martes, 25 de diciembre de 2012

Après le déluge

La historia oficial, o al menos la historia oficial que yo aprendí, contaba que tras la casi muerte/asesinato de la vanguardia europea en los años que precedieron a la Segunda Guerra Mundial y durante ese mismo conflicto, ésta había tenido que refugiarse en tierras americanas, donde el modernismo resurgiría y florecería en las últimas tres décadas de su existencia, hasta su muerte y disolución en los setenta. El destino de esa mismas vanguardia en tierras europeas, una vez amputado de sus figuras principales, era por tanto el de una larga decadencia hasta su disolución, poblado por las últimas producciones de las viejas glorias y una larga serie de figuras secundarias, cuyos nombres se mezclaban en una espesa niebla artística en la que resultaba difícil vislumbrar algo de interés.

Como muchas generalizaciones, ésta era a la vez cierta y falsa, y poco a poco, a medida que el tiempo ha ido derribando antiguos ídolos de sus pedestales, esa niebla se ha ido disipando, haciendo visible un paisaje desconocido, que sólo por eso ya merece nuestra atención. No es de extrañar, por tanto, que en los últimos años se hayan multiplicado las exposiciones dedicadas al espacio temporal entre 1945 y 1970, para hacernos reconocer la fuerza y la importancia de las manifestaciones artísticas de la Europa de ese tiempo, más allá de la vaga etiqueta de un informalismo o informalismos, que nada definen y a nada comprometen.

El MNCARS, gracias a su condición de museo de arte contemporáneo sin colección de arte contemporáneo, se ha mostrado bastante activo en esa tarea, como se puede comprobar en la nueva organización de su colección permanente, especialmente la dedicada al arte post-1945, la magnífica exposición dedicada a las raíces del postmodernismo en la raya de 1960, o la que quisiera comentar aquí, ya finalizada y que a punto estuve de perderme. Se trata de la magnífica Espectros de Artaud, que realmente se convierte en una exploración del movimiento literario llamado Lettrismo, fundado por Isidore Isou y con la estrecha colaboración de Gabriel Pomerand y Maurice Lemaître, pero cuya repercusión se extenderá a ámbitos insospechados, como el musical, afectando de una manera u otra, a personalidades indiscutibles como Cage, Henry o Ligeti.

Las bases estéticas del Letrismo son sencillas y por eso mismo, revolucionarias. Al igual que las artes plásticas se habían liberado de tema y significado, el Lettrismo, en la estela de tantos intentos por una poesía pura, buscaba hacer lo mismo con la literatura, sólo que esta vez renunciando a la propia palabra, de forma que el texto se redujese a una secuencia de fonemas y letras, cuya belleza, o mejor dicho su impacto, surgiese de su asociación. Este punto de partida conlleva una segunda, y más importante revolución, la poesía letrista no es una poesía para ser leída, sino una poesía para ser vista y escuchada. Una poesía que acaba al final convertida en cuadro, al utilizar todo tipo de alfabetos y signos tipográficos, desprendidos - o no - de sus significados originales, o bien en simple secuencia sonora que termina siendo asimilable a una composición musical, lo que explica su íntima relación con la vanguardia musical a la que me refería antes, especialmente con esos compositores que intentaban dilucidar qué era ruido, que era música.


Esta iconoclastia consistente en reventar la sintaxis linguistica para recomponerla de otra manera, les llevó a aplicar su método a otras sintaxis recién fijadas, como la del cine, en la que tanto Isou como Lemaître, dejaron sendas obras fundamentales. No obstante, esta dependencia de formatos inusuales, el libro de tipografía no convencional, el film no comercial, la grabación en vivo, ha contribuido desgraciadamente a la desaparición casi completa de su obra de los mapas mentales de los aficionados, al no poderse topar uno con ella en las paredes de los museos, las salas de cine o la programación radiofónica, como ocurriría con otros proponentes de la vanguardia que cultivaban formatos más convencionales, mientras que las ediciones de época no han sido reemplazadas con copias actualizadas, imposibilitando que el aficionado pueda hacerse una idea de lo que es realmente este movimiento, más allá de lo que le haya sido contado.

Esta imposibilidad de reproducción hace que el catálogo editado para esta ocasión sea especialmente inutil, ya que lo que resulta más atractivo, lo que realmente fascina al visitante de esta exposición, son las inmensas novelas ilutradas de Issou, Lemaïtre y Pomerand, los sendos filmes de Issou y Lemaître, amén de las incursiones musicales de los Letristas o de los músicos que buscaban integrar el ruido en sus composiciones.

Y así lo único que nos queda es el recuerdo y lo muy poco que podamos hallar por la Internet, lo cual en cierta manera no debe estar muy lejos de las intenciones de estos artistas para los cuales la acción directa, el happening y la performance, como se llamarían luego, ese acontecimiento artístico que sólo involucaría a unos pocos y cuya importancia estribaría en convertise en leyenda, era tan importante o más que el resto de su producción artística.

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