Ya les he comentado, en varias ocasiones, del muy loable esfuerzo que el MNCARS - Sofidú para los amigos - está realizando por explorar vías laterales o poco conocidas del arte del siglo XX. En especial, esa terra incognita para el aficionado que es la vanguardia posterior a 1945. No obstante, en el caso de la muestra Dadá ruso 1914-1924, recientemente abierta, se ha vuelto la mirada a un periodo central y bien conocido de las vanguardias históricas, la extraña alianza entre el arte contemporáneo y el régimen soviético. Eso sí, con una tesis nueva, opuesta a la concepción habitual que se tiene de ese momento.
A modo de resumen de lo conocido por cualquier aficionado: el periodo 1917-1930 en la URSS fue un paraíso para la experimentación vanguardista. Nunca antes se había producido una conjunción de ese tipo, con todo un estado poniendo todos sus recursos al servicio de la experimentación artística. Habría que esperar, paradójicamente, a tiempos de la guerra fría para para encontrar una alianza tan estrecha entre las vanguardias y el poder. En concreto, los esfuerzos del gobierno de los EEUU para promover el Expresionismo abstracto en pintura y el Estilo internacional en arquitectura, como formas distintivas del mundo libre. Aún así, la experiencia americana nunca llegó a las cotas de la soviética, debido al conservadurismo innato de la sociedad americana de la postguerra. En el caso ruso, por el contrario, un régimen revolucionario, que se había marcado el objetivo de crear una sociedad nueva que supusiese una ruptura con el pasado, se embarcó asímismo en la búsqueda de un arte también nuevo e igual de revolucionario. Un arte que inspirase a las masas, las incitase a la acción, y sirviese de estandarte del nuevo régimen.
Como sabrán, la experiencia fue corta, muy corta, y terminó de manera trágica, con los artistas que formaron parte del experimento silenciados, represaliados o ejecutados. Los más afortunados, aunque esto suene a irónico, prosiguieron su carrera sólo a costa de transigir y humillarse, de negarse a sí mismos y producir un arte opuesto al de apenas unos años antes. El Estalinismo, en su impulso totalitario, desconfiaba de las veleidades anarquistas y transgresoras de la vanguardia, mientras que necesitaba un arte adulador, al servicio de las consignas del poder. El resultado fue el repelente Realismo Socialista, una puesta al día del arte aúlico de las cortes de las monarquías absolutas. Dedicado a cantar las glorias del líder y sus triunfos, así como a glosar la felicidad que su gobierno previsor y providencial había traído al país.
Hasta aquí la introducción, ¿pero cuál es la tesis nueva y rompedora que propone la exposición? En pocas palabras, se suele relacionar el arte soviético de los años 20 con el Futurismo, al compartir ambos una fascinación con el mundo futuro, industrial y tecnológico, que tenía como símbolos el avión y el automóvil, el acero y la electricidad, mientras que rechazaban la cultura y el arte tradicional, la belleza de las estatuas clásicas, los museos vetustos y las catedrales centenarias, la ciudad de Venecia. Sin embargo, esta muestra propone una filiación muy distinta, la de la vanguardia rusa como otro brote efímero del movimiento Dadá. Y además el primeros, anticipándose a la fecha normalmente admitida para su fundación: El cabaret Voltaire de Zurich en 1916.
Collage de Alexander Rodchenko |
El principal argumento para soportar esta tesis es la ópera Victoria sobre el sol de 1913, con libreto de Alexei Kruchenich, música de Mijail Matiushin y decorado y vestuario de Casimir Malevich. Malevich, como sabrán se convertirá más tarde en el fundador del suprematismo, movimiento breve pero de importancia capital en la historia de la vanguardia. Sin embargo, lo que interesa a la exposición no es eso, mas que sabido por otra parte, sino subrayar los rasgos absurdos, anarquistas y contestatarios de esa obra. En ese sentido, lo que los espectadores rusos pudieron ver en el estreno se podría interpretar como precursor de las "performances" que luego tendrían lugar en el cabaret Voltaire.
Asímismo, se rastrea la historia de los budletiane, grupúsculo casi desconocido, cuyo objetivo era primar el sinsentido en el arte, oponiéndose de esa manera a cualquier autoridad, normativa o jerarquía; algo que, obviamente, les ponía en trayectoria de colisión con el nuevo estado soviético, tanto más cuanto éste iba cristalizando en estalinismo totalitario. No se piense, no obstante, que éstas tendencias disidentes fueron aplastadas fácilmente. Tardaron en morir y de hecho continuaban activas en los años treinta, como demuestra la figura inclasificable de Danilo Jarms, proponente del absurdismo en literatura y fallecido en una cárcel de Leningrado en 1942, durante el sitio de esta ciudad por el ejército nazi.
¿Por qué entonces no ha quedado Rusia y 1913 como lugar y fecha de nacimiento de Dadá? La exposición lo atribuye a la desconexión provocada por la Primera Guerra Mundial en la cultura Europea, que interrumpió los fértiles intercambios entre Francia, Alemania y Rusia, además de quebrar las carreras de muchos artistas contemporáneos, cuando no terminarlas definitivamente. Cuando los lazos se reanudaron, Dadá ya había surgido en Suiza en 1916, para expandirse luego a Alemania y Francia. Además, pasada la Guerra civil rusa, tras la que los artistas de esa nacionalidad se encontraron con sus colegas franceses y alemanes, el Dadá ya estába maduro, incluso en proceso de disolución, de manera que fuera de reconocerse como hermanos estéticos y de intercambiar hallazgos, no se llegó a mucho más. Sin contar que el ciclo de arte para la revolución en el que se sumergió la vanguardia rusa, la apartó definitivamente del surrealismo, la abstracción pura y las muchas appel à l'ordre del periodo de entreguerras en occidente.
Pero, ¿es cierta la tesis? Les confieso que me faltan datos para juzgarlo. Tengo la impresión que sí, que hay concomitancias entre esos experimentos rusos y el Dadá propiamente dicho, pero también me parece que algunos de los argumentos están un poco traídos de los pelos. No obstante, estas dudas no empañan en absoluto el brillo de la exposición. Sólo el hecho de volver a esa época y de verla desde otra óptica ya vale la pena. Más aún cuando, para el visitante que tenga tiempo y paciencia, se puede disfrutar de las versiones completas de Victoria sobre el sol o de lo que es un acontecimiento único y revelador, al menos para mí. La reconstrucción del intento del compositor Arseni Abraamov, en su Sinfonía de las sirenas, por convertir una ciudad entera en un instrumento musical. En este caso, Baku, cuyas fábricas, navíos, medios de transporte y habitantes se convirtieron en instrumentistas a las ordenes del propio compositor.
Obra que abre esta entrada y que es precursora de tantos ismos y tantas vanguardias posteriores que produce auténtico vértigo. Además de ser arrebatadoramente bella y fascinante.
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