jueves, 22 de mayo de 2008

Winter comes

Jours de Lenteur, jours de pluie,
Jours de miroirs brisés et de aiguilles perdues
Jours de paupières closes à l'horizon des mers,
Des heures toutes semblables, jours de captivité

Mon esprit qui brillait encore sur les feuilles
Et les fleurs, mon esprit qui est nu comme l'amour,
L'aurore qu'il oublie lui fait baisser la tête
Et contempler son corps obéissant et vain

Pourtant, j'ai vu les plus beaux yeus du monde,
Dieux d'argent qui tenaient des saphirs dans leurs mains
De veritables dieux, des oiseaux dans la terre
et dans l'eau, je les ai vus

Leur ailes sont les miennes, rien n'existe
Que leur vol qui secoue ma misère,
Leur vol d'étoile et lumière
Leur vol de terre, leur vol de pierre
Sur les flots de leurs ailes

Ma pensèe soutenue par la vie et la mort.

Pierre Elouard, Capitale de la douleur

Días de lentitud, días de lluvia
Días de espejos quebrados y agujas perdidas
Días de párpados cerrados al horizonte de los mares
De horas todas parecidas, días de cautividad

Mi mente que aún brillaba sobre las hojas
y las flores, mi espíritu que está desnudo como el amor
La aurora que él olvida le hace bajar el rostro
y contemplar su cuerpo, obediente y vano

Sin embargo, yo he visto los ojos más bellos del mundo
Dioses de plata que portaban zafiros en sus manos
Dioses auténticos, pájaros sobre la tierra
y sobre el mar, yo los he visto

Sus alas son las mías, no existe otra cosa
que su vuelo que sacude mi tristeza
Su vuelo de estrella y luz
Su vuelo de tierra, su vuelo de piedra
Sobre las ondas de sus alas

Mi pensamiento sostenido por la vida y la muerte.

He comentado ya, en otra entrada reciente, la fascinación que me ha produce la lectura de Capitale de la Douleur de Paul Eluard, ese libro de poemas, entre dadaísta y surrealista, que he descubierto por casualidad, gracias a una compra impulsiva, atraído por el nombre del autor. Una fascinacion que un tiempo como el actual, caracterizado por el usar y tirar, el acaba pronto que hay más cosas que ver, que leer, que escuchar, me fuerza a volver una y otra vez sobre sus versos, a leerlos hasta conseguir sabérmelos de memoria, hasta apropiármelos y hacer los míos por entero, aplicables a mi experiencia vital, a la manera en que yo veo y siento la existencia.

Una forma de leer, absoluta y sin condiciones, dejándose quemar y consumir por el texto, que fue con la que me enfrente con, llamémosle, la grand literature, cuando apenas había cumplido quince años, un yo, ese mío adolescente, del cual me separan un cuarto del siglo, en el que me cuesta ya reconocerme, que soy yo pero yo un yo perdido en las nieblas del pasado, como las mis lecturas de aquel entonces reflejo de los ideales estéticos de un tiempo ya desaparecido, sometido a la burla y el descrédito.

Sin embargo, ese yo mío pasado sigue actuando en mi yo presente, influyendo en todo lo que hago, dictando lo que me debe gustar y lo que no, como si ese despertar au grand Art, por llamarlo de alguna manera, y sobre todo esa pasión de enamorado con que me perdía en su desentrañamiento, fueran semejantes a una cicatriz visible, a un tatuaje que me identificara ante el mundo y que no puede ser borrado ni por el tiempo, ni por la edad.

Porque leyendo el material que acompaña a esta edición del libro, una edición pensada para alumnos de bachillerato, con su análisis pormenorizado, su análisis histórico, sus comparaciones estéticas, he recordado qué era lo que me gustaba en aquel entonces, qué es lo que me sigue gustando a pesar de tanto tiempo transcurrido y tantos desengaños sobrevividos.

Eluard puede ser un dadaísta/surrealista, puede ser uno de los mejores, pero, y en esto se diferencia del experimentalismo y del juego por el placer del juego, del que se acusa tan a menudo a los literatos franceses del movimientos, su inspiración, sus raíces vienen de mucho atrás. Su concepción del amor, de la vida, es la misma que la del alto renacimiento, de aquel instante en que las diferentes literaturas nacionales se descubrieron a sí mismas. Un momento fundacional, el paso a la madurez, la liberación del latín y de los temas del medievo, al que, en los cinco siglos siguientes se volverá una y otra vez, a revisarlo, a repetirlo, a negarlo, hasta la última revolución de ayer mismo, en que, como en el renacimiento, se han roto los lazos con el pasado y se le ha dado la espalda en un gesto de desprecio.

Lo que encontramos en sus poemas es el mismo sentimiento, entre meláncolico y desesperado, que se halla en el centro del sentir renacentista, la idea de que a esos placeres prometidos, al paraíso en la tierra, sólo se llega tras un largo camino de dolores, si es que se llega. Algo completamente ajeno a nuestro tiempo de sexo fácil y abundante, pero que fue la constante, compartida por todos los hombres, hasta ayer mismo. Un desengaño que hacía a Ronsard desesperar del conseguir a su amada, y le hacía refugiarse en el abrigo de la noche y el sueño, el único lugar donde su deseo llegaba y podía completarse, donde su amada se le entregaba sin condiciones, algo que nunca podría realizarse en la realidad del día. O expuesto en términos menos trágicos, la diferencia insalvable de edad que aparece en los poemas de Shakespeare, y que les aparta irremisiblemente día tras día el uno del otro, por mucho que proclamen su sentimiento... unido al reverso de la pasión devoradora, incontenible, imposible de dominar, que acaba por consumir aquello que le dio lugar y cuya fuerza acaba por separar también a los amantes, como si fuera esa misma potencia la responsable de su caída, y el ser amado fuera tan terrible y doloroso como el no ser correspondido

Una conciencia de transitoriedad, de sufrir incluso en el paraíso, que contamina todas las expresiones artísitcas de ese tiempo, como son las canciones de Dowland, donde el amor nunca se consuma, siempre se espera, y sólo se puede aspirar a ser liberado de él por la muerte, o los madrigales de Monteverdi, donde ese mismo amor, ahora correspondido, es simplemente un periodo de guerras, de conflictos, de sobresaltos y encontronazos, que desembocará en la traición y la disolución.

Así, presa de todo ese pasado cultural, de ese sentir aprendido en la escuela, el poeta surrealista Elouard, aún manejando la imagen paradójica y sorprendente tan cara a los surrealistas, y tan poderosa cuando se utiliza bien, se convierte en completamente transparente, porque cuando nos habla de dias de agujas perdidas y de párpados cerrados al horizonte del mar, de auroras que se olvidan no está realizando un juego formal, nos habla de los días de ausencia, de aquellos en que no se puede ya encontrar lo que se busca, ni gozar de la belleza del mundo, porque aquello que le daba sentido se ha desvanecido, esos dioses auténticos, esos pájaros sobre la tierra y el mar, y sobre todo, esas alas que con su vuelo espantan la tristeza.

Todo aquello que pertenece a la primavera, pero que no será, porque nosotros caminamos hacia el invierno, y ya no formamos parte del mundo.



3 comentarios:

Mahendra Singh dijo...

Hello David!

If I remember properly, some of Éluard's La Capitale de la Douleur is quoted in Godard's film, Alphaville. Also, there are some JL Borges quotations.

I think this film would be to your liking (if you have not seen it yet!)

very best! Mahendra

Tomás dijo...

Godard lo cita todo y en ocasiones se agradece. «La déclaration de Pierrot». Yo también le tengo muchas ganas a "La Capitale de la Douleur".

Tomás

David Flórez dijo...

Está visto que voy a tener que revisar a Godard...

...pero con ese director me pasa como con Mozart, como todo el mundo dice que es el mejor que hay, no puedo evitar evitarlo, valga la redundancia.

(and now a bit of translation, for readers living in the Great North)

Is seems I will have to review Godard's work.

But in my case this director triggers the same reaction as Mozart, as everybody says it's the best, I can't avoid avoiding it (if you excuse the repetition)