It was already 4 p.m. by the time they were ready, but d'Enghien knew from Freiburg how quickly the Bavarian could dig in and did not want to give them the night to complete their works. The French guns could not compete witjh the Bavarians' that were protected with earthworks, so d'Enghien ordered a frontal assault at 5 p.m. He was soon fully occupied with the fight for Allerheim, leading successive waves of infantry over the entrenchments, only to be hurled back by fresh units fed by Mercy from the centre. The thatched roofs of the village soon caught fire, forcing the defenders into the stone buildings. The French commander had two horses shot under him and was himself saved by his breastplate deflecting a musket ball. Mercy was not so fortunate as he entered the burning village around 6 p.m. to rally the flagging defence. He was shot in the head and died instantly. Ruischenberg assumed command and repulsed the French.
Peter H. Wilson Europe's tragedy
Hay una tendencia en la historia militar (y en general en toda historia) a intentar buscar una explicación a los hechos basada en leyes objetivas e inquebrantables, de manera que el azar, los defectos de los actores participantes, todo aquello que no es mensurable y cuantificable, sea expulsado de la ecuación. De esa manera, las batallas y las guerras parecen ya decididas desde un principio por el número de combatientes, su capacidad industrial, su mayor nivel tecnológico, la calidad de los planes de batalla o la de sus organizaciones.
Sin embargo, cuando se lee un poco más de la historia militar se descubre que el azar es esencial, consustancial al ejercicio de las armas. Clausewitz, una de las mentes más lúcidas en este campo, hablaba de un factor X, del que puede cambiar completamente el curso de una batalla, independientemente de las características de los contendientes, y su opinión está fundamentada en hechos, ya que las guerras napoleónicas, en las que él fue protagonistas, abundan en batallas que no transcurrieron como debían, a pesar de la leyenda de invencibilidad creada alrededor del hombre que genial, Napoleón, que les da nombre.
Debería ser sabido por todos como una de las grandes victorias de Napoleón, Marengo, estuvo a punto de no serlo, ya que a pesar de sus cuidadosos preparativos, el general corso se topo con el enemigo donde éste no debía estar y tuvo que enfrentarse a él con fuerzas reducidas. El resultado fue un batalla perdida a la mitad del día, a la que se dio la vuelta con la llegada en el momento preciso, pero no previsto, de las fuerzas comandadas por el General Desaix. Otra batalla que estuvo a punto de torcerse fue la de Jena/Auerstadt, donde le grueso del ejército francés lucho en Jena contra la retaguardia prusiana, creyendo que combatía a la fuerza principal, mientras esta intentaba abrirse paso a través de la vanguardia francesa en Auerstadt, lo que fue evitado por la pericia del general Davout y el perfecto entrenamiento de las unidades francesas de esa época... y le valió a Davout el ser relegado, por haber estado a punto de robarle la gloria al corso.
No obstante, la palma se la lleva la batalla de Eylau Prusiana, donde un cúmulo de errores debido a las condiciones atmósfericas (pocas horas de luz, cielo cubierto, nevadas frecuentes) hicieron extraviarse a las fuerzas con que el mariscal Augereau debía atacar al flanco ruso y las hicieron aparecer en la tierra de nadie que separaba ambos ejércitos, con el resultado de que ambos bandos las confundieron con fuerzas enemigas, abriendo fuego contra ellas, lo que llevo a la aniquiliación de la columna y casi acaba con la vida del Augereau, que tras la experiencia se convirtió en un general demasiado prudente y cauto, como demostraría su posterior trayectoria en España.
En este sentido, la Guerra de los Treinta Años, es un ejemplo perfecto de ese azar, de esa casualidad que deshace los mejores planes. No es ya que acabe siendo un inmenso forcejeo, en el que se alternan derrotas y victorias de los diferentes bandos, sin que ninguna consiga inclinar definitivamente la balanza, hasta terminar en un autñentico match nulo, en el que cesa el combate porque los bandos están demasiado agotados para continuar la lucha. Es simplemente que a lo largo de ese conflicto, el incendio incontrolable de la guerra acaba por devorar ejércitos enteros, antes los mejores, más poderosos y más temidos, mientras que los generales que los mandan brillan un instante para desvanecerse al siguiente, independiente de su valía y sus virtudes, en un carrousel constante y sin fin, del cual incluso los historiadores acaban por desentenderse, hartos de ver siempre repetirse lo mismo, con lo que los protagonistas de la última fase, como el general bávaro Mercy, apenas son recordados, aunque en muchos casos, sean mejores que muchos capitanes de la primera fase de la guerra.
Y es aquñi precisamente, donde se manifiesta ese azar y casualidad que gobierna los conflictos bélicos, como se puede apreciar en el fragmento incluido. Porque ese general bávaro, maestro en el planteamiento y resolución de los franceses, rival temido y admirado por los franceses, sale de escena de la forma más trivial posible, alcanzado por una bala en una batalla que está a punto de vencer, lo cual provoca que se pierda la batalla y se derrumbe la resistencia que había impedido durante años que los franceses cruzaran el Rin hacia Baviera.
Un derrumbamiento provocado sobre todo por razones psicológicas y no tanto materiales, como pensarían los historiadores más objetivos, ya que esa súbito giro en el conflicto se debe a que tanto amigos como enemigos piensan que, caído ese general, ya nadie podrá ocupar su lugar, sintiéndose por tanto los unos vencidos de antemano, lo otros vencedores seguros.
Peter H. Wilson Europe's tragedy
Hay una tendencia en la historia militar (y en general en toda historia) a intentar buscar una explicación a los hechos basada en leyes objetivas e inquebrantables, de manera que el azar, los defectos de los actores participantes, todo aquello que no es mensurable y cuantificable, sea expulsado de la ecuación. De esa manera, las batallas y las guerras parecen ya decididas desde un principio por el número de combatientes, su capacidad industrial, su mayor nivel tecnológico, la calidad de los planes de batalla o la de sus organizaciones.
Sin embargo, cuando se lee un poco más de la historia militar se descubre que el azar es esencial, consustancial al ejercicio de las armas. Clausewitz, una de las mentes más lúcidas en este campo, hablaba de un factor X, del que puede cambiar completamente el curso de una batalla, independientemente de las características de los contendientes, y su opinión está fundamentada en hechos, ya que las guerras napoleónicas, en las que él fue protagonistas, abundan en batallas que no transcurrieron como debían, a pesar de la leyenda de invencibilidad creada alrededor del hombre que genial, Napoleón, que les da nombre.
Debería ser sabido por todos como una de las grandes victorias de Napoleón, Marengo, estuvo a punto de no serlo, ya que a pesar de sus cuidadosos preparativos, el general corso se topo con el enemigo donde éste no debía estar y tuvo que enfrentarse a él con fuerzas reducidas. El resultado fue un batalla perdida a la mitad del día, a la que se dio la vuelta con la llegada en el momento preciso, pero no previsto, de las fuerzas comandadas por el General Desaix. Otra batalla que estuvo a punto de torcerse fue la de Jena/Auerstadt, donde le grueso del ejército francés lucho en Jena contra la retaguardia prusiana, creyendo que combatía a la fuerza principal, mientras esta intentaba abrirse paso a través de la vanguardia francesa en Auerstadt, lo que fue evitado por la pericia del general Davout y el perfecto entrenamiento de las unidades francesas de esa época... y le valió a Davout el ser relegado, por haber estado a punto de robarle la gloria al corso.
No obstante, la palma se la lleva la batalla de Eylau Prusiana, donde un cúmulo de errores debido a las condiciones atmósfericas (pocas horas de luz, cielo cubierto, nevadas frecuentes) hicieron extraviarse a las fuerzas con que el mariscal Augereau debía atacar al flanco ruso y las hicieron aparecer en la tierra de nadie que separaba ambos ejércitos, con el resultado de que ambos bandos las confundieron con fuerzas enemigas, abriendo fuego contra ellas, lo que llevo a la aniquiliación de la columna y casi acaba con la vida del Augereau, que tras la experiencia se convirtió en un general demasiado prudente y cauto, como demostraría su posterior trayectoria en España.
En este sentido, la Guerra de los Treinta Años, es un ejemplo perfecto de ese azar, de esa casualidad que deshace los mejores planes. No es ya que acabe siendo un inmenso forcejeo, en el que se alternan derrotas y victorias de los diferentes bandos, sin que ninguna consiga inclinar definitivamente la balanza, hasta terminar en un autñentico match nulo, en el que cesa el combate porque los bandos están demasiado agotados para continuar la lucha. Es simplemente que a lo largo de ese conflicto, el incendio incontrolable de la guerra acaba por devorar ejércitos enteros, antes los mejores, más poderosos y más temidos, mientras que los generales que los mandan brillan un instante para desvanecerse al siguiente, independiente de su valía y sus virtudes, en un carrousel constante y sin fin, del cual incluso los historiadores acaban por desentenderse, hartos de ver siempre repetirse lo mismo, con lo que los protagonistas de la última fase, como el general bávaro Mercy, apenas son recordados, aunque en muchos casos, sean mejores que muchos capitanes de la primera fase de la guerra.
Y es aquñi precisamente, donde se manifiesta ese azar y casualidad que gobierna los conflictos bélicos, como se puede apreciar en el fragmento incluido. Porque ese general bávaro, maestro en el planteamiento y resolución de los franceses, rival temido y admirado por los franceses, sale de escena de la forma más trivial posible, alcanzado por una bala en una batalla que está a punto de vencer, lo cual provoca que se pierda la batalla y se derrumbe la resistencia que había impedido durante años que los franceses cruzaran el Rin hacia Baviera.
Un derrumbamiento provocado sobre todo por razones psicológicas y no tanto materiales, como pensarían los historiadores más objetivos, ya que esa súbito giro en el conflicto se debe a que tanto amigos como enemigos piensan que, caído ese general, ya nadie podrá ocupar su lugar, sintiéndose por tanto los unos vencidos de antemano, lo otros vencedores seguros.
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