martes, 6 de septiembre de 2016

Leyendo a Camus (VI): La Peste

D'ici là, je sais que je ne vaux plus rien pour ce monde lui-même et qu'à partir du moment où j'ai renoncé à tuer, je me suis condamné à un exil définitif. Ce sont les autres qui feront l'histoire. je sais aussi que je ne puis apparemment juger ces autres. Il y a une qualité qui me manque pour faire un meurtrier raisonnable. Ce n'est donc pas une supériorité. Mais maintenant, je consens à être ce que je suis, j'ai appris la modestie. Je dis seulement qu'il y a sur cette terre des fléaux et des victimes et qu'il faut, autant qu'il est possible, refuser d'être avec le fléau. Cela vous paraîtra peut-être un peu simple, et je ne sais si cela est simple, mais je sais que cela est vrai. J'ai entendu tant de raisonnements qui ont failli me tourner la tête, et qui ont tourné suffisamment d'autres têtes pour les faire consentir à l'assassinat, que j'ai compris que tout le malheur des hommes venait de ce qu'ils ne tenaient pas un langage clair. J'ai pris le parti alors de parler et d'agir clairement, pour me mettre sur le bon chemin. Par conséquent, je dis qu'il y a les fléaux et les victimes, et rien de plus. Si, disant cela, je deviens fléau moi-même, du moins, je n'y suis pas consentant. J'essaie d'être un meurtrier innocent. Vous voyez que ce n'est pas une grande ambition.
Il faudrait, bien sûr, qu'il y eût une troisième catégorie, celle des vrais médecins, niais c'est un fait qu'on n'en rencontre pas beaucoup et que ce doit être difficile. C'est pourquoi j'ai décidé de me mettre du côté des victimes, en toute occasion, pour limiter les dégâts. Au milieu d'elles, je peux du moins chercher comment on arrive à la troisième catégorie, c’est-à-dire à la paix.

Albert Camus, La Peste

Desde es momento, sé que no tengo valor alguno para este mundo y que desde el instante en que renuncié a matar, me condené a un exilio definitivo. Otros serán los que hagan historia, sé que no puedo juzgar a los demás. Hay una característica que me falta para ser un asesino razonable. No es un aire de superioridad. Pero ahora, acepto ser lo que soy, he aprendido a ser modesto. Sólo digo que sobre esta tierra hay plagas y víctimas y que es necesario, en la medida de lo posible, negarse a ser la plaga. Le parecerá un poco simple, y no sé si lo es, pero sí que la verdad. He oído tantos razonamientos que han estado a punto de hacerme saltar la cabeza y que a tantas otras les han llevado a consentir el asesinato, que he comprendo que toda la desgracia del hombre viene de que no se habla con claridad. He tomado el partido de hablar y actuar con claridad, de seguir el buen camino. Por consiguiente, digo que hay plaga y víctimas, nada más. Si diciendo esto, me convierto en plaga yo mismo, al menos es sin mi consentimiento. Intento ser un asesino inocente. Puede ver que no es una ambición muy grande.
Sería necesario, por supuesto, que hubiera una tercera categoría, la de los auténticos médicos, aunque de hecho se encuentran pocos y que debe ser difícil. Por ello he decidido de ponerme del lado de las víctimas, en todo momento, para contener los daños. En medio de ellos, puedo al menos buscar como llegar a la tercera categoría, es decir, a la paz.

Para los que tengan ya cierta edad, La Peste fue un libro imprescindible en su juventud. Había que leerlo sí o sí, como base de la formación del carácter, maestro vital, guía política y requisito para la madurez futura. Era considerado como la obra mayor de Camus, punto de inflexión en su carrera literaria, aquella novela en que había descubierto la solidaridad humana y la había plasmado en forma de plan de acción, auténtico manual de conducta. Esta consideración llevaba a curiosas interpretaciones interesadas, como la de los curas de mi colegio, que hacían de Camus un cristiano sin saberlo él y de La Peste, una cristalización del pensamiento moral de esa religión.

Como sabrán la primacía de La Peste dentro de la obra de Camus se atenuado bastante, cediendo en importancia frente a L'Étranger. En nuestra época cínica y desengañada, el supuesto optimismo humanista, pleno de esperanza y solidaridad, de La Peste nos parece bastante fuera de lugar. Sueños ingenuos que sabemos no se pueden plasmar en la realidad, frente a los que preferimos la desesperación y vacío, esa rebelión solitaria sin objeto, motivo o justificaciones que constituyen el núcleo de L'Étranger. El Nihilismo inconsciente como forma y modelo de conducta

Sin embargo, cabe preguntarse si esta dicotomía entre un Camus optimista y uno pesimista, uno desesperado y otro esperanzado, es real o constituye una ilusión intelectual, debida a lo mucho e interesado que se ha hablado de este libro. Cada uno, como se dice, intentando arrimar el ascua a su sardina.


Tómese por ejemplo el cristianismo subterráneo que supuestamente recorre la novela. El único personaje claramente religioso de la novela, el único que cree y habla de dios, es claramente negativo. Imagina la peste que da título a la novela como un castigo infligido por parte de la divinidad, dirigida contra los pecadores y merecida por ellos, cuyo único remedio es el arrepentimiento y la penitencia. Sus convicciones sólo cambiarán ante la muerte de un inocente, pero ni siquiera entonces se volverán hacia la solidaridad, el humanismo o la caridad cristiana. Lo que buscará, por el contrario, es un martirio estéril a manos de la enfermad, un sacrificio ejemplar que remede el de Cristo, por ello mismo revestida de obsesión y de orgullo, de empecinamiento en el error, que poco tiene que ver con el amor cristiano del que presume esa religión.

Esto nos debería indicar ya que el clima de La Peste es cualquier cosa menos luminoso. Durante toda la novela, incluso cuando llega la liberación final, la sensación es de asfixia e inutilidad, de impotencia y fracaso. La enfermedad llega cuando le apetece, mata y destruye cuando y cuanto se le antoja, para desaparecer sin causa aparente. Sin que en ningún momento los esfuerzos humanos hayan servido para atenuar su impacto o aminorar su progresión, mucho menos contribuir a detenerla. Este clima opresivo es un reflejo de la Segunda Guerra Mundial y de la ocupación alemana de Francia. Comparte con ellas lo repentino y definitivo de su llegada, reflejo del derrumbe de la sociedad francesa ante el empuje de los ejércitos nazis, pero sobre todo la arbitrariedad y inhumanidad con la que esta ocupación se había ejercido. Un régimen militar impuesto para el que todos los ciudadanos eran intrínsicamente culpables y por tanto podían ser eliminados sin justificación alguna. Sin otra que fuera la de la mera existencia, que les hacía enemigos irreconciliables de una ideología que consideraba la guerra, la destrucción y la violencia como virtudes absolutas.

Sin embargo, hay una diferencia fundamental. El régimen nazi estaba formado por personas, movidas por ideas concretas, contra las que se podía luchar, fuera con la pluma o con las armas, uniéndose a esa resistencia que constituía el tema central de Lettres à un ami allemand. Sin embargo, en La Peste el enemigo es invisible, inasible e impredecible. Habita en todas partes y en ninguna, cualquiera puede ser su víctima o ser respetado por ella, pero sin que se pueda establecer una regla, un patrón que permita decidir quienes caerán ante ella, quienes se salvarán. Su presencia imbuye todos nuestros actos cotidianos, incluso cuando creemos habernos sustraído temporalmente a su influjo. Al final, nuestra vida es la peste, la peste es nuestra vida. Como en los libros medievales de la otra peste, la grande del siglo XIV, somos títeres que ella maneja a su antojo, bailamos a su son, hasta que decide retirarnos del escenario, arrojarnos a un rincón.

La lucha contra la peste por tanto, no tiene sentido alguno, puesto que se haga lo que se haga, no se obtendrá resultado claro, mucho menos positivo. Nada que emprendamos, nada que pretendamos y planeemos, servirá frente a su voluntad. Si hubiera querido permanecer unos meses más, incluso años, hubiera destruido cualquier atisbo de sociedad organizada, derribado todas nuestras instituciones, frustrado todas nuestras salvaguardas y protecciones. Si se marchó, fue sólo por capricho, no porque hubiéramos sido capaces de ofrecerle alguna defensa, de oponerle algún obstáculo. Estamos inermes entre sus manos, abandonados completamente a su merced.

Poco lugar para el optimismo, la solidaridad o el humanismo existe en esa situación. De hecho el único espacio que queda para la esperanza es, precisamente, a contrapelo. Surge de una idea central en el pensamiento de Camus, presente ya desde Le Mythe de Sisyphe. Sabemos a ciencia cierta, aunque no lo queramos admitir, que este mundo no tiene sentido, que para él le somos indiferentes, prescindibles, que no hay autoridad alguna a la que podamos recurrir ni voluntad perversa que busque dañarnos. Frente a esta falta de destino, el existencialismo y Camus proponen el acto último de rebelión. No el suicidio o la huida, ni cualquiera de sus posibles mezclas que sólo sirvan para apaciguar nuestro ego.

No, si el mundo es absurdo, seamos nosotros los que le confiramos un sentido una finalidad. Luchemos por que se haga realidad, aunque sea sólo por un instante. Porque al menos quede constancia de que no nos rendimos.

Combatamos el absurdo con el absurdo. El horror de la muerte con el sinsentido de que creer que puede ser vencida.

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