martes, 15 de septiembre de 2009

No wall


Mushishi, una de las mejores series de anime de este decenio a punto de terminar, es una triple excepción.

Primero, porque una producción de este calibre no surgió de un estudio de los grandes, aquellos que destacan por su presupuesto o por su calidad, sino de un estudio menor, Artland, casi desconocido en aquel entonces y que no ha vuelto a acercarse desde entonces a los niveles que alcanzara en esta ocasión, de manera que es posible hablar casi de milagro.

Segundo, porque a pesar de tratarse de una adaptación más que literal del manga del mismo nombre, hasta el extremo de que puede uno reconocer las viñetas individuales en los fotogramas, consigue elevarse por encima del material original, aportando un ritmo pausado y reposado que el manga es incapaz de conseguir, ya que las escasas páginas de cada episodio, se transforman en veinte minutos de animación, con lo que la tranquilad, el reposo, la eternidad y atemporalidad presentes en el material original se hacen palpables, un camino que el visitante se ve obligado a recorrer, no a su paso, sino al marcado por esa ruta.

Es más, en un cómic donde es primordial reflejar la belleza de la naturaleza, lo convivencia constante del hombre con ella y el sentimiento permanente de que no somos otra que cosa que un animal más, el hecho verse obligado a describir el mundo en blanco y negro, en viñetas congeladas, constituye una limitación que sólo puede ser superada por un auténtico genio del llamado arte secuencial. En sentido, el anime, al incorporar a la narración los colores auténticos de la naturaleza, el transcurrir del tiempo, de la mañana a la noche, los diferentes cambios de luz, los sonidos que nos rodean, o simplemente el movimiento de los personajes en el amplio formato del 16:9, consigue una efecto de inmersión, de abandono de este mundo por el otro simulado en la pantalla, que las viñetas son incapaces de conseguir.

Y aquí entra la tercera excepción, porque estoy hablando no de adaptación, sino de translación, y de una translación eminentemente decorativa y preciosista, lo cual podría haber dado lugar a un producto vacío y huero, frío e inútil, pero el caso es que los conflictos que aparecen en cada episodio, las pasiones y tragedias que afectan a los personajes, narradas, como digo sin apresuramiento ni exageración, casi con un punto de desapego, el propio del protagonista que viaja de pueblo en pueblo y muchas veces no es otra cosa que un espectador como nosotros, incapaz de influir en los sucesos que presencia, se convierten en memorables, en realmente importantes y devastadoras.

Una narración pausada y tranquila, atenta al detalle tanto en en el ambiente como en las acciones de los personajes, que consigue atrapar al espectador en el ambiente descrito, haberle partícipe de lo que está sucediendo como si el estuviera allí y sufriera lo que están sufriendo los personajes, de tal manera que, muchas veces, me he quedado viendo pasar los títulos de créditos, escuchando la música, siempre distinta, pero siempre atemporal y eterna, con la que finaliza cada episodio.

De manera que aún sigo recordando muchos de ellos, cuando hace ya cinco años que los viera por primera vez.

2 comentarios:

naholcusr dijo...

Buenísimo texto, estoy deacuerdo en todo lo que has dicho, incluso en lo de quedarse embelesado con los creditos jajaj

David Flórez dijo...

Era algo que me pasaba con demasiada frecuencia, el no poder levantarme de la silla una vez terminado el capítulo