jueves, 5 de noviembre de 2015

El arte de ver y de hacer ver (y X)


























Como ya sabrán de otras entradas, al final de su carrera Stan Brakhage abandonó casi por completo la imagen real para sumergirse en lo que podría llamarse "animación abstracta", a falta de otra definición mejor. Digo esto porque ninguna de las dos etiquetas conviene o define lo que el cineasta experimental americano acabó haciendo en sus últimos años.

Es cierto que se puede hablar de animación al referirse a los cortos finales de Brakhage, pero sólo si se define esta de forma amplia, como cualquier modo y técnica cinematográfica que realiza un tratamiento del material fílmico fotograma a fotograma. Es cierto también que la técnica de animación abstracta elegida por el artista americano no es nueva y se remonta al hallazgo genial de Len Lye en los años 30, consistente en pintar directamente sobre el propio celuloide, pero ahí se acaban sus semejanzas con  Lye o el resto de animadores abstractos, sean estos un maestro como Oskar Fischinger,  contemporáneo de Lye, el multifacético Norman McLaren, o un sorprendente y reciente Mizue Mirai.

La diferencia principal  entre Brakhage y el resto estriba en que la gran mayoría de las obras abstractas buscan levantar una estructura que dé sentido y engarce las sucesivas imágenes que lo componen. Con mucha frecuencia, basándose en el concepto de color como nota musical propuesto por las vanguardias históricas, la abstracción cinematográfica se construye sobre una partitura que sirve de cimientos a toda su estructura. De esa manera, cuando se intenta "narrar" un corto abstracto, es habitual hablar de "ilustración", "armonía" y "baile", para transmitir la idea de que un arte, el visual, se complementa con otro, el sonoro. La música se convierte así en un hilo conductor, unas muletas, en realidad, que permite a la mente orientarse por un paisaje de imágenes que le resultan desconocidas.

Nada de esto ocurre con los cortos abstractos de Brakhage. En primer lugar, porque la música está ausente de la obra de este autor casi desde sus inicios en los años cincuenta. Como otros cineastas, Brakaghe denunció la música como un adminículo innecesario, que o bien distrae de lo visible, lo distorsiona y manipula, o bien se utiliza como soporte para disfrazar la debilidad de lo filmado. Al eliminar el sonido, los cortos abstractos de Brakahage quedan desprovistos de aparente guía y razón, de un elemento externo que ofrezca un hilo de Ariadna hacia el interior de su laberinto, o que simplemente nos sugiera qué debemos sentir y cómo, ante esas imágenes sin correlato en la naturaleza.

Aún así, a pesar de renunciar a la música debido a su riesgo de manipulación sentimental, los cortos de Brakhage podrían haberse dotado de una estructura interna propia. Sus imágenes podrían evolucionar de lo sencillo a lo complejo, transformarse y metamorfizarse unas en otras, ofrecer una lógica nueva que permitiese seguir su curso para luego, una vez acabado el corto, narrarlo y describirlo a otros. Sin embargo, Brakhage había renunciado también, desde hacía décadas, a toda tentación narrativa, fuera implícita o explícita. Sus cortos de imágen real son caleidoscopios, casi cacoicónicos, en donde imágenes de muy diferente origen, encuadres o acabados se acumulan, yuxtaponen y amalgaman, ocultando casi por completo los motivos y razones que movieron al autor a rodarlo.

Se permite así que sea el propio espectador quien construya su propio corto sobre el material suministrado por Brakhage, de manera  que el espectador devendría así un artista por mérito propio, creador activo sin cuya presencia e intervención el corto quedaría incompleto. Si esto es cierto en general para casi cualquier corto de Brakhage, lo es más para sus obras abstractas, de las que apenas se puede decir otra cosa que son una sucesión de pinturas aisladas, cada una presentada durante un único fotograma, como mucho dos, sin que tengamos tiempo para asimilarlas, interpretarlas o asociarlas.

Toda captura de sus cortos, como las que yo he hecho en estas entradas, es por tanto una traición, porque la abstracción de Brakhage sólo puede definirse como riada o catarata. Una sucesión sin tregua y sin descanso de colores, formas y luces, que no puede ser descrita, estructurada o narrada, por muchas veces que se vea o se intente.  Lo único que se puede decir, tras haberlos visto, es que se ha sentido, experimentado, algo similar a un trance, del que se se emerge, a la vez, contradictoramente, exhausto y renovado, ignorante y sabio, confuso e iluminado.

Y para terminar, mis capturas traidoras son de "..." Reel Five (1998), las de arriba  y Persian Series  (1999) las de abajo, con las que se cierra esta serie de entradas dedicadas a Brakhage y su obra.


























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