, niños, artistas populares, artesanos, campesinos... Reconstruyendo, por tanto, de forma caleidoscópica, la realidad multiforme de un país tan vasto en su cultura como lo es en su geografía. Reintegrándola, en igual manera, a un paisaje cultural del cual forman parte esencial e irrenunciable.
Del que no podrían eliminarse sin poner en peligro la estabilidad de todo el edificio.
Tuve que llegar a casa para comenzar a ordenar mis ideas. Allí, gracias a Internet, descubrí que Bo Bardi había sido una figura señera del Movimiento Internacional en Brasil, durante la segunda mitad del siglo XX. De obra exigua, pero de importancia capital. Así lo demuestran edificios de primera categoría, caso del Museo de Arte de São Paulo, cuya foto abre esta entrada, la Casa de Vidrio, concebida como su propia vivienda, el CESC, ejemplo de brutalismo orientado al ser humano, o el ordenamiento y recuperación del centro histórico de Bahía. Edificios que, a pesar de su adscripción y fidelidad a los principios de la arquitectura racional y orgánica, demuestran una clara preocupación por sus habitantes y la finalidad a la que están destinados.
Tanto si son habitación privada, como la Casa de Vidrio, escondida, protegida y arropada por una cortina de árboles; o como si son institución pública, como el Museo de São Paulo, auténtico estuche para exhibición de objetos artísticos, donde se han cuidado todos los detalles, desde la vista externa hasta los soportes de los cuadros, completamente de cristal y prácticamente invisibles.
Casa de Vidrio |
Esa atención al quién habita y al qué contienen de los edificios de Lina Bo Bardi lleva de forma directa al propósito de esta exposición. Porque lo que nos viene a descubrir es una artista que no se limitaba simplemente a planificar el edificio y marcharse, sin preocuparse de a qué se destinaría o qué se haría luego con su obra, sino que participaba de manera directa en su vida y utilización posterior. La muestra, por tanto, aparta la vida de esos edificios emblemáticos para centrarse en cómo se poblaron, en los objetos que los llenaron y, en el caso de museos y centros culturales, en las exposiciones y actividades que les dieron sentido. Varias de ellas, en concreto, organizadas por la propia arquitecta.
Exposiciones, actividades, representaciones que tenían una clara finalidad y una decidida unidad. Bo Bardi estaba enamorada de la cultura de su país de adopción y, en concreto, de su cultura popular. Su vida, como organizadora de eventos culturales, se consagra a recuperar esas manifestaciones artísticas que normalmente suelen dejarse de lado, comparadas con la cultura oficial y la de las élites, pero que impregnan y determinan la vida entera de una sociedad, tanto su memoria como su plasmación cultural y artística. Sin distinción de clases, ni de riqueza, por mucho que los sectores privilegiados presuman de altura espiritual, de refinamientos en sus costumbres, para darse importancia
La muestra se construye así como un inmenso gabinete de curiosidades, de objetos encontrados, provenientes de toda la geografía del país y de cualquier sector social, en especial los más humildes y olvidados: jubilados, niños, artistas populares, artesanos, campesinos... Reconstruyendo, por tanto, de forma caleidoscópica, la realidad multiforme de un país tan vasto en su cultura como lo es en su geografía. Reintegrándola, en igual manera, a un paisaje cultural del cual forman parte esencial e irrenunciable.
Del que no podrían eliminarse sin poner en peligro la estabilidad de todo el edificio.
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