lunes, 13 de octubre de 2008

Innocence Lost


Este fin de semana, aparte de las hazañas de la resistencia comentadas en la entrada anterior, he visto también la trilogía que Terence Davies rodara entre 1976 y 1983, compuesta por Children, Madonna and Child y Death and Transfiguration, esa revisión from the craddle to the grave, de la anodina vida en provincias de un homosexual británico, que se supone un trasunto de la propia experiencia vital del autor, excepto, claro está, en los hechos que podríamos llamar futuros, es decir, la decadencia inexorable que produce la edad y la muerte que finaliza con todo, con nosotros y con el mundo en que vivimos.

Una revisión/reconstrucción/remontaje que coincide en muchos aspectos con uno de los cuentos más desolados y pesimistas que se hayan podido escribir, una de esas lecturas que conviene evitar cuanto se pueda, para que no afecte al barniz de cordura que cubre nuestras mentes, y que me parece imposible que haya podido salir de la pluma de un ferviente creyente cristiano. Me refiero, como era de esperar, a La Muerte de Iván Ilich de Tolstoi, esa certera descripción de la inutilidad de la existencia humana y de la inutilidad de cualquiera de nuestros deseos y esperanzas.

Una revisión/reconstrucción/remontaje que me ha sacudido emocionalmente, por coincidir, a ráfagas, con mi propia experiencia y con mis propia visión de la vida.

Otras veces, en las entradas de este blog, o quizás de pasada en algún foro de esos, llegué a decir como en nuestra sociedad actual, tan hipersexualizada ella, el paso a la madurez, la pérdida de la inocencia, se identifica con el despertar a la sexualidad. Sin embargo, para mí, esa pérdida de la inocencia coincide con el descubrimiento de la profunda injusticia de este mundo, donde los más fuertes oprimen a los más débiles y construyen normas, leyes que justifiquen y santifiquen su conducta. Un modo de comportamiento que se intente racionalizar y demostrar, buscando una necesidad que exculpe a aquel que se regodea en él, pero que no tiene otra razón que el placer que se experimenta en el sufrimiento de aquellos que están por debajo.

Unos ritos de paso, siempre crueles, siempre brutales y salvajes, que sirven para descubrir el otro aspecto repugnante de nuestras vidas, ése que procuramos mantener fuera de nuestras mentes, para que no nos destruya, la certeza de nuestra propia muerte, de nuestra próxima desaparición, de nuestra derrota definitiva a manos de enemigos a los que nunca podremos vencer o escapar.... y de los que nunca bajará a librarnos ningún ser sobrenatural por mucho que se lo imploremos, algo que para cualquiera que haya dejado de ser cristiano, como yo, constituye el último insulto que añadir a la injuria.

Así cuando veía que el niño protagonista de Children (zurdo como yo, por añadir un detalle anecdótico), era acosado por sus compañeros...


no podía evitar recordar que siendo yo muy pequeño, apenas siete u ocho años, lo fui también por unos chicos mayores, aunque no por las razones que se implican aquí, la homosexualidad del protagonista, sino simplemente porque ellos necesitaban alguien que les sirviese de pasatiempo en el recreo. Una situación, de persecución y humillación, repetida día tras día, que temo pueda explicar ciertas carencias esenciales de mi personalidad, como mi imposibilidad de abrirme a los demás y confiar en ellos.

Un situación que en la película es descrita en sus justos términos, como algo que se oculta a los mayores, provocada por esa ley del silencio que reina en los colegios, según la cual los enemigos de tu edad son tus (supuestos) aliados frente a los mayores, y que se narra también en los justos términos, sin ningún intento de dramatización, voyeurismo o pornografía, sino poniendo el acento en la frialdad, en la soledad y el aislamiento, en como esa excepcionalidad llega a ser normal, y se expresa en las acciones más simples y más sencillas, aquellas que no se ven y escapan así a la supervisión de las autoridades superiores.

O por poner otro ejemplo, la impotencia que los hijos de un matrimonio en crisis experimentan cuando la tensión entre la pareja estalla...



...y ellos se ven confinados a ser unos simples espectadores, prisioneros encerrados en la soledad de la alcoba donde les han ordenado ir "para que no vean lo que va a ocurrir a continuación", y que a la mañana siguiente, ante sus padres, ante el resto de adultos, ante sus compañeros, tendrán que fingir y simular que nada ha ocurrido, que desconocen todo.

O finalmente, el descubrimiento del abismo que te separa de los demás...


...un abismo que se realimenta a sí mismo, puesto que su existencia hace cada vez más difícil cruzarlo para encontrarse con los demás, y esa falta de encuentros, de experiencias compartidas, no hace más que ahondar y ampliar ese mismo abismo que te separa del resto del mundo y te mantiene aparte, puesto que esa muralla invisible no hace más que confirmar cualquier pequeña desconfianza inicial que existiese.

Un mundo en el que me vi arrojado a mis 16 años, cuando descubrí que era incapaz de conservar los amigos que tenía, así como de conseguir otros nuevos.

Pero esto no es más que el principio, la película y la vida, nos muestran que lo peor aún está por llegar y que llegaremos a añorar los duros y desgraciados tiempos del pasado, simplemente porque en esos aún éramos jóvenes y todo estaba aún por escribir.

Un amargo descubrimiento que me ha sobrevenido en este año, cuando, con las sucesivas muertes de mis abuelos, previo paso por su correspondiente fase de demencia senil/Alzheimer o lo que sea he descubierto esos horribles lugares que yo llamo campos de concentración para ancianos...



...y de los que espero que algún demiurgo compasivo me libre, otorgándome una muerte prematura cuando aún me funcione la cabeza...

...

...

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...Y a pesar de todo, que hermoso es el mundo...

4 comentarios:

BUKEPHALOS dijo...

Jejeje... vimos casualmente los mismos dos cortos la semana pasada. Aún más, intuyo que ambos nos dejamos en el tintero a Madonna & the Child...

D&T ***** (La veo en mi iPod a diario desde entonces)

Saludos!

David Flórez dijo...

Puede ser que las trilogías cinematográficas produzcan el efecto contrario que los trípticos pictóricos, vamos que lo que en unos es central, en otros es transición...

Porque lo mismo me pasa con otra inmensa trilogía, la de Apu, de Satjavit Ray, que la de enmedio es la menos buena....

Cosas de las artes que se desarrollan en el tiempo enfrentadas a las artes que se muestran por entero en un instante...

Y sobre dejar en el tintero, me he dejado muuuuchas más impresiones, pero ya se sabe que el tiempo y los bits son escasos y preciosos, y en cuanto te descuidas te quedas sin ellos.

Tomás dijo...

No era necesario rememorar La Muerte de Iván Ilich que en mal momento leí, suponiendo que exista un buen momento para ello. No era necesario. Maldita inocencia! Algún día escucharemos una risa a nuestras espaldas.

Un saludo
Tomás

David Flórez dijo...

Si hay obras que merecen el calificativo de absolutas, el cuento de Tolstoi lo merece. Chejov se acerca en ocasiones, pero era demasiado buena persona para llegar tan lejos como su contemporáneo...

y sobre Davies, pues que decir, sino que es capaz de describir la *&%$ que es vivir, sin caer en la pornografía de los sentimientos o de la violencia, que tan comúnmente se disfrazan con los más altos ideales, para que no nos sintamos voyeurs empedernidos...