lunes, 3 de diciembre de 2012

Foreigners and Eccentrics

Turner, Storm Effect
La manera en que se está anunciando la exposición actual de la Fundación Juan March, La Isla del Tesoro, arte británico de Holbein a Hockney, es que las Islas fueron uno de los grandes centros del arte europeo de los últimos cinco siglos. Esta afirmación lapidaria nace de la refutación de un mito ampliamente extendido, según el cual el arte británico no existió y cuando lo hizo es más bien olvidable, como las manías que le perdonamos a un buen amigo, más que estimable por otros muchos conceptos.

El problema es que ambas afirmaciones son generalizaciones válidas como lemas publicitarios, pero que ocultan una verdad mucho más rica y compleja. Cualquiera que se de un paseo por esa exposición se dará cuenta de un pequeño detalle: la mayoría de las obras allí expuestas fueron creadas bien por extranjeros residentes en las Islas Británicas (Holbeing, van Dick, Whistler, por nombrar unos cuantos nombres) o por excéntricos inclasificables que a pesar de su influencia y su fama posterior, ni dejaron seguidores no crearon escuela (Turner o Blake, por nombrar a los más grandes de entre ellos)

De hecho, el arte británico se caracteriza por estar aislado, disociado, de las corrientes de moda en el resto de la Europa coetánea, excepto en dos ocasiones, la segunda mitad del siglo XVIII, el tiempo de retratistas como Gainsborough, Reynolds o Lawrence, y la vanguardia de la postguerra europea tras la segunda guerra mundial, en la que los artistas británicos fueron protagonistas e impulsores de al menos dos de los movimientosde la segunda mitad del siglo XX: los diferentes informalismos/expresionismos y la última vuelta de tuerca del modernismo, el pop.

Constable, Bedham Lock and Mill

En el caso del arte británico del siglo XVIII, esta sincronía del arte británico con el europeo es tanto más llamativa cuanto los cuadros allí expuestos tienen un claro aire de familia que no puede escapar a cualquier visitante asiduo al Museo del Prado. Se trata por supuesto de su afinidad con un Goya que a muchos hará pensar en extrañas influencias a favor del pintor aragonés, cuando en realidad ambos ingleses y español, beben del legado de los venecianos, empezando por Tiziano, decantado a través del filtro de los pintores barrocos, encabezado esta vez sí por un español, el Velazquez que enseñó a dos siglos de pintores como la realidad podía ser representada de forma precisa y convincente con meros anotaciones y esbozos.

Es en ese instante, como digo, cuando por primera vez en época moderna, el arte británico y el continental están en sintonía, no sólo por esa pertenencia a un estilo internacional propio y común a toda Europa, sino especialmente porque por primera vez los nombres que promueven ese estilo son naturales del país, no emigrantes cuya fama ya estaba cimentada con anterioridad, como pudiera ser el caso de Holbein o van Dick.

Henri Moore, Mother and Child

Este idilio duraría poco. Demasiado nombre. Los siguientes nombres famosos, el caricaturista Hoggart y el místico Blake, no tienen homólogos en el continente, especialmente por su doble naturaleza de pintores/ilustradores, para los que el texto es tan importante como la imagen, que debe ser leída e interpretada de una forma muy concreta, la dictada por el propio pintor. Si acaso, podríamos compararlos con la figura de un Daumier en Francia, pero si bien Daumier y Hoggart podrían ser comparables, en sus facetas de caricaturistas, la figura de Blake es demasiado grande para caber en este tipo de comparaciones, como demuestra el hecho de que a pesar de su continua presencia en todo el arte posterior, esta al final termina por suscitar solo copistas, al ser demasiado perfecta como para constituir un punto de partida.

Avancemos unas cuantas décadas, hasta encontrar la doble cumbre de Constable y Turner. Muchas veces se les ha asociado con los impresionistas, calificándolos de impresionistas - algo que puede convenir a Constable, pero no a Turner, cuya auténtica influencia sólo empezaría a ser notada con la abstracción - sin reparar en que si bien el impresionismo surge de una cadena continua de pintores realistas/paisajistas que jalonan los dos primeros tercios del XIX francés, el paisajismo Inglés de la época victoriana pronto evoluciona hacia un cuasi fotorrealismo al que le son ajenos tanto el abocetamiento que busca reflejar el instante tan propio de Constable, como la deriva abstracta de un Turner en su intento por reflejar los efectos de la luz, el mar y las nubes, mientras que el único impresionista inglés, Sisley, extrañamente ausente en esta muestra, desarrolló su carrera en Francia.

De hecho, todos estos paisajistas ingleses victorianos han sido casi olvidados por el público moderno, más atraído por la obra de los miembros de la hermandad prerafaelista, representantes de esa otra gran corriente de la pintura Europea, el simbolismo del que Blake podría ser un precursor, pero que presentan el gran incoveniente de haber desarrollado su trabajo antes de la revuelta impresionista. Su trabajo, al contrario que el de los simbolistas franceses del último tercio del XIX nos parece antiguo y caduco, puesto que no tuvieron la oportunidad de abrevar en  las fuentes de la vangüardia, como ocurriera con un Odilon Redon o un Gustave Moureau.

Barbara Hepworth, Forms in Echelon

La vangüardia inglesa, por otra parte, es semejante a contemplar un inmenso páramo. Frente al protagonismo Francoalemán en los años cruciales que van de 1900 a 1939, al que acudieron pintores de todos los rincones de Europa, algunos incluso consiguiendo que su país adquiriese en el extranjero un prestigio artístico ausente en sus tierras de origen - caso de España -  el reino unido apenas tiene un nombre que aportar a esta explosión de creatividad europea, sea en el reino unido, sea como miembro de la bohemia parisina o berlinesa. Puede citarse la excepción de Wyndham Lewis, como auténtico vangüardista británico, pero es imposible no tener la impresión de que se trata de una figura de segunda fila, agigantada por un vacío vergonzoso.

Es sólamente después de la segunda guerra mundial cuando el arte británico surge inesperadamente como uno de los pilares del arte Europeo, pero aún así no deja de perder ese aire de individualidades aisladas, caso de Freud, Bacon o Moore, encerradas en su torre de cristal en la cual no hay espacio para otros que no sean ellos mismos. Este individualismo/particularismo llega a contaminar un movimiento tan ajeno a cualquier pensamiento elitista como es el pop, que si en el otro lado del Atlántico acaba por celebrar la sociedad de consumo, sus ídolos y mitos, en el reino unido es ante todo un arma de crítica y reforma social, ocupada en revelar la desnudez de los estereotipos en que pretenden encasillarnos.


Bridget Riley, Cataract

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