En puridad, esta entrada no debería ser necesaria.
Me explico, si se le preguntara a cualquier cinéfilo (bueno, no a cualquier cinéfilo, a aquellos interesados por salirse de los caminos trillados, llámense clasicismo o Nouvelle Vague) quien es Jan Svankmajer, la respuesta sería unánime, uno de los creadores más originales del último tercio del siglo XX y de este turbulento comienzo de milenio.
Hasta ahí bien.
Pero si se les preguntase hacer una lista de sus favoritos, seguramente el nombre del cineasta checo no aparecería, simplemente porque nos encontramos con una autor que se ha dedicado a la animación (o por decirlo de otra manera, sin ella, sus obras serían incomprensibles sin las secciones y glosas animadas con las que las llena) y la animación ya se sabe, es la hermana fea del cine, algo que, si creyéramos en el crítico francés Daney, deberíamos considerar como su mayor enemigo.
No se acaba ahí la cosa. Otra de los rasgos de Svankmajer que impide que tenga mayor fama, es que constituye una excepción en el panorama cinematográfico. Él es quizás el último de los surrealistas y alguien que ha mantenido ese surrealismo de manera constante, perenne y consistente en toda su obra, algo que personalidades no menos importantes, como Buñuel, no pudieron conseguir. El hecho de cultivar un movimiento artístico que está irrevocablemente unido a la primera mitad del siglo XX, provoca que a pesar de la importancia de sus creaciones, Svankmajer no cuente ni con seguidores, ni con teóricos, ya que su arte no es la moda del momento, ni parece constituir la punta de lanza de la vanguardia, ese concepto vacío de contenido desde hace decenios.
Una conjunción de factores, la de utilizar la animación, la de cultivar un estilo que parece ya pasado, y hacerlo con la fuerza e integridad de un moderno, no la ironía y el desapego de un postmoderno, junto con el estar apartado de las modas del momento y seguir su propio camino pese a quien pese (una de las mayores paradojas de Svankmajer es que su libertad se haya mantenido durante años a pesar de dos tiranías, la comunista y la del mercado) que provocan que no levanten airadas disputas por su figura, ni se esperen sus películas con anticipación, sino que están pasan sin ruido, a pesar de seguir produciéndolas regularmente y sobre todo, a pesar de superar con creces a multitud de naderías y banalidades, que llenan las páginas de los periódicos y hacen escribir y discutir con pasión a críticos, analistas y teóricos.
Pero así es el mundo... y seguramente Svankmajer se encogería de hombros y seguiría trabajando.
Sin embargo, de lo que yo quería hablar es de una de sus creaciones, concretamente de Faust, que he visto este último fin de semana y con la que he completado la visión completa de la obra de este autor. Una adaptación que plantea multitud de problemas, no siendo el menor la lejanía de su contenido temático, ya que todo ese mundo religioso, el de dios y el diablo compitiendo por las almas de los hombres, combatiendo entre sí, y utilizando como campo de batalla la tierra, nos es completamente extraño, algo en lo que ya no creemos, que no tiene realidad ninguna, y que sólo podría ser actualizado (horrible palabra) con las armas del postmodernismo, es decir, la ironía, el desmontaje, hasta convertirlo en un esqueleto limpio de carne, en algo tan de circunstancias que sería olvidable antes incluso de verlo.
No obstante, todo el que haya leído la leyenda de Fausto, sabe que en ellas hay algo más que religión (y religión cristiana, para más señas), lo que mueve este conflicto entre cielo e infierno, este combate por el alma de Fausto, son tensiones mucho más terrenales, la cercanía de la muerte, la conciencia de malgastar la vida, el deseo de aprovecharla al máximo, y por tanto la inutilidad del saber y la ciencia, cosas accesorias, frente a lo que es realmente importante, ya saben, eso. Algo muy cercano a la praxis surrealista, siempre dispuesta a mostrar como las corrientes subterráneas de nuestra existencia, quiebran la corteza con que nos abrigamos.
Una actualidad temática que explica como una leyenda completamente medieval, la del estudioso que vende su alma al diablo, tras una larga vida dedicada al estudio, para poder así vivir lo que no quiso vivir, haya conseguido su mayor repercusión en la época moderna, generando una multitud de versiones, desde Marlowe a Goethe, o fuera de la high culture, en el teatro de marionetas o en los cantos populares. Una variedad de fuentes que constituye un peligro añadido, ya que unas como la de Marlowe, son más carnales y desesperadas, mientras que otras, como la de Goethe, son más filosóficas y esperanzadas.
Unos peligros, la antigüedad del material y la variedad de aproximaciones, que Svankmajer sortea con una habilidad increíble. En primer lugar, aunque pueda parecer trivial, la acción de la película transcurre en el momento actual, pero un momento actual que, lentamente, va perdiendo su realidad, su objetividad, tornándose una fantasmagoría. Una transición que se consigue, de manera genial, diría yo, haciendo que nuestro hombre normal/futuro Fausto se embarque en una búsqueda laberíntica por una Praga llena catacumbas, en la que nunca se nos dice que es lo que se busca o porque, ni hay recompensas ni tesoros prometidos o esperados, sino que todo obedece a una malsana curiosidad, al deseo de salir de la rutina, de hacer algo distinto, aunque no se sepa qué.
Un camino en que las pistas son enigmas, cuya resolución no aporta nada, y que la mayoría de las veces, se dilucidan por absoluta casualidad (una llave en un bolsillo que coincide con el candado de un comercio) o por leyes ajenas a la experiencia del observador, pero que los participantes aceptan sin questionárselos, como suele ocurrir en las regiones que prefieren los surrealistas. Un viaje en que la transición de nuestro mundo racional y científico al mundo sobrenatural y fantástico, de la realidad a la irrealidad, se realiza mediante brutales cambios de escenario, como ocurre con la fantástica recreación del momento en que Fausto invoca a Mefistófeles
mediante la irrupción de la animación en el aquí y ahora, sin que haya razón ni lógica que lo justifique, como ocurre cuando se nos muestra uno de los objetivos nunca alcanzados de los alquimistas, la creación de un homúnculo en una redoma.
y sobre todo, porque ese viaje de nuestro hombre corriente/Doctor Fausto, se va convirtiendo poco a poco en una representación teatral, el paradigma de lo arbitrario y lo falso, tan aparentemente contrario a la realidad y verdad que proclama el cine.
una representación donde Fausto habla con marionetas a las que se les ven los hilos y las manos que las manejan
e incluso él se convierte en otra marioneta más, manejada por extraños, sometida a un destino del que no puede escapar (como nos ocurre a cualquiera de nosotros, por muy importantes que nos creamos)
o donde las mayores catástrofes no son recreadas hasta ser indistinguibles de los visto y vivido, sino que son representadas, mostrando la trampa y cartón, su falta de importancia y trascendencia, su vacío, la nada en que todas nuestras pasiones y grandezas se resuelven..
Y con esto llegamos al segundo punto, el de la utilización de las fuentes, porque lo que hace Svankmajer es aceptarlas todas, incluirlas dentro de su obra, ya sea Marlowe, Goethe, Gounod o los marionetistas checos, y tratarlas a todas con el mismo respeto. ¿Respeto, digo, hablando de un surrealista? Sí, porque, aunque Svankmajer, sea capaz de tomar la no muy buena opera de Gounod y darle un giro hilarante, casi propio de un Benny Hill, con bailarinas trillando en los campos...
en realidad se sabe, el último escalón de una larga tradición, que gravita sobre nuestro modo de entender la realidad y de la cual ninguno podemos escapar, y por tanto lo que hace es hablar siempre de lo mismo, sólo que de una manera nueva y distinta, actualizando de verdad lo pasado, trayéndolo al presente e insuflándole vida...
...y por lo mismo, ya se sabe que se quiere decir...
...para concluirlo con una auténtica Vanitas, al estilo de los pintores del renacimiento y el barroco, algo que todos hemos experimentado, el como todos los placeres, pasado el éxtasis, desembocan en suciedad y podredumbre...
...el presentimiento, la certeza, de nuestra pronta muerte, ya que sólo somos difuntos de vacaciones...
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