viernes, 26 de octubre de 2018

Cine Polaco (LVI): Bez końca (Sin final, 1985) Krysztof Kieslowski


















En la entrada anterior, les había señalado como  Amator (El Aficionado, 1979), se considera el punto de inflexión en la carrera de Krysztof Kieslowski. En mi opinión, es la primera obra que tiene una resonancia sentimental y espiritual similar al puñado de películas que cierra su carrera, de Dekalog (Decálogo, 1988) a la trilogía de los Trois Couleurs (Tres colores, 1993-1994). Sin embargo, en esa evolución hacia el Kieslowski final, me parece de mucha más importancia Bez Konca (Sin final). En ella, por primera vez, se reconoce el estilo tardío de este cineasta, que todos consideramos característico suyo, pero que está ausente en sus obras anteriores. Caso extraño, aunque no tan infrecuente como pudiera pensarse, de un director de floración tardía, que en otros sistemas de producción, menos subvencionados y sin una clara vertiente de escaparate de un sistema, como el comunista, le habría relegado a un puesto secundario. Al olvido prematuro e inmerecido.

¿En qué consiste ese estilo maduro de Kieslowski?  Primero, en su observación obsesiva de gestos y acciones nimias, pero que se revelan de importancia capital en el destino e historia de sus personajes. Esa perspicacia en la mirada, tan característica de este director, le permite renunciar a diálogos innecesarios y a flashbacks sobrantes que quiebren la tensión dramática. Se invita así al espectador a reconstruir las motivaciones y razones de los protagonistas a través de sus silencios, titubeos y arrepentimientos. La música, por otra parte, se torna cocreadora de la película, sin ser nunca invasiva y omnipresente, sino callando cuando no tiene nada que decir, restringiéndo sus intervenciones a los momentos en que sea de auténtica imp0ortancia

El estilo fílmico abandona a su vez toda tosquedad, torpeza y pobreza visial, rasgo heredados de la inmediatez del documental, genero con el que Kieslovski comenzó su carrera. Por el contrario, se  vuelve preciso, calculado al milimetro, preciosista, marco para la formulación de complejos problemas morales que se hallan cada vez más disociados de un lugar y un tiempo complejo. Sin olvidar que, en muchas de estas películas finales, como es el caso de Bez Konca, los ojos con los que presenciamos la historia son los de las mujeres protagonistas, cuyos conflictos internos son de la misma complejidad y transcendencia que los de sus compañeros masculinos.

Este cambio decisivo no se produce porque sí. Coincide con el inicio de la colaboración de Kieslovski con dos profesionales que van a acompañarle hasta el final de su carrera. En primer lugar, Zbigniew Preisner, cuyas bandas sonoras dotan a las cintas de Kieslowski de un aire solemne, pero que no resulta nunca plomizo. Apuntan a una transcendencia que no llega a ser religiosa, nucho menos cristiana, pero que sí nos habla de un algo más fuera de nuestras vidas y de nuestra materialidad. Una posible razón, orden y motivo de nuestra existencia que jámas llega expresarse con claridad, pero que sugerida musicalmente nos hace conscientes y partícipes de una belleza ultraterrena, a la que le bastaría nuestro consentimiento para manifestarse en todo su esplendor.

Por otro lado, desde Bez Konca Kieslowski escribirá todos sus guiones junto con Krzysztof Piesiewicz. Este guionista había sido abogado y el director le que conoció al rodar un documental sobre la jurisprudencia polaca durante los tiempos del general Jaruzelski, impulsor del autogolpe de estado que puso fuera de la ley al sindicato Solidaridad en los años 80.  La influencia de Piesiewicz, sin embargo, no se limita a la habitual aparición de juicios y jueces, fiscales y abogados defensores en las películas de Kieslovski, como en el caso de Bez Bonca, que gira alrededor de un abogado fallecido y la continuación del proceso en que estaba involucrado; se manifiesta en especial en una observación minuciosa de las acciones humanas y de la repercusiones,  que tienen sobre los demás, con demasiada frecuencia dolorosas. Una fijación temática cuyo interés no está en la condena a los buenos, el ensalzamiento de los malos, sino en describir los muchos caminos por los que nos podemos perder sin remedio, a menos que lo evite el azar. Porque a todos nos unen las mismas flaquezas, temores y cobardías. Porque, en definitiva, todos somos pecadores, sumidos en un mismo dolor y una común ceguera.

La influencia de compositor y guionesta me parece así decisivas en la filmografía de Kieslowski. No porque lo determinasen, sino porque sirvieron de catalizador a un proceso que, sin ellos, hubiera necesitado de muchas más películas y, quizás, hubiera terminado siendo frustrado, dadas las convulsiones políticas de Polonia entre 1980 y 1990. Con ellos, por el contrario, el cine de Kieslovski alcanzó unas cumbres a las que pocos cineastas han llegado, de auténtico vértigo, que al mismo director le debieron aterrorizar.

No hay que olvidar que, antes de su muerte prematura, ya había abandonado el cine, temeroso de no poder mantenerse a la altura de sus mejores obras. Mucho peor, de repetirse y copiarse.


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