viernes, 6 de agosto de 2021

János Vitéz (1973) Marcell Jancovics

 
Hace unos días, les señalaba mi  rendida admiración por Fehérlófia (El hijo de la yegua blanca, 1981), esa obra maestra de la animación dirigida por Marcell Jankovics. Su perfección es tal que parece haber surgido como un milagro de la nada, una excepción aislada sin causas ni consecuencias, pero esto es un mero espejismo, producto de un doble desconocimiento: el de la animación y el de la filmografía de los países del este en su periodo comunista. En esa época, a pesar de la opresión de esos regímenes, existían estudios estatales que permitían construir una industria de animación sólida, de manera que la experiencia y los conocimientos se iban transmitiendo y mejorando. En el caso de Jankovics y Húngría, ese estudio era Pannonia Film Studio, que no sólo puso a su disposición profesionales de primera fila, sino que le permitió dirigir sus primeros cortos y films. Una experiencia y una pericia que brillan con toda su luz en Fehérlófia.
 
Entre esas obras primerizas de Jankovics está  János Vitéz, largometraje dirigido en 1971. Sin embargo, primerizo no significa torpe o titubeante. János Vitéz es ya una obra mayor, en donde pueden verse en germen símbolos y hallazgos que florecerán en toda su grandeza en Fehérlófia. Si conocen esta película y la comparan con las capturas que abren esta entrada, podrán encontrar claras concomitancias. Del gusto por transformar el espacio fílmico en un tapiz, donde se tejen y entretejen diferentes motivos, en constante cambio y metamorfosis; al uso continuo de estructuras circulares, muy adecuadas a un formato fímico que aún era cuadrangular y no rectangular, tornado en el único posible desde hace ya varias décadas. Sin olvidar un evidente preciosismo visual, que conecta el cine, en sus variantes animadas, con otras artes de la imagen, como la pintura, el dibujo o el mosaico.

La principal diferencia entre János Vitéz y Fehérlófia -y que hace que ésta sea una obra maestra y que aquélla se quede en película sobresaliente- está en las influencias que determinan su acabado visual. Fehérlófia crea su propio sistema de reglas, que la convierte en nuevo modelo a copiar, mientras que János Vitéz utiliza el modo que Yellow Submarine (El submarino amarillo,1968) de George Dunning (y otros muchos más). Un estilo que, en la memoria popular, ha acabado siendo sinónimo de la psicodelia y, por extensión, de la libertad de los años sesenta. Adopción de un modo concreto, de moda en su tiempo y fácilmente reconocible, que no implica que se aplique de manera servil o facilona. De hecho, su carácter onírico conviene muy bien a la historia que János Vitéz narra, adaptación de un poema del siglo XIX sobre las aventuras hipérbolicas del personaje que le da nombre.
 
János Vitéz, en muchos aspectos, recuerda al barón de Munchausen. Sus andanzas van siendo cada vez más increíbles, en ascensión constante hacia sucesivos imposibles, de manera que un estilo más realista -o hiperrealista, en nuestra concepción estrecha de la animación-, iría contra su credibilidad. No otro es lo que sucede, por ejemplo, en la adaptación de las aventuras de Munchausen -The Adventures of Baron Munchausen (Las aventuras del barón de Munchausen)- que realizó Terry Gilliam en 1988, que adolecía de que los personajes parecían en demasiadas ocasiones actores disfrazados para la ocasión, mientras que no ocurría en la versión de Karel Zeman - Baron Prášil (1962)-, que utilizaba los fondos de grabado decimonónico y la flexibilidad de la animación para dar cuerpo a lo imposible.

Esas armas son las que utiliza János Vitéz. Da igual que el protagonista ascienda a caballo a montes de paredes verticales, que combata en Francia contra hordas de otomanos o que acabe viajando, como Gilgamesh, a un mundo fuera del mundo. Todo ello nos parece verosímil, ya que desde el principio el formato visual elegido deja bien claro que cualquier cosa es posible.

Y esto es un milagro que sólo está al alcance de la animación.

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