viernes, 27 de julio de 2018

Escindido

Porque não acrediteis que eu escrevo para publicar, nem para escrever nem para fazer arte, mesmo. Escrevo, porque esse é o fim, o requinte supremo, o requinte temperamentalmente ilógico, da minha cultura de estados de alma. Se pego numa sensação minha e a desfio até poder com ela tecer-lhe a realidade interior a que eu chamo ou A Floresta do Alheamento, ou a Viagem Nunca Feita, acreditai que o faço não para que a prosa soe lúcida e trémula, ou mesmo para que eu goze com a prosa — ainda que mais isso quero, mais esse requinte final junto, como um cair belo de pano sobre os meus cenários sonhados — mas para que dê completa exterioridade ao que é interior, para que assim realize o irrealizável, conjugue o contraditório e, tornando o sonho exterior, lhe dê o seu máximo poder de puro sonho, estagnador de vida que sou, burilador de inexatidões, pajem doente da minha alma Rainha, lendo-lhe ao crepúsculo não os poemas que estão no livro, aberto sobre os meus joelhos, da minha Vida, mas os poemas que vou construindo e fingindo que leio, e ela fingindo que ouve, enquanto a Tarde, lá fora não sei como ou onde, dulcifica sobre esta metáfora erguida dentro de mim em Realidade Absoluta a luz ténue e última de um misterioso dia espiritual.

Fernando Pessoa, Libro del desasosiego

Porque no creáis que escribo para publicar, ni para escribir, ni incluso para crear arte. Escribo porque ése es el fin, el refinamiento supremo, la destilación temperamentalmente ilógica, de mi cultivo de los estados del almo. Si tomo una sensación mía y la devano hasta poder tejer con ella la realidad interior que llamo Bosque del aislamiento o Viaje nunca hecho, creo que lo hago no para que la prosa sea lúcida o trémula, o incluso para gozar con la prosa - aunque más quiero eso, más un refinamiento final , como un caer bello en un paño sobre los escenarios por mí soñados - sino para dar un exterior cumplido a lo que es interior, par que sí se realiza lo irrealizable, se conjugue lo contradictorio, y volvi´ñendo al sueño exterior, le dé su poder máximo de sueño puro, estancante de la vida que soy, cincelador de las inexactitudes, paje doliente de mi alma Reína, leyéndole durante el  crepúsculo no los poemas que están en el libro abierto sobre mis rodillas, de mi Vida, sino de los poemas que voy construyendo y fingiendo que leo, y ella fingiendo que oye, mientras la Tarde, allá fuera, no sé donde, como yo, dulcifica esta metáfora que se yergue dentro de mí, Realidad Absoluta, a la luz tenue y última de un misterioso día espiritual.

Entre las muchas cegueras intelectuales que nos trae la vejez está la de creernos ya de vuelta de todo. Pensar que ya nada podrá conmovernos, puesto que hemos visto, escuchado, presenciado y leído absolutamente todo. Empeorado porque, debido a ello, hemos cesado de buscar, ya que pensamos no encontrar jamás, y así nos cerramos a las experiencias que podrían hacernos reverdecer. Traer de nuevo al presente a ese yo nuestro más joven al que tanto envidiamos, quizás porque tenemos miedo que se sienta repelido por nuestra conformidad actual.

La perorata anterior viene a que no ha sido hasta ahora que he descubierto a Fernando Pessoa, escritor portugués de importancia capital en la literatura occidental. Entono el mea culpa, tanto más contrito, cuando además no he llegado a él por impulso propio, sino empujado por mi reciente aprendizaje del portugués. Como práctica, me compré unos cuantos libros en esa lengua, entre ellos el Libro del desasosiego que comento en esta entrada. No por una razón especial, mucho menos una admiración que aún no tenían sino porque me sonaba el nombre del autor y de la obra. A pesar de su carácter de tarea, o quizás precisamente por eso, este libro llevaba ya bastantes años cogiendo polvo en mis estanterías, hasta que mi visita la reciente exposición Pessoa y su tiempo, en el MNCARS, picó mi interés y me animó a leerlo de una vez por todas.

Momento en que me di cuenta de lo estúpido que había sido. De lo mucho que me había perdido dejando a Pessoa a un lado, como si no me interesase.

Pero vayamos por partes. Pessoa es un autor cuya obra es inseparable de su vida, pero no por los posibles escándalos, baladronadas, trasngresiones y rebeldías con que las salpimentase. Lo original de este escritor radica en otro aspecto aun más importante, en como intentó ser multitud de escritores en una sola persona. Si han leído algo de la obra de Pessoa, o de su biografía, hablan oído hablar de ortónimos y heterónimos, referido a los autores de su obra. Los ortónimos eran los muchos pseudónimos detrás de los que Pessoa se ocultaba, pero que siempre tenían una misma voz, la del propio autor. El interés, la novedad y el desafío, estaba en los heterónimos, personalidades alternativas que Pessoa construía como personajes de una novela, y a los que dotaba de unas inquietudes, obsesiones, educación, cultura y  lenguaje propios. Características que luego se reflejaban en las novelas que les "encargaba" escribir.

Así, el libro del Desasosiego se pretende conjunto de anotaciones del oficinista Bernardo Soares, al que Pessoa habría encontrado por casualidad durante sus vagabundeos. Una personalidad completamente anodina, al menos desde el exterior, destinado a una existencia mediocre en un trabajo rutinario y sin sentido, pero que, como compensación, habitaba un riquísimo mundo interior, que llegaba a reemplazar y anular el mundo real.

Intento de huida, que no de escapismo, que es al mismo tiempo triunfo glorioso, derrota sin paliativos. Triunfo, porque Soares/Pessoa consiguen vivir y experimentar el mundo entero, sin moverse de su asiento y además de forma simultánea. Como si el tiempo y el espacio  hubieran sido abolidos, como si, de manera milagrosa, nos hallásemos, heterónimo, escritor y lector, contemplando el Aleph borgiano. Derrota, porque esa omniscencia del sentimiento se consigue mediante múltiples renuncias, en especial dos: la ser lo que se ansía, la de narrar el éxtasis y el arrebato, en esencia inasibles e inefables.

Fracaso del que emerge una melancolía paralizante, un desasosiego que se convierte en lastre, un dolor que acaba por acallar toda voce que no sea la suya. Experiencias y sentimientos que todo meláncolico, como es el caso, reconoce como propias. El libro se torna así un espejo, en el que se refleja nuestro propio semblante; sus anotaciones, entradas sacadas de nuestro propio diario.

De ese que nunca escribimos, ni nunca publicaremos.

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