domingo, 9 de marzo de 2008

No meaning is needed


Estos dos úlitmos fines de semana he pasado a ver la retrospectiva Modigliani que se muestra este invierno repartida entre el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid, como viene ya siendo acostumbrado.

Montar una exposición de un artista como Modigliani es complejo. No es un artista protéico, como pudiera ser el caso de Picasso, el otro gran nombre del invierno madrileño, por lo que si se acumulan demasiadas obras suyas juntas, el visitante puede acabar empachado y sacar la impresión de que era un artista de una sola idea que repetía hasta el infinito, sin ser capaz o atreverse a salir de esa prisión autoimpuesta. Vamos, el perfil de alguien que prefiere la facilidad y el apoltronamiento, cuando en realidad se trata de un artista que busca exprimir al máximo las posibilidades de la vía que ha descubierto.

Todo lo contrario de un Botero, pero igual que un Giacometti, con cuyas exposiciones, a pesar de su rigor y su originalidad como artista se corre el mismo peligro, como ocurrió en el Reina Sofia hace ya más de veinte años.

Por esta razón, los organizadores han decidido abrir el campo y presentar, junto con las obras de Modigliani, un repaso de la producción de esa comuna de artistas entre 1900-1940 que se podría llamar (y se llama) la escuela de Paris, y en la que en la decada de 1900-1910 se dinamitó el arte occidental, transitando de la figuración a la abstracción pura.

Entre las obras que aparecen, y dado que Modigliani tuvo una etapa de escultor, se muestran algunas piezas de Brancusi, un escultor por el que tengo cierto cariño.

En concreto la obra con la que encabezo esta entrada y que ha motivado que el tema de ella misma, no sea el arte de Modigliani, si no la búsqueda de Brancusi.

Esa obra me tuvo cavilando un buen rato, simplemente porque no conseguía relacionar el tema, ese título que afirma que escultura es una representación de Prometeo. con la forma, esa esfera pulida hasta que su superficie se convierte en espejo.

Una y otra vez cambié el ángulo de visión. Incliné la cabeza a un lado y a otro, me puse a izquierda y derecha, pero no conseguía ver nada, aparte de esa superficie brillante y dorada. No es que esperase ver nada, uno sabe que parte del juego del arte moderno es precisamente despistar al espectador, enviarle por caminos que no son el correcto, si es que éste existe, pero yo sabía, de otras exposiciones, como Brancusi juega a crear símbolos, como otras obras como esta, L'oiseau dans le Espace (El pájaro en el espacio),



nos representan al pájaro mediante la descripción de su movimiento.

Así que Prometeo debía estar en alguna parte.

No fue hasta que hube visto la exposición y volví a recorrerla para dar un repaso, cuando lo vi en el ángulo correcto. Desde esa posición, unas ondas en la esfera se convertían en el arco de las cejas, señalando el puente de la nariz, y dos protuberancias a los lados eran las orejas.

Me dio una alegría. Ahí estaba mi Prometeo. Mejor dicho ahí estaba el símbolo de una cabeza humana, la cabeza de cualquiera de nosotros, incluso la de Prometeo, ya que aparte de su color dorado, que recordara el fuego que el Titán trajera a los hombres, nada más había que permitiera realizar tras atribución.

Sin quererlo, mi torpeza en descubrir en esa forma los rasgos esquemáticos de una cabeza, me había llevado a la idea central que unía y une a todos los artistas de ese tiempo, a pesar de sus estilos tan diferentes.

Ese señalar que el tema no importa, es secundario, prescindible, lo que importa es como se plasma, o como no se plasma, o como se desvía uno de él, o como se acerca a él, como, en realidad, se juega con él. Un juego muy serio, donde se siempre se está arriesgando la piel, pero juego al fin y al cabo.

Un juego que llega, en esta obra de Brancusi, a engañarnos con respecto a la materia con que está hecho, puesto que esa esfera dorada es, en realidad, de bronce.

Obrando casi una transmutación alquímica.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me gusta. Pienso lo mismo, el arte alcanza proporciones inesperadas cuando se detiene y observa...Siempre que uno se abra y vuelva receptivo se pueden llegar a identificar las formas e ideas con que las cosas fueron concebidas, por su puesto después de haber sido digeridas por cada persona y aunque el resultado pudiera llegar a no ser el mismo según cada persona, una vez descubierto esto pareciese efectivamente producto de una transmutación alquímica.

David Flórez dijo...

Exacto. Esa es la idea.