Continuando con mis anotaciones al margen sobre The World at War, ha llegado el momento de enfrentarse con uno de los hechos más pertubadores de la guerra. Hablo del bombardeo de Dresde de febrero de 1945, y en general, de la campaña de bombardeo estratégico estratégico aliada sobre las ciudades alemanas.
El modo en que se narra este hecho en la serie es magistral, justo al principio de uno de los últimos capítulos, el que narra los últimos meses de vida del Tercer Reich, y el apocalipsis en que finalizo, se nos muestra un documento excepcional. Los rollos de película tomados desde los Lancaster británicos, mientras, literalmente, el fuego del cielo caía sobre la ciudad alemana. En ellas vemos las bengalas lanzadas por los Pathfinder, para iluminar el blanco y marcarlo al resto de la formación aliada, y el impacto, la súbita luz, cuando los racimos de bombas aciertan sobre el objetivo.
Hay algo, aunque la palabra se hiele al pronunciarla, de hermoso, de pacífico y armonioso, en estas imágenes. Viéndolas, no es posible hacerse una idea de lo que está sucediendo abajo y ayuda a entender como los pilotos aliados podían realizar lo que no es otra cosa que una inmensa atrocidad. La distancia entre ellos, a miles de metros de altura, preocupados sólo por escapar de la flak y los cazas alemanes, y los habitantes de la ciudad, sometidos al implacable bombardeo, les protegía, les impedía pensar en las consecuencias lo que estaban haciendo.
Unas consecuencias que el documental nos muestra a continuación, sin dejarnos tiempo para prepararnos o buscar una justificación.
Imágenes que requieren una explicación, para ser comprendidas en su totalidad. Ya que el método de los bombardeos de alfombra había alcanzado por aquel entonces un refinamiento diabólico. Primero se enviaban unos aviones en solitario, los Pathfinder, para encontrar y marcar el objetivo. No de manera precisa, sino de forma general, para delimitar un área extensa que sería aniquilada por completo. Luego llegaban los aviones con explosivo normal, no pensando en allanar la zona, sino en romper los cristales de las ventanas, las puertas de las casas, y cualquier obstáculo que pudiera impedir la propagación de los incendios causados por las bombas incendiarias que caerían a continuación.
El objetivo era simple, provocar lo que los alemanes llamaban Feuerstorm, convertir un área extensa en una inmensa hoguera, imposible de apagar por los medios a disposición de los bomberos, y cuyo calor provocase una baja de presión, un minihuracán, con vientos de hasta 200km/h, que chupase aire de los alrededores, alimentase los incendios y los hiciese propagarse de manera imparable.
No estoy exagerando, los testimonios de la gente que huía, hablaban del cuidado que había que tener al cruzar calles que llevaban al foco de la Feuerstorm. No pocas personas fueron arrastradas por el viento, succionadas hasta el centro de la hoguera. Por supuesto, para aquellos atrapados en el incendio, no había salvación. Salir de los refugios antiaereos era arder instantáneamente, quedarse en ellos era morir asfixiados o abrasados en un horno.
Pero quizás lo pero, es escuchar al responsable aliado de estas acciones, Sir Arthur T. Harris, explicándolo con absoluta frialdad, sin mostrar ningún remordimiento, ni compasión por las víctimas, intentando convencerte de que era necesario matar civiles alemanes, muchos de los cuales seguro que aborrecían también a Hitler.
Las palabras de un obseso, que si hubiera militado en otro bando, hubiera tenido sido juzgado por crímenes de guerra.
Sin embargo la realidad, como siempre, es mucho más compleja.
No se me entienda mal, el bombardeo de Dresde fue y es, se mire como se mire una inmensa brutalidad, un acto inexcusable, algo que basta para poner en entredicho la innegable justicia de la causa aliada. Algo, además que aparte de causar un enorme sufrimiento no sirvió para poner a Alemania de rodillas o adelantar su fin. Eran los bombadeos sobre las instalaciones petroliferas, para secar la máquina de guerra alemana, las comunicaciones, para impedir su movimiento, y años antes, el acecho y persecución de los submarinos alemanes, los que estaban ganando la guerra, no la aniquilación de las ciudades alemanes y el exterminio de su población.
Sin embargo, muchos utilizan estos hechos para deducir que, puesto los nazis y los aliados, cometieron atrocidades, ambos son moralmente iguales, y por tanto no tenemos derecho a juzgar y condenar a la Alemania de Hitler. Ésa es la postura de los sofistas, la que nunca me cansaré de rebatir.
Quizás un hecho baste para darnos cuenta de la diferencia entre aliados y nazis. El día antes del bombardeo de Dresde, Victor Kemplerer, el judío de esa ciudad que había conseguido sobrevivir toda la guerra gracias a estar casado con una aria, recibió la notificación de que iba a ser "trasladado", es decir, enviado a un campo de concentración y exterminado. Fue precisamente el bombardeo, ese bombardeo en el que murieron decenas de miles de personas, el que le salvo a él.
Y es que hay que darse que cuenta que, hasta el último instante de la guerra, los nazis siguieron matando y asesinando. Cientos de miles de personas podrían haberse salvado, pero ellos decidieron que no, que puesto que su régimen estaban condenado, ellos se llevarían por delante a todo el que pudieran. Y entre ellos, estaba su propia gente, puesto que desde agosto de 1944, cuando los angloamericanos liberaron Paris y Bruselas, y los rusos llegaron a las cercanías de Varsovia, estaba claro que la derrota de Alemania estaba seguro. Si en ese instante Hitler se hubiera rendido, Alemania no habría sido devastada con el rigor que lo fue, ni tantos Alemanes hubieran muerto en vano, pero el dictador siempre había pensado que él era Alemania, y que si los alemanes fallaban en hacer realidad sus caprichos, perecerían con él. Así que no mostró ninguna compasión ante su sufrimiento, al igual que no la había mostrado por millones europeos.
Por otra parte, tenemos una idea equivocada al enfrentarnos a Dresde. Mucha gente sólo conoce ese nombre, y piensa que fue una excepción en el curso de la guerra, algo que se decidió de repente. Sin embargo, cualquiera que haya leído algo de la campaña de bombardeo estratégico, sabe que Dresde fue una ciudad más en una larga lista. Los aliados estaban bombardeando sistemáticamente todas las concentraciones urbanas alemanas, y sólo era cuestión de tiempo que a todas les llegase el turno, algo que a Dresde le llegó al final de la guerra, cuando la distancia de vuelo hasta ella era factible y la Luftwaffe no podía oponerse.
De hecho, el primer ejemplo de la Feuerstorm de Dresde tuvo lugar dos años antes, en 1943 en Hamburgo, durante una semana de bombardeos, por más de mil aparatos cada vez.
Una destrucción a tal escala, que hizo declarar a Albert Speer, ministro de armamentos, "tres ciudades más destruidas de esta manera y tendremos que rendirnos", sólo que los aliados no tenían el potencial ni la capacidad para repetir algo así, hasta los últimos meses de la guerra.
Falta además un detalle, algo que nos permita comprender porque gentes como Churchill y Roosevelt (y muchos otros a su mando), que luchaban por la democracia y por liberar al mundo de la tiranía nazi, toleraron a obsesos como Harris. El hecho que nos falta es que los primeros en bombardear aglomeraciones urbanas, sin pensar en los civiles que vivían en ellos, fueron los alemanes. Durante el Blitz sobre Inglaterra de 1940/1941 murieron 30.000 personas en Londres y cerca de 60.000 en toda Inglaterra, en escenas que poco se diferencian de las que ocurrían en 1942-1945 en el otro bando.
Venganza, podríamos decir, es la excusa que se dio entonces al bombardeo de Alemania.
Para terminar, si algo debe enseñarnos esto, no es que Nazis y Aliados eran iguales( unos realizaron un holocausto contra los judíos, los otros contra los alemanes, dicen los sofistas), y por tanto, no se puede juzgar y condenar a los primeros. Lo que nos debe enseñar y lo que no debemos olvidar, es que la guerra es un monstruo que devora todo, que cuanto más tiempo se vive en ella, más se olvida lo que es moral, lo que es humano, lo que es justo, convirtiendo a todos lo que participan en ellas maquinas de matar, sedientas de sangre.
Hasta el extremo de que las democracias occidentales, luchando por la libertad y la democracia, cometieran atrocidades como Dresde y Hamburgo, sin apenas pestañear.
2 comentarios:
Fenomenal escrito y, sobretodo, exposición de información. Es obvio, pero la justicia la aplican los vencedores. Y no sólo la justicia, sino nuestra visión de la historia y las artes. Nuestra fuente de acceso al conocimiento y ,por ende, a un percepción más solidaria con todos los pueblos. La barbarie del etnocentrismo. Dresde fue, en efecto, el ejemplo mediático medio esbozado en los libros de historia de bachillerato. De esa historia centrada en las historias adaptadas a la gran pantalla. Como toque exótico, escenario para Rambos.
Quien siembra vientos, recoge tempestades. Sin vencedores ni vencidos. Y después de todo ello, cuando creemos haber aprendido la lección le dejamos las manos libres a Pol Pot, controlamos mediáticamente los nuevos campos de concentración, etc. "La guerra es un monstruo que lo devora todo...". Sin duda y estaría bien hacer prevención no sembrando más odio.
Un saludo de un cinexiliado.
Tomás
Te agradezco el comentario.
La verdad es que la segunda guerra mundial siempre me ha interesado, desde muy niño. Los hechos que ocurrieron en aquel entonces son casi inimaginables, incomprensibles para nosotros que vivimos desde decenios en paz y libertad, y sin embargo, todo aquello fue cometido y experimentado por personas como nosotros, lo que, en mi opinión, obliga a intentar entender lo que sucedió en aquel entonces, entender que se expresa en saber como cualquiera de nosotros podría convertirse en uno de ellos... o por ser más amplio, en descubrir así cual es la naturaleza humana.
Hay otro aspecto de todo esto de la historia militar, que no se suele poner de manifiesto, por descontado donde no se señala es en el cine comercial, pero que a mí me fascina. Y es que la guerra no son unos generales que hacen planes y mueven ejércitos, como si se tratará de un tablero de ajedrez. La guerra es ante todo azar y muchas victorias y derrotas no son sino la acumulación de una serie de casualidades, felices e infelices. En palabras que leí en un foro militar "Ningún plan sobrevive al primer disparo"
Algo que no dice mucho acerca del control que tenemos sobre nuestros actos o el mundo que nos rodea.
y por remachar lo de que la guerra es un monstruo que devora todo, hay una anécdota muy reveladora sobre esto. Cuando Japón empezó a notar que la guerra estaba perdida, el primer ministro Tojo habló con un exembajador japonés para "que moviese sus relaciones para conseguir una paz honrosa". Se cuenta que el embajador le respondió aquello de "Una guerra es más fácil de empezar que de terminar"
Algo que siempre se olvida.
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