miércoles, 3 de junio de 2009

Shadows, Shadows (y III)

He hablado ya muchas veces de el problema de los cánones en arte, simplemente porque suelen construirse desde un estilo dominante, intentado por tanto explicar la evolución de una disciplina desde el punto de vista de moda en ese instante, intentando embutir cualquier fenómeno artístico en las categorías de precursor, fundador o seguidor del ideal artístico definido en el canon, para despreciar o simplemente ocultar todo aquello que no encaja o es irreductible a los parámetros estético propuesto... unos cánones que, por supuesto, cuando se produce el cambio de paradigma, se convierten en listas estériles e inútiles, objetos de rechifla de los jóvenes, y no tan jóvenes que creen haber roto las cadenas y los corsés de la generación anterior.

En pintura, el modernismo/formalismo del siglo entre 1880-1980 sigue pesando como una losa en nuestra visión actual, al menos en la que sirve de lente a la mirada de los aficionados o del simple curioso. En sí, como ya he comentado, el canon que hemos heredado era muy sencillo, y se basaba en la transición del realismo a la abstracción, pasando por el impresionismo, de forma que la valía de un pintor se medía por su estricta concordancia temporal con la etapa en la que se encontraba esa evolución. Así quienes se adelantaban eran considerados visionarios y revolucionarios, mientras los que se apartaban o simplemente encontraban que la corriente vanguardista no se ajustaba a su temperamento, eran calificados de conservadores y retrógrados, cuando no de traidores, como fue el caso de Derain o Giorgo de Chirico

Así ocurrió también que la otra gran corriente pictórica de finales del siglo XIX, el Simbolismo fue arrinconada en las enciclopedias, descuida por los historiadores, sólo porque en vez de pretender encontrar la forma, buscaban mostrar el concepto. De ahí también que exposiciones temáticas como La Sombra de la Thyssen/Cajamadrid sean tan importantes, pues al intentar ilustrar una idea en pintura, se ven obligados a dejar de lado los movimientos estruendosos y los nombres famosos, para transitar carreteras secundarias y rebuscar en rincones escondidos.

Para encontrar cuadros tan turbadores, por la descripción hiperrealista y sensorial de amenazas desconocidas como la Noche de Spillaert.


o obras tan magníficas en su sencillez y desnudez, en la crónica del vacío y la banalidad como La escalera de Xavier Mellery



O cuadros absolutamente clásicos, pero al mismo magníficos en su ejecución y en su cercanía, como este desnudo de Felix Valloton


Nombres olvidados, obras sin repercusión, que aparecieron y desaparecieron sin hacer ruido, pero que un lector que conozca realmente de la historia de la pintura, sabrá que son peligrosamente cercanps a los mayores desvaríos de la vanguardia del siglo XX.

Splamente porque uno de los grandes movimientos de ese siglo (cuando no para algunos, el movimiento por antonomasia) no es otro que el surrealismo, cuyas raíces no están en la búsqueda constante de la forma pura que desemboca en la abstracción, sino en los misterios, las ambigüedades, los presagios, todo aquello en fin que se oculta en la obscuridad, que nos atrae y repele al mismo tiempo y que constituye un sentir común con esos simbolistas que durante largo tiempo fueron olvidados por el arte y su historia.

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