Les hablaba, en la entrada anterior de esta serie, de los errores estadísticos que se habían escurrido en German Concentration Camps Factual Survey. Las cifras de muertos estaban muy infladas, debido a que cuando se produjo este documental la investigación del exterminio nazi estaba en sus inicios, viciada aún por las necesidades y servidumbres de la propaganda de guerra. Otro gran error era la ausencia de identificación de sus víctimas, mayoritariamente judías, pero aquí, a lo sumo, clasificadas por nacionalidades.
Sin embargo, el impacto que este documental produce aún sobre el espectador, no se debe a la magnitud de las cifras aportadas. Incluso se puede añadir que el silencio sobre el origen de sus víctimas aumenta la resonancia de su mensaje. Primero, porque lo que vemos, ese catálogo de horrores indescriptibles e inconcebibles, no ocurrió a un grupo aparte, a una comunidad cuyas costumbres nos fueran extrañas, repugnantes o risibles, de manera que su eliminación estuviese en parte justificada. Por el contrario, lo que ocurrió allí, en Bergen Belsen, en Buchenwald, en Dachau, en Majdanek, en Auschwitz, fue un crimen contra la humanidad, toda la humanidad. Porque los nazis, no lo olvidemos, buscaban eliminar a todos aquellos que no conviniesen a su ideal racial.
Los judíos en primer lugar, como personificación de una plaga similar a las ratas o las cucarachas, pero también todos los eslavos, la otra raza inferior en la cosmogonía nazi, los polacos y rusos, de los que causaron la muerte a casi diez millones de personas. Luego, cualquiera que se opusiese activa o pasivamente a su dominio en los países ocupados, que combatiese contra él o simplemente se negase a acatar sus dictados con entusiasmos. Para terminar por cualquier alemán que, por su mera existencias, negase la perfección de la comunidad racial aria. De homosexuales a enfermos mentales, pasando por vagos o mendigos.
Los judíos en primer lugar, como personificación de una plaga similar a las ratas o las cucarachas, pero también todos los eslavos, la otra raza inferior en la cosmogonía nazi, los polacos y rusos, de los que causaron la muerte a casi diez millones de personas. Luego, cualquiera que se opusiese activa o pasivamente a su dominio en los países ocupados, que combatiese contra él o simplemente se negase a acatar sus dictados con entusiasmos. Para terminar por cualquier alemán que, por su mera existencias, negase la perfección de la comunidad racial aria. De homosexuales a enfermos mentales, pasando por vagos o mendigos.
Quizás por eso, la cámara de aquellos reporteros de guerra, los mismos que habían marchado al lado de los ejércitos aliados en su avance hacia el interior de Alemania, no se centra en abstracciones, sino en los seres humanos. Tanto en los vivos como en los muertos, tanto en los supervivientes como en los agonizantes. Cada uno de ellos, en su humanidad, en su fragilidad y en su indestructibilidad, es alguien único, irreemplazable, tan digno de vivir como las inteligencias mayores que haya producido la historia...
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Pero esto que llevo escrito no son más que palabras vacías. No hacen justicia al documental, no pueden llegar a su altura, al golpe demoledor que suponen sus imágenes. Tampoco pueden reflejar la congoja, la absoluta impotencia y desamparo que me producen algunas de sus imágenes. Cuando las vi por primera vez, en documentales o en el avance que era Memory of the Camps, o ahora que vuelvo a encontrarme con ellas y las reviso para escribir esta entrada.
Como la expresión de absoluta gratitud, de completo reconocimiento, pero teñida aún de incredulidad de esa prisionera que agarra la mano de uno de los liberadores y llora sobre ella. la mirada vacía, incapaz de comprender, de esperar, cualquier gesto de humanidad, de conmiseración, de aquellos han sobrevivido hasta el día de la liberación, pero están ya demasiado débiles, demasiado enfermos como para recuperarse y sanar. La rabia con la que los esclavos hasta apenas unos instantes se enfrentan a sus torturadores, reclamando su castigo, denunciando sus torturas. Las miradas de desconcierto, mezcladas con indignación, asco incluso, de los soldados aliados, que no pueden comprender como unos seres humanos pudieron reducir a otros a ese estado.
Y los muertos, sobre todo los muertos. Esparcidos por todos los rincones, allá donde cayeron, allá donde se arrastraron en los últimos instantes. La prueba inapelable contra aquellos nazis, aquellos guardias, aquellos SS, bien alimentados, seguros de la justicia de su causa, autorizados por su ideología a pisotear a todos los demás, a los inferiores, a los distintos, a los disidentes, pero ahora obligados a responder, a sostener la mirada de sus víctimas, sin poder responder con el desprecio, la violencia o el asesinato.
Muertos que a pesar de su estado, de haber sido abandonados allí donde cayeron, de yacer en pilas informes, como basura, conservan cierta dignidad. La que les dan las cámaras, al individualizarlos por última vez, al contemplarlo con compasión.
Como si ellos fueran nosotros, como si ese crimen hubiera sido cometido en nuestras propias carnes.
Y los muertos, sobre todo los muertos. Esparcidos por todos los rincones, allá donde cayeron, allá donde se arrastraron en los últimos instantes. La prueba inapelable contra aquellos nazis, aquellos guardias, aquellos SS, bien alimentados, seguros de la justicia de su causa, autorizados por su ideología a pisotear a todos los demás, a los inferiores, a los distintos, a los disidentes, pero ahora obligados a responder, a sostener la mirada de sus víctimas, sin poder responder con el desprecio, la violencia o el asesinato.
Muertos que a pesar de su estado, de haber sido abandonados allí donde cayeron, de yacer en pilas informes, como basura, conservan cierta dignidad. La que les dan las cámaras, al individualizarlos por última vez, al contemplarlo con compasión.
Como si ellos fueran nosotros, como si ese crimen hubiera sido cometido en nuestras propias carnes.
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