martes, 28 de octubre de 2008

Total War (y I)

...It quickly became clear that murders on such scale represented not spontaneous acts by individual Japanese, but the policy of local commanders. If their own men were to perish, the victors were to be denied any cause for rejoicing. A captured Japanese battallion order stated, "When Filipinos are to be killed, they must gathered into one place and disposed in a manner that does not demand excessive use of ammunition of manpower. Given the dificulties of disposing of bodies, the should be collected in houses scheduled for burning, demolished, or thrown into the river". Oscar Griswold of XIV Corps was bewildered to read a translation of a diary found in a dead Japanese, in which the soldier wrote of his love for his family, eulogised the beauty of a Sunset - then described how he participated in a massacre of Filipinos during which he clubbed a baby againts a tree...

...In considering the later US firebombing of Japan and the decision to bomb Hiroshima, it is useful to recall that by the spring of 1945 the American nation knew what the Japanese had done in Manila. The killing of innocents cleary represented not the chance of war, nor unauthorised action by wanton enemy soldiers, but an ethic of massacre at one with events in Nanjing in 1937, and with similar deeds across Asia. In the face of evidence from so many different times, places and circumstances, it became impossibly for Japan's leaders credibly to deny systematic inhumanity as gross as that of the Nazis.


Max Hastings, Nemesis

Ya había comentado en otra entrada, los muchos tópicos y falsas ideas que se tienen con la guerra en el Pacífico, empezando con que para la mayoría de la gente, ésta se resume en dos big moments, el ataque a Pearl Harbour y las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, olvidando el hecho de que la guerra en Asia había empezado ya en 1931 con la anexión de Manchuria por parte del ejército japonés o la lenta y dura reconquista posterior a Pearl Harbour del área del Pacífico por parte del ejército y marina norteamericanos.

Este olvido, sin embargo, no sería especialmente importante, puesto que hay otros muchos acontecimientos históricos de los que apenas se recuerda otra cosa que un par de momentos notables, mientras que su desarrollo permanece en la obscuridad. Lo terrible es que en este caso lo que se nos oculta es que el Japón, como ya he señalado otras veces, se había convertido en un régimen fascista donde las instituciones democráticas estaban vacías de contenido , siendo el ejército quien manejaba los hilos e incluso ordenando el asesinato de políticos y ministros opuestos a sus designios. Una situación en la que las políticas más extremistas y agresivas, aquellas que requerían el uso de la fuerza, eran las que se utilizaban con una frecuencia creciente, para así construir el Gran Imperio Japonés en Asia, disfrazándo estas campañas de liberación los pueblos oprimidos por las potencias coloniales (expresadas en las siglas ABCD, curiosamente America, Britain, ¡China!, Dutch)

Un Imperio cuya razón de ser era el bienestar del pueblo japonés, fin al que se subordinaban los pueblos sometidos, que eran completamente prescindibles si el bien superior del Imperio así lo requería, y a los cuales había que mantener en un régimen de terror constante, para extirpar de raíz no ya cualquier intento de rebelión, sino la misma idea. Un terror constante sobre la población civil que exigía un ejército libre de las restricciones de cualquier ley o tratado internacional, y en el cual el soldado raso había sido instruido de forma violenta, mediante la coacción y el castigo brutal, para que perdiese cualquier noción de humanidad y tolerancia, deviniendo una máquina de matar cuyo destino fuera morir si la derrota era segura.

Un codigo guerrero que llevaba a los militares japoneses a malgastar las vidas de sus hombres de una forma absurda, obligándoles a permanecer en campaña con un mínimo de provisiones, malnutridos y sin asistencia médica, con material anticuado, sin comparación con el de los aliados, y a aceptar batalla en condiciones que sólo se pueden calificar de suicidas y que siempre terminaban con un número de bajas japonesas varias veces mayor que el infligido al enemigo.

Un ejército robotizado, que no es extraño que una y otra vez, en todo en el ámbito del Pacífico, se entregase a la ejecución de las mayores atrocidades contra la población civil, como fue el caso del saqueo de Nanking en 1937, contra los prisioneros aliados, como ocurrió en la marcha de la muerte de Batán en Filipinas o la construcción del ferrocarril de Birmania, o simplemente ejerciéndolas contra su propia población, obligando a los civiles de Saipán y Okinawa a suicidarse con los propios militares derrotados, o simplemente continuando una resitencia inútil más allá de lo que era posible, permitiendo así que las ciudades del Japón fueran primero convertidas en braseros por la USAAF y posteriormente atomizadas.

Una resistencia fanática, una ceguera frente al sufriemiento humano, no ya del enemigo, sino propio, que siempre hay que recordar antes de emitir nuestro juicio sobre Hiroshima y Nagasaki y que en el caso citado al principio de esta entrada, es especialmente pertinente, ya que fue en Marzo de 1945 cuando las tropas y los mandos americanos se toparon con las pruebas directas de las atrocidades japonesas, puesto que de China sólo llegaban rumores sin confirmar y los campos de concentración japoneses estaban aún sin liberar.

¿Y qué paso en Manila? Pues simplemente que, a pesar de las órdenes del general Yamashita, comandante del ejército japonés en Filipinas, unidades de la marina y parte de las terrestres decidieron defender la ciudad hasta la muerte, la suya y la de los civiles atrapados. Una defensa en la que, siguiendo órdenes de sus mandos, se dedicaron a exterminar a la población de la ciudad, antes de que los americanos pudieran liberarla, un proceso en el cual causaron aproximadamente 100.000 muertos y que cumplieron con el máximo refinamiento de crueldad, dejando la ciudad convertida en un inmenso campo de ruinas.

Una catástrofe de la que sólo salió algo bueno, lo que se llama la doctrina Yamashita, por el general que defendía Las Filipinas y que fue ejecutado tras ser condenado como criminal de guerra. Una sentencia sobre la que hay graves dudas, ya que técnicamente la ciudad se defendió en contra de sus órdenes, pero que sirvió para establecer el principio de que si un mando militar conoce de atrocidades cometidas por las tropas a su mando y no hace nada para evitarlas, es tan culpable como si las hubiera ordenado el mismo.

Ahí es nada.

2 comentarios:

Major Reisman dijo...

Buenas

Interesantísimo post. De todas formas, sin negar las atrocidades japonesas y la responsabilidad de Yamashita en otros crímenes, al parecer hubo una inquina personal de MacArthur con respecto a este general. No en vano, sus tropas no se rindieron hasta el 2 de septiembre de 1945.

Por cierto, una pregunta ¿Que tal es el libro "Némesis"? Estuve en un tris de comprarlo pero el precio me desanimó.

Un saludo

PD: Gracias por hacerte seguidor de mi blog. En cuanto pueda haré lo mismo.

Un saludo

David Flórez dijo...

Sí, es cierto... Una inquina debida entre otras cosas a que Yamashita consiguió resistirle hasta el final de la guerra, y se rindió solo con la rendición incondicional del Japón, cosa que al megalómano de McArthur no le debió sentar muy bien.

Némesis es bastante más interesante que Armageddon, por dar una visión de conjunto de este ultimo año de guerra, 1944-1945, y tocar temas, como la campaña de Birmania, la guerra en China, etc, que apenas se narran en otros puntos.