lunes, 29 de diciembre de 2008

Art Guerrillas


Como ya he comentado en varias ocasiones, el panorama expositivo madrileño suele dividirse en big ones, bautizadas así por los medios y que tienden a revelarse decepciones, excepto en casos contados, y small ones que apenas reciben atención mediática, pero que para cualquier interesado en eso del arte sin mayúsculas se tornan especialmente reveladoras.

Una de estas small ones es la muestra Arte Conceptual de Moscú, 1960-1990, abierta en la fundación Juan March, de cuya repercusión en el público en general puede dar cuenta el hecho de que ayer, cuando la visitaba por segunda vez, encontré que las vigilantes habían montado una pequeña tertulia en el vestíbulo, dada la ausencia de visitantes... una reunión que me dio cierto reparo interrumpir puesto que, en cierta medida, habían restituido cierta idea/visión del arte, aquella que no se basa en la adoración rendida, sino en la discusión, la comparación y el debate.

Lo que si era triste es precisamente esta falta de visitantes, ya que esta exposición, como ninguna otra de este otoño ilustra y pone sobre el tapete uno de los problemas más acuciantes del fin del siglo pasado y el comienzo de este nuevo: la relación del arte con la sociedad o mejor la capacidad o incapacidad de éste para actuar y modificar la sociedad (o por decirlo de otra manera, no habría mayor felicidad para un poeta que escuchar sus versos en boca de toda).

¿Y como presenta esta influencia/acción del arte sobre la sociedad? En primer lugar tenemos un movimiento artístico que surge en una Europa dividida ideológicamente entre capitalismo y comunismo y que es capaz de medrar y fructificar en ambos ámbitos, puesto que su objetivo es poner en tela de juicio los fundamentos del sistema, sea éste el que sea, utilizando para ello las armas del absurdo, mejor dicho, sacando a la luz el absurdo que anida en todo posicionamiento o formulación ideológica para provocar así su desmoronamiento.

Éste quizás sea el único punto de contacto entre ambas variantes del movimiento, ya que una vez nacidos, sus biografías divergieron inevitablemente. Lo que podríamos llamar Conceptualismo Occidental se enfrento a un enemigo con el que no había contado, la fagocitación, o mejor dicho la metamorfosis del rebelde en soporte del sistema, un efecto perverso del capitalismo moderno que consiste en no tener ideología, o mejor en adoptar sólo aquella(s) que producen efectos monetarios, con lo cual el crítico, el opositor, el rebelde se ve enfrentado a una paradoja irresoluble, ya que la única forma con la que su crítica puede tener éxito es precisamente no teniendo éxito, puesto que al tener éxito, su obra, su crítica de la sociedad mercantil se convertirá inmediatamente en un objeto mercantil y por tanto dejará de ser crítica, mientras que si se aparta de ese camino, su crítica no tendrá ninguna repercusión, al no llegar a ser escuchada por nadie.

Muy distinto fue el destino de los conceptualistas soviéticos, ya que ellos se enfrentaban a una ideología petrificada, sustentada y soportada por dogmas que no podían ser cambiados, a riesgo de derribar todo el sistema,como de hecho ocurriría en 1985-1991, cuando Gorbachov, ingenuo él, creyó poder abrir la jaula en la que estaba encerrada la libertad y que ésta no abandonaría su prisión... Cosas que ocurren a los que no han leído a Tocqueville.

De esta manera, los conceptualistas rusos se encontraron en cierta manera el paraíso. Su forma nunca podría ser fagocitada o transformada por el sistema al que criticaban, eran completamente incompatibles como el agua y el aceite, y nunca podrían figurar en las exposiciones y ocasiones oficiales, ya que eso significaría que el sistema soviético, por definición perfecto, admitiera públicamente que no lo era y estaba necesitado de reforma. Ese error que cometiera Gorbachov y que sus colegas chinos, mucho más astutos, han evitado magistralmente, como si hubieran leído el Gatopardo.

Asímismo, ése estar fuera del sistema no reducía su repercusión, el impacto que tenían sobre la cultura y la sociedad de su época. Aunque su obra fuera invisible, aunque sus exposiciones fueran clandestinas, aunque sus nombre quedaran desconocidos, el mismo hecho de apartarse, de estar fuera, marcaba y teñía con su impronta todo el tiempo histórico en que vivían

Simplemente porque en el sistema soviético, el autoproclamado paraíso de la humanidad, no podía habar apartes ni afueras, ya que ello ponía en entredicho todo el sistema, con lo que la existencia de una mínima disidencia, la aparición de la más pequeña discordancia se convertía en un problema de estado, en un imposible que no podía existir y que había que corregir fuera como fuera.

Necesidad que no existe en el sistema capitalista, donde su mito fundacional, sintetizado el trabajo y el esfuerzo llevan al triunfo y al éxito, hace recaer la culpa y la responsabilidad de estar fuera de la sociedad en aquellos que están fuera, los conviertes en indignos para vivir en este mundo, jueces y ejecutores de su propia condena... obligando así al rebelde artítico a tener éxito y triunfar, quiera o no quiera, lo prescriba o no su filosofía.

2 comentarios:

Tomás dijo...

Brillante comentario.

La importancia de las justas y selectivas lecturas y un vistazo a la historia (big one and small ones).Yo perdí mis años mozos con King y Figueroa, un desperdicio.

El arte más que la luz que ilumina el absurdo es el absurdo que refleja el absurdo, esas "sombras en el paraíso".Interesante el no éxito como único camino al éxito o, mejor dicho, al convencimiento propio pues el éxito es cosa del plural, meta del arte en nuestra sociedad. Pasa como en la blogosfera.

Un saludo
Tomás

David Flórez dijo...

Bueno, en realidad todos desperdiciamos nuestros años mozos de una manera y otra... y no me haga contar...

Gracias por el ánimo...