miércoles, 20 de febrero de 2008

The World at War (y II)





He hablado ya de lo que supuso para mi infancia, la serie británica The World at War. Verla ahora, no ha supuesto un impacto menor, simplemente, porque ciertos hechos que sólo conocía de haberlos leído en los libros, aparecen ahora ante mis ojos, como si yo mismo los estuviera viendo.

Así ocurre con la secuencia que encabeza esta entrada, la de una mujer japonesa, que durante la batalla por Saipan, en las islas Marianas, durante junio-julio 1944, decide saltar al vacío, en vez de entregarse a los americanos.

No fue el único caso. En los últimos días de la batalla, cuando las tropas japonesas se vieron reducidos a una estrecha franja de tierra, sin posibilidad de retirada, civiles y militares se suicidaron en masa, saltando desde los acantilados, o bien encargando a uno de los soldados que con ellos estaba, que los fuera ejecutando uno tras otro, hasta quedarse sólo y terminar él mismo con su vida.

Un espectáculo que horrorizó a los soldados aliados que lo contemplaron, puesto que a pesar de la muerte indiscriminada que caracteriza a toda la contienda, nunca antes habían visto nada igual. Un horror aumentado por el hecho de que a pesar de los llamamientos en japonés para que se rindieran, a pesar de utilizar prisioneros y civiles japoneses para convencerles de que cesaran en esa locura, los japoneses de Saipan se negaron a creerles y prefirieron la muerte.

Es difícil entender para nuestra psicología, con su aprecio absoluto por la vida de cada individuo, esa pasión suicida de los japoneses de la segunda guerra mundial. Casi nos negamos a creerlo, a pesar de las lecturas y de las imáganes, puesto que, para muchos occidentales, los japoneses, mejor dicho, el régimen japonés, parece menos criminal que el gobierno nazi, y para muchos otros, debido a la política reciente, los americanos son el malo by default, en cualquier tiempo y en cualquier circunstancia.

Conviene recordar, sin embargo, que a pesar de ser formalmente un régimen democrático, donde se celebraban elecciones y funcionaba un parlamento, el régimen japones había derivado hacia el más puro militarismo, llegando a adquirir rasgos claramente totalitarios y fascistas. En efecto, la última palabra sobre la vida nacional la tenía el ejército imperial, hasta el extremo que toda la nación estaba orientada hacia la guerra imperialista que libraba con China desde el 37 y con los aliados desde el 41. Ninguna disidencia, por lo tanto, era tolerada, y cualquier sospecha era castigada con la cárcel o con el frente, ambas practicamente condenas de muerte.

Por ello, para sostener ese milatirismo imperialista, el gobierno japonés realizó todo sus esfuerzos para imbuir a la población de las virtudes castrenses, encarnadas en la figura del Samuräi, como encarnación de la cultura japonesa. Una polarización que ocultaba la otra gran corriente del pensamiento japónés, la que podríamos llamar feminista/pacifista, encarnada en el Genji Monogatari, y que pretendía convertir a los civiles japoneses en unos robots cuyo valor estribase únicamente en su capacidad de sacrificio por el imperio y el emperador y donde la disciplina militar se basaba en la violencia más descarnada contra los inferiores y los débiles.

Un militarismo y un imperio, que llevó a los japoneses, contaminados por el Nazismo y el Fascismo, a considerarse también una raza elegida, a la que el resto del mundo debía servir. Por eso, en las tierras que supuestamente "liberaron" de los imperios coloniales occidentales, se mostraron como amos mucho peores que los blancos, librando auténticas guerras de exterminio contra los asiáticos que se les oponían (como demuestra el saqueo de Nankin, en china, en 1937, en el que murieron casi 500.000 personas) o tolerar las hambrunas de la población "liberada" siempre que los japoneses estuviesen bien provista.

Una filosofía castrense a ultranza, donde se consideraba al prisionero que se había rendido como un subhumano, al que se podía esclavizar, matar de hambre o ejecutar por la más mínima falata, y que convirtió a los campos de prisioneros japoneses en auténticos campos de exterminio... y que les llevó a pensar a muchos que si ellos trataban así a sus prisioneros el enemigo debería obrar de las misma manera, simplemente por venganza.

Una idea que explica claramente porqué muchos civiles militares japoneses prefirieron el suicidio antes de sufrir ellos mismo lo que habían infligido a otros.

No es que los americanos fueran unos santos. La guerra del pacífico, por ambos bandos, fue una guerra racista, donde cada bando imaginaba al otro con rasgos animales, y por tanto exterminable como se piensa de los ratones y las cucarachas. De forma espontánea, debido a ese racismo subyacente y al modo de combatir de los japoneses, del que la rendición estaba excluida y el combate continuaba hasta la muerte, las unidades de combate americanas adoptaron una política de no prisioners, desobedeciendo las instrucciones de sus mandos...y donde estos mismos decidieron que valía más que murieran japoneses, sin importar cuantos fueran, mientras no cayeran americanos.

Una guerra en fin donde la crueldad, la brutalidad, la deshumanización del enemigo se convirtieron en una constante hasta el último momento de la guerra, como ocurriera en Okinawa, en el verano de 1945, donde más de 20.000 civiles japoneses murieron en una batalla confusa que no sirvió para nada, excepto para alargar más la agónía previa a una muerte inevitable.

Una batalla, sin embargo, donde muchos japoneses ya se daban cuenta sin lugar a dudas de que la guerra estaba perdida. El punto de inflexión en el que muchos dejaron de creer en la propaganda de su gobierno y abandonaron la ideología con que les habían lavado el cerebro.

El momento en que empezaron a rendirse.

El momento también en que los americanos descubrieron que el enemigo también era humano, al tener que tratar con ellos, como bien ilustra la serie.

Many americans, at the end of their great advance across the Pacific, had now seen that the animals, the faceless fanatics, eager to die for their emperor, were humans beings like themselves.

"They showed kindness to their own people too, which we didn't really think they could, you know, life was just cheap to them, which was not true, they showed a lot of kindness to their own wounded, you know, took them on their backs, two or three were carrying, they were weak themselves, you know, so they were people just like us."









2 comentarios:

Anónimo dijo...

Estupenda serie, la guardaba en la memoria por la emoción que me produjo en la infancia, en nuestras teles en blanco y negro, y la compré hace un par de años. Me parece lo mejor que se ha hecho para la televisión sobre la Segunda Guerra Mundial, ¿cómo es que ninguna cadena la repone? Se prefiere dejar en manos de las películas de Hollywood la educación histórica, y así la gente piensa que los vikingos llevaban cascos con cuernos, que Espartaco fue crucificado o que la guerra de Troya duró dos semanas (supongo que poner a Brad Pitt con canas, como padre de un hijo en edad de combatir, no quedaba muy atractivo).
Y aprovecho para decirte que sigo tus artículos sobre anime, convencido de que tardaré varios meses en poder ver las series que comentas, pues me es imposible seguir tu ritmo.

David Flórez dijo...

La serie es impresionante, sobre todo por esa serenidad y neutralidad con la que está narrada, una serenidad y neutralidad que no evita que sepamos que los creadores están del lado de los aliados, como creo yo, tiene que ser, a menos que nos dé por la sofísitca

Sobre, la series, tampoco considero que todas las que comento sean importantes, simplemente quiero señalar algunos detalles que me han llamado la atención.

Por ejemplo, Clannad, que comentaba hace poco, está siendo una serie que no acaba de despegar, a pesar de ciertos momentos de genio.