Ese boletín tan instructivo hubiera bastado, seguramente, para aclarar de forma científica la cuestión de los misteriosos monstruos marinos, que tantas polémicas habían suscitado. Por desgracia, se publicó, al mismo tiempo, el informe del experto holandés Van Hogenhouck, que incluyó esta salamandra gigante en la familia de los salamándridos (salamandras o tritones), bajo el nombre de Megatriton Moluccanus, e indicó su multiplicación en las islas holandesas del Sudán, Dzillo, Morotai y Ceram. También influyó la opinión del doctor Mignard, científico francés, que los clasificó como salamandras comunes y determinó su procedencia en las islas francesas de Takaroa, Rangioara y Raitarea y las nombró, sencillamente, Criptobranquios Salmandroides. Todavía citaremos el informe de W. Spence, que reconoció en ellas una nueva especie de pelágicos naturales de las islas Gilbert. Mediante este informe estaba dispuesto a obtener un nuevo ser científico, bajo el nombre: Pelagotriton Spence. El señor Spence consiguió transportar un ejemplar vivo hasta el Parque Zoológico de Londres, donde fue objeto de nuevas investigaciones que arrojaron los nombres de Pelagobatracio Hooker, Salamandrops Maritimus, Abranchus Giganteus, Amphiuma Gigas y tantos otros. Numerosos expertos aseguraban que el Pelagotriton Spence no era otra cosa que el Criptobranchius Zinckeri, y que la salamandra de Gignard no era otra que el Andrias Scheuchzeri. Hubo muchos debates sobre denominaciones y otras cuestiones puramente científicas, y finalmente ocurrió que la Historia Natural de cada país tuvo su propia salamandra, criticando con dureza las salamandras de los otros países. Por eso, en ese importante asunto de las salamandras, no se logró nunca una clara explicación científica.
Karel Capek, La guerra de las salamandras.
Capek es un autor checo del que todo lector ha oído hablar, incluso aunque no haya leído ninguno de sus libros. Su nombre ha quedado ligado a la invención del concepto de Robot, nombre acuñado en su obra teatral R.U.R de 1921, donde aparecían por primera vez máquinas inteligentes que la humanidad utilizaba para realizar las tareas más pesadas y desagradables. Por esa razón, se suele encuadrar a este autor en el ámbito de la ciencia ficción, como uno de tantos precursores que vieron las posibilidades que podría traer el progreso científico e intentaron evaluar el impacto que sus innovaciones tendrían sobre la humanidad y la estructura social.
Debo decirles que discrepo con esta clasificación. Para mí, Capek es un seguidor moderno de un genero muy antiguo, el de la sátira social con ribetes fantásticos, que se remonta a tiempos de la antigüedad romana. Su fundador sería Luciano, con su Historia Verdadera, copiada, adaptada y ampliada por Swift con su Gulliver o Voltaire con su Cándido. Incluso, ya en nuestro tiempo, se puede encontrar dentro de la obra polifacética de otro escritor anómalo, éste sí de ciencia ficción, como Stanislaw Lem, quien en su Ciberiada, supo renovar ese género casi olvidado, sin perder nada del humor y la acidez con que había sido fundado.
Es lo que ocurre con Capek y su Guerra de las Salamandras, en donde el autor checo se despacha a gusto con toda la sociedad de su tiempo, subrayando dos vicios principales: la codicia que rige todas las acciones, limitada y entorpecida sólo por las envidías y rencillas nacionales. Así, la caída final de la humanidad a manos de unas salamandras antropomorfas es preparada y facilitada por la propia estupidez humana,de la cual sólo puede librarnos un Deus ex Machina. Tanto más divertido cuando surge de una confesión de impotencia del autor. No sabe como culminar la trama, sin que ésta lleve a la pérdida y destrucción de la humanida, así que no le importa buscar un final feliz inverosímil, que le sirve además para reírse de otros colegas de ciencia ficción
Pero vayamos por partes. No había leído hasta ahora nada de Capek y mi conocimiento venía de oídas, de adaptaciones cinematográficas de sus obras, como el muy reciente Hmyz (Insectos, 2018) de Jan Svankmajer. Les confieso que me he llevado una gran sorpresa, puesto que se trata de un escritor de primera fila, un satírico que no desmerece a ninguno de los predecesores citados, o ya en nuestros lares, a esa potencia del denuesto y la malevolencia que fue Quevedo.
En primer lugar, Capek tiene un estilo vivo y rápido, donde una anécdota se sucede a otra, sin pausas ni tiempos muertos. Lo que no quiere decir que el resultado sea apresurado o sumario. Capek es capaz de describir a un personaje en un par de frases, al estilo de un caricaturista que extrae lo característico de un personaje. Se obtiene así un personaje vivo, real, completo, incluso en sus defectos, vícios e imperfecciones, que en esa descripción adelanta ya el modo en va actuar en el futuro. Incluso cuando ya no esté presente, pero su sombra siga pesando sobre los hechos y acciones de otros.
De ahí otra de las virtudes de la novela. Aunque aparentemente parezca una secuencia de historias separadas, éstas se hallan entretejidas, sólo que los personajes no lo saben. Como buen satírico, Capek se coloca, nos sitúa, fuera y por encima de la acción. Sabemos por qué ocurren ciertos hechos, aunque los personajes lo ignoren, de manera que presenciamos como esa ignorancia les lleve a cometer torpezas y deslices. Equivocaciones y enredos de los que surge la comicidad de la novela, pero no sólo por ellos. Como les indicaba, Capel es un agudo observado de la testarudez, la cerrazón, la ceguera y la estupidez humana, tan responsables como la ignorancia de sus traspiés, y que él refleja en el lenguaje propio de sus protagonistas. De nuevo, otro rasgo de escritor de primera, la facilidad con que salta de un registro lingüístico a otro, del habla de las tabernas a la jerigonza científica, con la misma seguridad y propiedad que si hubiese crecido en esos ambientes.
Hace así que hablen con su propia voz, no con la de Capek, pero al mismo tiempo dejando bien clara su vanidad y endiosamento, al permitirles expresarse a su antojo, regodeándose en sus falsos logros y conquistas. Desde los industriales que utilizan a las salamandras como mano de obra esclava para conseguir que todo sean beneficios en el negocio; a los militares que pretenden ganar con ellos las guerras nacionales y coloniales, sin que se derrame una gota de sangre humana. Pasando, por supuesto, por científicos y empresarios del entretenimiento, igualados en sus actividades y logros, quienes al mismo tiempo admiran al objeto de su estudio y sus representaciones, pero no vacilan en someterles a los peores experimentos y humillaciones. Como si sus mentes estuvieran disociadas y pudiesen albergar contrarios, la compasión y la crueldad, sin advertir la paradoja.
Y así toda la humanidad, que proyecta sobre las salamandras sus miedos y sus esperanzas, que las ve como medio de hacerlos realidad, pero sin advertir que esos seres inteligentes tienen también sus propios propósitos y objetivos, muy distintos de los de los humanos.
En este caso, convertir la tierra en el hogar de las salamandras, para lo que los ingenuos humanos les han provisto de todos los medios.
Pero vayamos por partes. No había leído hasta ahora nada de Capek y mi conocimiento venía de oídas, de adaptaciones cinematográficas de sus obras, como el muy reciente Hmyz (Insectos, 2018) de Jan Svankmajer. Les confieso que me he llevado una gran sorpresa, puesto que se trata de un escritor de primera fila, un satírico que no desmerece a ninguno de los predecesores citados, o ya en nuestros lares, a esa potencia del denuesto y la malevolencia que fue Quevedo.
En primer lugar, Capek tiene un estilo vivo y rápido, donde una anécdota se sucede a otra, sin pausas ni tiempos muertos. Lo que no quiere decir que el resultado sea apresurado o sumario. Capek es capaz de describir a un personaje en un par de frases, al estilo de un caricaturista que extrae lo característico de un personaje. Se obtiene así un personaje vivo, real, completo, incluso en sus defectos, vícios e imperfecciones, que en esa descripción adelanta ya el modo en va actuar en el futuro. Incluso cuando ya no esté presente, pero su sombra siga pesando sobre los hechos y acciones de otros.
De ahí otra de las virtudes de la novela. Aunque aparentemente parezca una secuencia de historias separadas, éstas se hallan entretejidas, sólo que los personajes no lo saben. Como buen satírico, Capek se coloca, nos sitúa, fuera y por encima de la acción. Sabemos por qué ocurren ciertos hechos, aunque los personajes lo ignoren, de manera que presenciamos como esa ignorancia les lleve a cometer torpezas y deslices. Equivocaciones y enredos de los que surge la comicidad de la novela, pero no sólo por ellos. Como les indicaba, Capel es un agudo observado de la testarudez, la cerrazón, la ceguera y la estupidez humana, tan responsables como la ignorancia de sus traspiés, y que él refleja en el lenguaje propio de sus protagonistas. De nuevo, otro rasgo de escritor de primera, la facilidad con que salta de un registro lingüístico a otro, del habla de las tabernas a la jerigonza científica, con la misma seguridad y propiedad que si hubiese crecido en esos ambientes.
Hace así que hablen con su propia voz, no con la de Capek, pero al mismo tiempo dejando bien clara su vanidad y endiosamento, al permitirles expresarse a su antojo, regodeándose en sus falsos logros y conquistas. Desde los industriales que utilizan a las salamandras como mano de obra esclava para conseguir que todo sean beneficios en el negocio; a los militares que pretenden ganar con ellos las guerras nacionales y coloniales, sin que se derrame una gota de sangre humana. Pasando, por supuesto, por científicos y empresarios del entretenimiento, igualados en sus actividades y logros, quienes al mismo tiempo admiran al objeto de su estudio y sus representaciones, pero no vacilan en someterles a los peores experimentos y humillaciones. Como si sus mentes estuvieran disociadas y pudiesen albergar contrarios, la compasión y la crueldad, sin advertir la paradoja.
Y así toda la humanidad, que proyecta sobre las salamandras sus miedos y sus esperanzas, que las ve como medio de hacerlos realidad, pero sin advertir que esos seres inteligentes tienen también sus propios propósitos y objetivos, muy distintos de los de los humanos.
En este caso, convertir la tierra en el hogar de las salamandras, para lo que los ingenuos humanos les han provisto de todos los medios.
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