La semana pasada había comenzado a hablarles de un documental único, el German Concentration Camps Factual Survey, realizado en 1945, pero archivado hasta los años 80, debido al inicio de la Guerra Fría y la necesidad de ganarse al pueblo alemán en el conflicto con la URSS. El cese de los trabajos fue tan definitivo que la propia película quedó sin terminar. Sus últimos diez minutos, el famoso rollo 6 que faltaba en la versión de los años ochenta, nunca fueron montados y ha sido la restauración de 2014 la que ha tomado la decisión de recrearlos, basándose en el guión original y los materiales de archivo supervivientes.
Esta decisión, como bien cuentan los propios responsables de la restauración, fue difícil. Dado que German Concentration Camps Factual Survey es un testimonio de época, una prueba demoledora contra el régimen nazi y sus simpatizantes, entonces y ahora, cualquier manipulación puede ser utilizada como palanca para impugnar el documental entero. Con mayor fiereza y eficacia porque ante este catálogo de atrocidades sin paralelo, nuestras mentes buscan desesperadas un asidero que le permita escapar, encontrar un sentido a ese horror, identificar cualquier signo de humanidad y redención, aunque éste se pueda atribuir a los propios perpetradores de los crímenes.
Si ese efecto de exculpación se produce incluso entre los que somos antinazis convencidos y llevamos años, décadas incluso, denunciando los crímenes de la banda de criminales que se hizo con el poder en Alemania, pueden imaginarse el paroxismo al que llevan a los que pertenecen al bando contrario. Incluso a aquéllos que se declaran hoy abiertamente antisemitas, les es inposible separar la realización de su ideal soñado, llevada a cabo por los nazis, de las atrocidades sin nombre que lo acompañaron. La única salida que les queda es el negacionismo, rebatir que el antisemitismo fascista llegase a cometer esos crímenes, de manera que su ideología racista vuelva a ser respetable y ellos con ella. Sólo porque no asesino a millones de personas y se conformó con arrebatarles sus derechos o condenarles a vivir en en ghettos.
De esa manera, cualquier error, cualquier desliz en la presentación de los crímenes nazis se convierte, en sus manos, en la palanca que permite demoler todo el edificio de la argumentación. Unas inexactitudes que constituyen precisamente el punto débil de German Concentration Camps Factual Survey, ya en que la fecha temprana en la que fue rodado, el estudio histórico no había llegado aún, ni llegaría en casi treinta años, a definir, delimitar y caracterizar el holocausto. Errores que, por otra parte, en alguna ocasión son herencia de la propaganda de tiempo de guerra, exageraciones producto del rumor y de la urgencia de la denuncia, pequeñas manipulaciones al servicio de la causa. Se hace necesario, por tanto, señalarlas y contextualizarlas, para evitar que se pongan al servicio de los que buscan exculpar, incluso normalizar, a los nazis.
Así, por ejemplo, las escenas que ilustraban la entrada de la semana pasada no son de una única matanza, sino el montaje de dos de ellas. En concreto, el desfile de los civiles alemanes y los planos que muestran los rostros de las víctimas fueron rodados en lugares distintos. Por otra parte, dado que Auschwitz había sido evacuada antes de la llegada de los rusos, en él solo quedaban enfermos, débiles y niños, muchos de los cuales se habían marchado antes de la llegada de los equipos de filmación soviéticos. Los cámaras rusos, para ilustrar las condiciones de vida en el campo, no dudaron en hacer volver a algunos de los prisioneros, para rodarles en los barracones que habían ocupado.
De mayor enjundia e importancia son los bailes de cifras en la segunda parte del documental. Si bien los números que se citan para los campos liberados por las tropas occidentales son bastante precisos, de forma que algunas de las estimaciones han resistido el paso del tiempo, no ocurre lo mismo con las que se refieren a Auschwitz y Majdanek. En el caso del primero, por ejemplo, se habla de casi cuatro millones de muertos, lo que llevaría a una cifra de asesinados, si se aplicase proporcionalmente al resto de los campos de exterminio, de decenas de millones. Curiosamente, este cifra exagerada no era producto en exclusiva de la propaganda soviética, sino que puede rastrearse entre los mismos nazis. Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz durante su primer periodo, quien tras su captura se mostró especialmente colaborador con sus captores, hablaba de tres millones de muertos, casi enorgulleciéndose de su hazaña.
No es el único error en las declaraciones de Höss, quien mostró una memoria bastante frágil en lo referido a las fechas y la secuencia de los hechos, rebatidos posteriormente con ayuda de documentación de archivo. No obstante, como les decía, estos bailes de cifras y sus reducciones a mediad que la investigación progresaba, han llevado a muchos negacionistas a proponer cifras de asesinados muy, muy bajas, apenas superiores a un millón, comparables a las de los bombardeos aliados contra las ciudades alemanes y muy, muy por debajo de los crímenes estalinistas. De esa manera, se podía acusar a los aliados de genocidas, mientras que el auténtico holocausto del siglo XX quedaba del lado del comunista.
Tergiversaciones con intereses muy concretos, demasiado visibles y previsibles, porque lo cierto es que la cifra de judíos puede descomponerse de la manera siguiente. Unos tres millones asesinados en los campos, con Auschwitz en primer lugar; un millón y medio en las operaciones de los einsatzkommandos en la URSS durante 1941 y 1942; más otro millón muertos en deportaciones, matanzas "espontáneas" y el encierro en condiciones inhumanas en los ghettos, fuera por hambre, enfermedad o malos tratos. A estas habría que añadir los muchos muertos ocasionados por los aliados voluntarios del nazismo, principalmente croatas y rumanos, y nos pondríamos en un total cercano a la cifra mágica de los seis millones de toda la vida, consistente además con la desaparición completa de los judíos polacos - unos tres millones - y dentro del marco de doce millones que los nazis consideraban que había que eliminar en Europa y que se propusieron como objetivo, según las actas de la conferencia de Wansee en diciembre de 1942.
Cifras a las que, además hay que añadir casi otros seis millones de europeos asesinados por los nazis, tanto en las deportaciones para trabajar en el Reich y en las condiciones de exterminio de los campos de trabajo, en las represalias antiguerrilla o contra cualquier amago de resistencia, o en las hambrunas provocadas por la política de expolio nazi y de limpieza racial entre las etnias inferiores, como los eslavos. Lo cual nos lleva a otro de los elementos discordantes de German Concentration Camps Factual Survey, si bien la política de campos de concentración y exterminio estaba orientada en primer lugar al exterminio de los judíos, ninguna mención se hace de este hecho en el documental. Una omisión desconcertante a la que resulta difícil hallar una explicación y en la que se mezclan diferentes factores, como la negativa a diferenciar entre etnias por parte de los soviéticos, aun cuando ellos fueron los descubridores de los campos de exterminio en Polonia, o el deseo de los creadores del documental por evitar que el antisemitismo aún rampante en Alemania pudiese exculpar el exterminio. Puesto que, según la propaganda nazi, los judíos se lo habían buscado.
De hecho esta ausencia de referencias a una raza concreta termina por constituir uno de los grandes aciertos del documental. No podemos ponernos al margen, considerar que no va con nosotros, porque no somos judíos, armenios, tutsis o palestinos, como los deportados, los esclavizados, los exterminados. El horror nazi iba dirigido contra todos, contra todos y cada uno de nosotros, de manera que esa ideología y sus partidarios se habrían colocado al margen de la humanidad por sus propios actos, por su propia voluntad y decisión.
Por eso son tan efectivas esas largas escenas, casi abstractas, de Auschwitz, que acompañan esta entrada. Mirando esas inmensas pilas de zapatos, de ropas, de juguetes, de maletas, de documentos, de albumes de foto, de todo lo que nos acompaña en nuestra breve existencia, hasta el pelo que nos cortamos, no podemos por menos de sentir un irracional sentimiento de horror.
Porque quizás entre ellas, acabemos por ver nuestros própios útiles y utensilios. Nuestros objetos más preciados.
Si ese efecto de exculpación se produce incluso entre los que somos antinazis convencidos y llevamos años, décadas incluso, denunciando los crímenes de la banda de criminales que se hizo con el poder en Alemania, pueden imaginarse el paroxismo al que llevan a los que pertenecen al bando contrario. Incluso a aquéllos que se declaran hoy abiertamente antisemitas, les es inposible separar la realización de su ideal soñado, llevada a cabo por los nazis, de las atrocidades sin nombre que lo acompañaron. La única salida que les queda es el negacionismo, rebatir que el antisemitismo fascista llegase a cometer esos crímenes, de manera que su ideología racista vuelva a ser respetable y ellos con ella. Sólo porque no asesino a millones de personas y se conformó con arrebatarles sus derechos o condenarles a vivir en en ghettos.
De esa manera, cualquier error, cualquier desliz en la presentación de los crímenes nazis se convierte, en sus manos, en la palanca que permite demoler todo el edificio de la argumentación. Unas inexactitudes que constituyen precisamente el punto débil de German Concentration Camps Factual Survey, ya en que la fecha temprana en la que fue rodado, el estudio histórico no había llegado aún, ni llegaría en casi treinta años, a definir, delimitar y caracterizar el holocausto. Errores que, por otra parte, en alguna ocasión son herencia de la propaganda de tiempo de guerra, exageraciones producto del rumor y de la urgencia de la denuncia, pequeñas manipulaciones al servicio de la causa. Se hace necesario, por tanto, señalarlas y contextualizarlas, para evitar que se pongan al servicio de los que buscan exculpar, incluso normalizar, a los nazis.
Así, por ejemplo, las escenas que ilustraban la entrada de la semana pasada no son de una única matanza, sino el montaje de dos de ellas. En concreto, el desfile de los civiles alemanes y los planos que muestran los rostros de las víctimas fueron rodados en lugares distintos. Por otra parte, dado que Auschwitz había sido evacuada antes de la llegada de los rusos, en él solo quedaban enfermos, débiles y niños, muchos de los cuales se habían marchado antes de la llegada de los equipos de filmación soviéticos. Los cámaras rusos, para ilustrar las condiciones de vida en el campo, no dudaron en hacer volver a algunos de los prisioneros, para rodarles en los barracones que habían ocupado.
De mayor enjundia e importancia son los bailes de cifras en la segunda parte del documental. Si bien los números que se citan para los campos liberados por las tropas occidentales son bastante precisos, de forma que algunas de las estimaciones han resistido el paso del tiempo, no ocurre lo mismo con las que se refieren a Auschwitz y Majdanek. En el caso del primero, por ejemplo, se habla de casi cuatro millones de muertos, lo que llevaría a una cifra de asesinados, si se aplicase proporcionalmente al resto de los campos de exterminio, de decenas de millones. Curiosamente, este cifra exagerada no era producto en exclusiva de la propaganda soviética, sino que puede rastrearse entre los mismos nazis. Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz durante su primer periodo, quien tras su captura se mostró especialmente colaborador con sus captores, hablaba de tres millones de muertos, casi enorgulleciéndose de su hazaña.
No es el único error en las declaraciones de Höss, quien mostró una memoria bastante frágil en lo referido a las fechas y la secuencia de los hechos, rebatidos posteriormente con ayuda de documentación de archivo. No obstante, como les decía, estos bailes de cifras y sus reducciones a mediad que la investigación progresaba, han llevado a muchos negacionistas a proponer cifras de asesinados muy, muy bajas, apenas superiores a un millón, comparables a las de los bombardeos aliados contra las ciudades alemanes y muy, muy por debajo de los crímenes estalinistas. De esa manera, se podía acusar a los aliados de genocidas, mientras que el auténtico holocausto del siglo XX quedaba del lado del comunista.
Tergiversaciones con intereses muy concretos, demasiado visibles y previsibles, porque lo cierto es que la cifra de judíos puede descomponerse de la manera siguiente. Unos tres millones asesinados en los campos, con Auschwitz en primer lugar; un millón y medio en las operaciones de los einsatzkommandos en la URSS durante 1941 y 1942; más otro millón muertos en deportaciones, matanzas "espontáneas" y el encierro en condiciones inhumanas en los ghettos, fuera por hambre, enfermedad o malos tratos. A estas habría que añadir los muchos muertos ocasionados por los aliados voluntarios del nazismo, principalmente croatas y rumanos, y nos pondríamos en un total cercano a la cifra mágica de los seis millones de toda la vida, consistente además con la desaparición completa de los judíos polacos - unos tres millones - y dentro del marco de doce millones que los nazis consideraban que había que eliminar en Europa y que se propusieron como objetivo, según las actas de la conferencia de Wansee en diciembre de 1942.
Cifras a las que, además hay que añadir casi otros seis millones de europeos asesinados por los nazis, tanto en las deportaciones para trabajar en el Reich y en las condiciones de exterminio de los campos de trabajo, en las represalias antiguerrilla o contra cualquier amago de resistencia, o en las hambrunas provocadas por la política de expolio nazi y de limpieza racial entre las etnias inferiores, como los eslavos. Lo cual nos lleva a otro de los elementos discordantes de German Concentration Camps Factual Survey, si bien la política de campos de concentración y exterminio estaba orientada en primer lugar al exterminio de los judíos, ninguna mención se hace de este hecho en el documental. Una omisión desconcertante a la que resulta difícil hallar una explicación y en la que se mezclan diferentes factores, como la negativa a diferenciar entre etnias por parte de los soviéticos, aun cuando ellos fueron los descubridores de los campos de exterminio en Polonia, o el deseo de los creadores del documental por evitar que el antisemitismo aún rampante en Alemania pudiese exculpar el exterminio. Puesto que, según la propaganda nazi, los judíos se lo habían buscado.
De hecho esta ausencia de referencias a una raza concreta termina por constituir uno de los grandes aciertos del documental. No podemos ponernos al margen, considerar que no va con nosotros, porque no somos judíos, armenios, tutsis o palestinos, como los deportados, los esclavizados, los exterminados. El horror nazi iba dirigido contra todos, contra todos y cada uno de nosotros, de manera que esa ideología y sus partidarios se habrían colocado al margen de la humanidad por sus propios actos, por su propia voluntad y decisión.
Por eso son tan efectivas esas largas escenas, casi abstractas, de Auschwitz, que acompañan esta entrada. Mirando esas inmensas pilas de zapatos, de ropas, de juguetes, de maletas, de documentos, de albumes de foto, de todo lo que nos acompaña en nuestra breve existencia, hasta el pelo que nos cortamos, no podemos por menos de sentir un irracional sentimiento de horror.
Porque quizás entre ellas, acabemos por ver nuestros própios útiles y utensilios. Nuestros objetos más preciados.
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