Estaba revisando últimamente los diferentes animes de Black Lagoon, concretamente, su segunda entrega, The Second Barrage, y debo decir que la evolución reciente de esta escuela de animación ha convertido lo que era un obra notable en su tiempo en un producto casi excepcional. O dicho de otra manera, que comparado con el mundo de personajes moe, conflictos propios de débiles mentales y ligereza rayana en la banalidad, esta serie parece venida de otro mundo, del auténtico mundo adulto en el que viven sus personajes.
Este juicio puede parecer exagerado, como siempre, pero si se compara Black Lagoon de mediados de la década pasada, con Jorgmungand, un intento reciente de volver a un mundo similar, el de la delicuencia organizada, se verá como este último producto ha sido corrompido, carcomido y podrido por ese complejo moe-kawai que los otakus japoneses exigen en todas sus series y que corre el peligro de matar al anime, si no lo ha hecho ya.
No es que en Black Lagoon no aparezcan, aquí y allá, rasgos que recuerdan a este odioso complejo moe-kawai. Basta recordar los dos infantes gemelos que protagonizan la primera historia de The Second Barrage, las dos sirvientes, Roberta y Fabiola, vestidas de forma anticuada y ridícula, que hacen su aparición en la serie original y que tendrán un especial protagonismo en la tercera entrega, Roberta's Blood Trail. Había señalado también la larga lista de personajes excéntricos, de auténtico Grand Guignol, que pueblan la ciudad maldita de Roanapur, el hogar de nuestros protagonistas, y que sirven para hacer humorísticas las explícitas escenas de violencia.
Estos factores bastarían para demoler series menos sólidas que ésta, pero en el caso de Black Lagoon, sirven de contrapeso al verdadero tema que palpita tras esa fachada de ligereza. El hecho de que los protagonistas, y de forma indirecta, los espectadores, viven en lo que nos se puede calificar de otra manera que no sea de círculo del infierno. Una obscuridad insondable que poco a poco devora a todos los que se adentran en ella, exterminando a los más débiles, y convirtiendo a los supervivientes en sirvientes suyos, colaboradores voluntarios que comparten sin reservas la locura abrasadora que mantiene en marcha a la ciudad de Roanapur.
Este tema, el traánsito de los personajes de un mundo normal, pacífico, reglado y ordenado, a la anarquía en estado puro, donde solo existe la ley del más fuerte, es el tema subyacente en la película. Una transición, de la legalidad a la legalidad, de la cual no hay retorno ni liberación, si no es la muerte, y que todos los personajes que pueblan la serie han tenido que afrontar en algún momento, con el agravante de que los mayores y más crueles dirigentes de los poderes que gobiernan Roanapur fueron, en el pasado, defensores a ultranza de la justicia y los débiles, como es el caso de Balaika y de Chang. Metaformosis que puede parecer imposible, pero que en la serie parece obedecer a cierta lógica perversa, según la cual, aquellos capaces de mantenerse puros, incluso en el infierno, acabarán siendo arrojados al basurero por el mismo mundo al que defienden, viéndose convertidos, por rencor y despecho, en los mayores enemigos de esos ideales sacrosantos en los que habían depositado su fe.
Esta transición, ejercida en un tiempo pasado para algunos de los personajes, es el tema principal de la serie, y se encarna en quien es su protagonista, el empleado japonés de nombre Rock caído en ese mundo tan extraño al mundo civilizado de los países desarrollados y que actía como guía de los espectadores, también pertenecientes al mundo de Rock, en ese otro mundo. Un personaje que al principio parece no ser otra cosa que una nota discordante, mostrada en su insistencia en vestir las ropas de su antiguo trabajo, un inocente que será reventado por el torbellino de violencia de Roanapur, pero que poco a poco, en una perversión de su papel de guía, va encontrando un placer mayor en dejarse cautivar por ese mundo de violencia sin límites, de forma que al final de la serie, parece que vaya a convertirse, como Balalaika o Chang, en uno de los dirigentes de ese mundo de libertad absoluta... para los que tengan armas.
Una pérdida de la inocencia que, curiosamente, según se nos insinua, puede suponer la caída en la demencia definitiva para otro personaje, la pistolera Revy, su introductora en ese mundo y al mismo tiempo su protectora. Alguien que parecía monolítico, animada simplemente por una única pasión, la del uso de las armas, pero que en medio de su furor parece haber encontrado en Rock un último asidero, la prueba de que existe otro mundo fuera de aquel infierno en el que siempre ha vivido, pero que puede quebrarse, como digo, en cuanto Rock realize su tránsito definitivo al mundo de Roanapur, ese lugar del que, como ocurre con la muerte, jamás se vuelve.
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