viernes, 9 de mayo de 2008
Moral Standings
Para aquellos que como yo, tuvieron la suerte de ver Ven y Mira de Elen Klimov en los años 80, esta película supuso una experiencia de las que no se olvidan, por la angustia y el sufrimiento que suponía su visión, ya que las atrocidades cometidas por los alemanes en Bielorrusia se nos mostraban sin ocultar ningún detalle, sin apartar la cámara de lo que sucedía, y por lo tanto, sin permitirnos apartar la mirada.
Ahora, en un tiempo en que la muerte, los cadáveres, la brutalidad están presentes en los informativos diarios, sin que ni siquiera se intente ya justificar esas imágenes por una supuesta integridad periodística, ya saben eso de sacudir conciencias, para determinarlas a la acción y a la protestas... En un tiempo en que el público exige la representación pormenorizada y detallada del asesinato, la brutalidad y la tortura, sin necesidad tampoco de que esto se dore con la excusa de una supuesta denuncia social/investigación en los lados obscuros de la naturaleza humana, sino simplemente porque es lo cool, lo que mola y lo que está de modo, y sin ello, parecería que el precio de la entrada no ha sido amortizado... En estos tiempos en que vivimos, en fin, no sé si la película de Klimov, escandalizaría, impresionaría o simplemente provocaría bostezos generales entre la platea.
Y no, no se piense que exagero, cuando se estreno Saving Private Ryan, esa supuesta recreación perfecta de la guerra, uno recuerda haber visto entrar a gente en el cine con sus palomitas y sus hamburguesas, y devorarlas alegremente mientras en la pantalla se picaba otra carne bien distinta... una realidad que desmontaba cualquier declaración justificatoria de sus autores o los innumerables e indistinguibles ditirambos críticos.
Pero este no era el objeto de este post.
El objeto era quitarme un pequeño resquemor, referido a las últimas entradas dedicadas a la serie The World at War. En concreto, como en ellas se intentaba excusar en cierta manera la atrocidades cometidas por los aliados, el bombardeo sin piedad de las ciudades alemanas y japaneses por los angloamericanos y la conquista a sangre y fuego, casi como un ejército del medievo, de la Alemania oriental, por parte de los rusos (y de la cual hablaré en otra ocasión), señalando como el torbellino de la guerra, el rigor inhumano y bárbaro con que el Nazismo Alemán y el Imperialismo Japonés la habían conducido, había hecho deslizarse poco a poco a las democracias occidentales por una pendiente peligrosísima, en la que poco a poco habían ido renunciando a sus principios más queridos, aquellos por los que se habían enfrentado a esos totalitarismos (no meto en este saco, por supuesto, al estalinismo, que nunca se caracterizó por su respeto a la vida humana).
Una deriva que se ha querido aplicar a la inversa, indicando que esto ocurrió también en el bando de las potencias del eje, que ellas también inmersas en una guerra total fueron radicalizando su postura, a su pesar y que por lo tanto, todos fueron iguales en ese conflicto, todos con pecados que ocultar, todos igual de malos y perversos, y el castigo de unos, por lo tanto, vacío y nulo. Un argumento a escala global, idéntico al todos mataron, que muchos aplican a la guerra civil española, insinuando así que Franco y la República eran moralmente iguales, y por tanto no tiene sentido defender a uno frente a la otra o condenar un régimen y no el otro.
Un argumento completamente falso y perversamente interesado.
Porque volviendo a la película de Klimov, el hecho cierto es que, como bien se nos recuerda al final de la película, los alemanes prácticamente arrasaron Bielorrusia, asesinando a un número inmenso de civiles y deportando a muchos otros para trabajar como esclavos en Alemania. Unas acciones que los sofistas justifican en la lucha del ejército alemán contra los partisanos, un combate sin cuartel, contra un enemigo muy poco interesado en el respeto a su propia población civil, en el que poco a poco el noble y profesional ejército alemán habría ido perdiendo el sentido de la realidad.
Sin embargo, cualquier historiador serio, es decir, aquellos que no sean unos sofistas, sabe que esto no es cierto. Sin contar con que la campaña contra la URSS fue lisa y llanamente una guerra de agresión, los planes para la futura Rusia tras la derrota de Stalin eran bastante claros. La Rusia Europea debía ser transformada en un protectorado alemán, donde los alemanes viviesen en colonias como señores feudales, siendo servidos por la población local a la que se habría reducido al nivel de esclavos, llegando incluso a especificar que sólo deberían aprender a contar hasta cien, para así evitar cualquier posibilidad de que surgieran líderes que atizaran una rebelión... una de las razones por las que, a pesar de que parte de la población recibió a los alemanes como liberadores, pronto se dieran cuenta de que estaban mejor bajo el puño de Stalin, puesto que bajo él aún podían vivir con cierta dignidad, cosa imposible bajo el dominio Nazi.
Un plan que, como digo, era anterior a la conquista y no fue creado por la guerra, sino que había sido apuntado ya por Hitler en el Mein Kampf, y que, gracias a las transcripciones taquígraficas que se conservan de sus divagaciones de sobremesa entre 1940 y 1942, sabemos también que no se hartaba de repetirlo ante cualquier invitado del Berghof. Una intención criminal que haya su reflejo en la creación de los Einsatzkommandos y su acción in situ ya desde los primeros días de la guerra con instrucciones bien precisas de eliminar a todos los supuestos elementos nocivos, es decir, judíos, izquierdistas y cualquier otro elemento que se presumiera antinazi o simplemente revoltoso... a ellos y a sus familias, por supuesto. Unas órdenes que se continúan en las instrucciones dadas a la Wehrmacht antes de comenzar la ofensiva, para que los soldados considerasen que estaban envueltos en una guerra racial, contra unos infrahombres capaces de cualquier atrocidad, que sólo podían entender la fuerza en su concepción más primaria y contra los que había que aplicar esa fuerza sin ningún impedimento moral o humanitario. Así, desde el primer momento, cuando la resitencia asesinaba a algún soldado alemán, se decidió tomar rehenes de forma indiscriminada, sin investigar su responsabilidad o culpabilidad, y fusilar a diez, veinte, cincuenta, incluso a cien de estos rehenes por cada alemán muerto.
Una política deliberada y calculada de aterrorizar a la población hasta conseguir su sometimiento completo, y una política como digo, prevista y calculada desde antes de la invasión, y no provocada por las circunstancias de la campaña. Y es en este momento, cuando conviene recordar como, a pesar de las atrocidades cometidas por los aliados en la guerra y las ideas de venganza que se les pasaron por la cabeza, como transfornar a Alemania en un país agrícola, una vez terminada la guerra y comenzada la ocupación, se esforzaron, particularmente los aliados occidentales, en restaurar esos países a lo que habían sido, sin que se llevará a cabo una campaña de terror y exterminio contra la población civil (dejemos por un momento aparte el caso de los rusos y Alemania oriental, ya que aquí tratamos con una tiranía suplantada por otra tiranía), mientras que en el caso del futuro de Rusia tras la conquista nazi, nada hay que nos permita suponer una evolución así, más bien lo contrario, dados los documentos oficiales que se han conservado.
Pero hay algo más, y es el rizado de rizo moral que realiza Klimov al final de su película y que se puede ver en esta secuencia. El hecho de que el protagonista, como alter ego de los aliados, enfrentado al horror de la tiranía nazi, a su desprecio por la vida, especialmente de todos aquellos que no pertenecían a la raza superior, llega a no albergar en sí otra cosa que odio, y deseo de venganza por todos los que han causado tanto dolor al mundo. Algo que se expresa figuradamente en ese disparar repetidamente contra el retrato de Hitler, como símbolo de todas las veces que una bala, una simple bala, habría podido librar al mundo de su mayor catástrofe hasta el instante.
Hasta el instante que frente al cañón de arma aparece un niño en brazos de su madre, un niño aún inocente, del cual es imposible conocer el destino, y que como todos los niños tiene derecho a vivir en este mundo y a alcanzar la final.
Un niño cuya muerte nos pondría al mismo nivel que los Nazis, cuya una contribución a la historia fue la destrucción y el asesinato a nivel industrial.
El último umbral ante el cual se nos permite bajar el fusil, dar la vuelta y conservar la humanidad.
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