Por seguir con los comentarios al margen sobre The World At War, y para cerrar esta serie, aunque no mis reflexiones sobre la Segunda Guerra Mundial, ha llegado el momento de referirse a cierto hecho. El acontecimiento que, aparte del exterminio de los judíos europeos, todos recuerdan de la segunda guerra mundial.
Concretamente éste.
Una foto tomada desde el B29, de nombre Enola Gay, que acaba de arrojar la primera bomba atómica sobre objetivos civiles (y que objetivo no es civil para una bomba de ese tipo, cuando, en tiempos de la guerra fría, yo sabía que en caso de una tercera guerra mundial, la URSS lanzaría una bomba atómica sobre la base EEUU de Torrejón de Ardoz, incinerando de paso la ciudad de Madrid, o lo que es lo mismo, los míos me habrían convertido en ceniza radioactiva)
Una icono, el hongo atómico, de una nueva época en la historia de la humanidad, y como imagen, increíblemente bella, si no supiéramos cuales son sus efectos en los que están debajo... un conocimiento que, cuando escuchaba la entrevista a Paul J. Tibbets, el piloto del Enola Gay, me hacía sentir escalofríos, por la frialdad, el desapasionamiento y la profesionalidad técnica, con que narraba los instantes que precedieron y sucedieron al lanzamiento de la bomba. Unas declaraciones en las que en ningún momento se refiera los que estaban abajo, ni parece darse cuenta del horror de la atrocidad que acababa de cometer.
Sin embargo, no es mi intención, glosar lo que pasó en Hiroshima y Nagasaki. Es tan conocido que resulta ocioso. No, lo que me propongo es comentar una pregunta que todos se hacen referidas a este hecho, la de ¿cómo fueron capaces los americanos de cometer esta atrocidad?, y esto no en el sentido de buscar una causa que sirviese de motivo o de absoluto que obligase a tirar la bomba, exculpando por tanto a los EEUU, o lo que pudiera ser la aproximación contraria, intentando demostrar la perfidia con que se utilizo este instrumento de guerra.
Lo que siempre me preocupa de esta pregunta es que supone que hubo un salto cualitativo en el pensamiento del ejército y el gobierno americano, que la bomba supuso un antes y un después en su forma de llevar la guerra.
Algo que es completamente falso, como demuestran las fotos de los cazas americanos que sobrevolaban Japón en los últimos días de la guerra, cuando Japón ya no tenía una fuerza aérea que mereciese ese nombre, dejando a la población inerme frente a los ataques de la aviación americana y cuando ésta había recibido órdenes de tirar contra todo lo que se moviera, sin preocuparse por si eran civiles o militares.
Un desprecio por la vida la población japonesa, evidenciado en los bombardeos de alfombra, contra las ciudades japonesas, planeados para beneficiarse de que éstas estaban construidas en madera y por tanto podían ser convertidas en inmensas hogueras...
...algo que deja el bombardeo estratégico de las ciudades alemanas en un mero juego de niños, como demuestran las fotos tomadas tras los bombardeos, como estas de Tokyo...
prácticamente indistinguibles de las que recordamos de Hiroshima y Nagasaki.
Unos bombardeos que, en el caso de Tokyo, como digo, causaron más muertos que la suma conjunta de las dos bombas atómicas que les siguieron (entiéndanse las cifras, muertos inmediatamente, por supuesto, si contamos los que murieron en los años y meses posteriores, el macabro galardón corresponde a Hiroshima y Nagasiki). Unos muertos, que como digo, se produjeron en bombardeos de alfombra con incendiarias, tirando las bombas en áreas extensas (algo de daño hará caiga donde caiga) y con el objetivo expreso de desencadenar las Feuerstorm que ya se conocían de los ataques contra Alemania.
O por resumir, cuando éstas aplastando rutinariamente ciudades con formaciones de +1000 bombarderos, y también rutinariamente estás causando decenas de miles de muertos, hacer eso con un solo avión y una sola bomba, no trae más que ventajas, por muy cínico que pueda parecer.
Por ello, la pregunta de verdad es la misma que planteaba la campaña de bombardeo estratégico contra Alemania, ¿cómo fue que las democracias llegaron a adoptar métodos parecidos a los de los totalitarismos bárbaros contra los que luchaban?
Por supuesto la respuesta es muy compleja, ya que no hay una respuesta única, sino un cúmulo de ellas, y sobre todo un lento deslizamiento que va convirtiendo en normal, en aceptable, en necesario, aquello que habría producido horror en condiciones normales.
El primer aspecto que hay que tener en cuenta es que, al igual que la guerra en el frente ruso, la guerra en el Pacífico era una guerra racista. Sin embargo mientras que el conflicto ruso/alemán, los Alemanes se creían la raza superior, con derecho de vida y muerte sobre los eslavos, los Untermenschen, y esto respondían a las atrocidades con el mismo odio y desprecio con que les eran infligidas, en el caso de Japoneses y Americanos, ambos se consideraban superiores al enemigo, elegidos por dios y el destino para el gobierno del mundo. Un punto de vista, desde el cual, el enemigo, su población civil, estaba sólo un punto por encima de los animales, y por tanto, era prescindible.
Una mentalidad racista que se tradujo en hechos como el ametrallamiento de los supervivientes de los barcos japoneses torpedeados por los submarinos americanos en el Pacífico. Un crimen de guerra, en lo que se distinguieron algunos capitanes de la marina americana, y que no supuso ningún impedimento en sus carreras, que continuaron hasta el Almirantazgo, cuando si hubieran estado en el bando perdedor habrían sido llevados ante un tribunal internacional y condenados a muerte.
Un estado de ánimo que se plasmó también en la política de no prisoners, adoptada espontáneamente por las unidades de infantería americana, y que explica en parte los brutales porcentajes de muertos japoneses, de casi un 99% en la conquista de las islas del pacífico.
Sin embargo, esto que digo no es toda la verdad. El ejército japonés de aquella época era un ejército de una brutalidad extrema, incluso para sus propios soldados. Los oficiales tenían derecho casi de vida o muerte sobre sus subordinados, y la menor falta era castigada con castigos brutales. El objetivo era claro. Deshumanizar a los soldados, convertirlos en máquinas de matar, para los que sólo existiera la victoria o la muerta, y la rendición no fuera una posibilidad.
Por ello, no es de extrañar que el ejército japonés se comportara, en su conquista de toda Asia, con un desprecio absoluto de las convenciones de la Haya y Ginebra, cuando en la primera guerra mundial se había caracterizado por lo contrario. Un comportamiento brutal y despiadado que muestra como el lema con el que se embarcaron en esa conquista, Asia para los Asiáticos, es decir, liberar a Asia del imperalismo europeo y americano, era completamente vacuo, como bien se dieron cuenta, los líderes independentistas, al principio ilusionados con esa perspectiva, ya que los japoneses pretendían simplemente construir su propio imperio, sobre las ruinas de los imperios coloniales, sin importarles el destino de los pueblos conquistados, siempre que los japoneses estuvieran a gusto.
Una barbarie que superó las barbaries que habían cometido los blancos, y que se plasmó en hechos como el saqueo de Nankin, en el que una semana el ejército japonés se entregó a una orgía de muerte y destrucción sobre los habitantes de esa ciudad china, con una posible cifra de casi 500.000 muertos. Como fueron las hambrunas inducidas, por la requisa de las cosechas, sobre la población china en los territorios conquistados, y que podrían suponer unos cuantos millones de muertos. O como fue el trato brutal sobre los prisioneros aliados, casi sin alimentos, obligados a trabajos forzados, sometidos a auténticas marchas de la muerte en su traslado... y tantas y tantas atrocidades, de las cuales no escapaban ni los propios civiles japoneses, como fue el caso de Saipán y Okinawa, cuando los soldados japoneses ejecutaron a miles de sus propios compatriotas, para que no cayeran en manos enemigas, o como, incluso tras las dos bombas atómicas, miembros importantes del gobierno y del ejército japonés seguían clamando por continuar la guerra, cuando esta ya estaba perdida desde hacía dos años (y resulta escalofriante pensar lo que hubiera supuesto, en vidas humanas, un desembarco americano en el Japón y la posterior conquista paso a paso).
Por ello, si unimos estos factores, el racismo, un enemigo que no da cuartel (y que dispara contra la cruz roja o finge rendirse o estar herido, para a continuación revolverse con los que se han acercado) podemos entender, si esa palabra tiene algún significado, esa política espontánea de no prisioners tan extendida entre las unidades aliadas, o esa política oficial, ordenada desde lo más alto, pero no por ello menos brutal y despiadada, de si tiene que morir alguien que sean japoneses.
Queda un último punto. Como he indicado, y aunque muchos no lo sepan o pretendan no saberlo, el Japón de los años 30 y 40, era un régimen quasifascista, imperialista y agresivo, profundamente racista, y para el cual el papel del hombre era morir como soldado y el de la mujer traer al mundo otros nuevos que los substituyesen. Sin embargo, en ese estado seguía habiendo partidos, se celebraban elecciones, y seguía funcionando el parlamente. Aparentemente, y a todos los efectos, seguía siendo una democracia, sólo que estaba vacía de cualquier contenido democrático y el poder efectivo estaba en manos militares, una situación a la que se había llegado porque estos, el poder militar, habían asesinado a cualquiera, por muy importante que fuera, que pretendiese oponerse a sus designios, e incluso habían prefabricado incidentes internacionales (como el que provocó la toma de Manchuria), para forzar a las instituciones civiles a hacer lo que ellos deseaban.
Algo que debería hacernos reflexionar sobre la fragilidad de las democracias y la facilidad con que sus principios pueden convertirse en letra muerta, si no se mantienen día a día
Y si alguien piensa que esto es agua pasada, que recuerde a Abu Graib y Guantánamo, por citar ejemplos sonados.
2 comentarios:
Perdón por interrumpir ;-) No deja de sorprenderme cómo este blog parece anclado en el síndrome "cero comentarios" y nimiedades protofálicas se dan baños de multitudes en los comentarios. Como dijo una vez Don Alfredo en una visita anterior a este blog, el tono del autor, cercano a la intimidad del soliloquio no ayuda, pero coño, manifestaos!
Dicho esto, el tema me apasiona y el enfoque me ha gustado mucho, muy interesante e informativo post.
No, no interrumpe, pase y sientése que esta es su casa....
y sobre los comentarios, la parroquía es poca (aunque últimamente ha crecido un algo) pero sí bastante fiel...
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