sábado, 19 de enero de 2019

En busca de Bergman (X): En lektion i kärlek (Una lección de amor, 1954)



















En lektion i kärlek (Una lección de amor, 1954) es un mirlo blanco dentro de la producción de Bergman. Se trata, ni más de ni menos, de una comedia, lo que parece fuera de lugar en una obra, como la suya, de clara voluntad trascendente, en busca de soluciones a los problemas de la existencia humana, aunque éstos sean abrumadores y aquéllas, elusivas e inasibles. De igual forma, dada la profundidad y la exasperación dramática de los films de Bergman, que algunos dirían impostación y pretenciosidad, se podría pensar que la vis cómica es del todo ajena a Bergman, de manera que esta película no pasaría de una cadena de chistes mal encadenados, sin ritmo ni gracia. Un patinazo en la obra de un director por naturaleza más afín al drama.

Sin embargo, habría que recordar que el género cómico, aunque implica la risa, no la exige de forma necesaria. Hay una actitud burlona, cierto, pero en el sentido de contemplar pasiones y defectos humanos con desapego y alejamiento. Como si esos conflictos y contrariedades en realidad no mereciesen tanto la pena, y fuera mejor tomárselos a broma, sin necesidad de dejarse la piel en ellos. En ese sentido, En lektion i kärlek cumple a la perfección, puesto que el análisis descarnado de las relaciones matrimoniales, central en su obra, se contempla aquí desde fuera, desde una distancia protectora, con la sorna de alguien a quien no le afectase y sólo reparase en el ridículo de esas soledades a dos. Mirada que, por cierto, ya había aparecido en uno de los episodios de otra obra anterior, Kvinnors väntan (Tres mujeres, 1952)

Con ello, Bergman habría cumplido con el expediente, pero el caso es que la película tiene gracia. Mucha gracia. Bergman se las arregla para reírse de sí mismo, del matrimonio, las infidelidades y las relaciones familiares, e incluso se nos muestra jugetón y revoltoso, pícaro y chispeante. Algo sorprendente en él, comparado con su manera habitual, y que se contagia al reparto de la película, tan  dispuestos a entrar en ese mismo juego y a divertirse como el propio director. Un elenco actoral, que no se olvide, ya era de habituales en las películas de Bergman, donde se puede reconocer a la protagonista de Sommaren med Monika (Un verano con Mónica, 1953), a otra de la ya citada Kvinnors väntan  y al futuro protagonista de Nattvardsgästerna (Los comulgantes, 1962)

Tono ligero, distanciamiento cómico de los conflictos, en los que se destaca su ridiculez, además de instinto por el chiste y el juego. Eso es lo que distingue a esta cinta, pero no implica que Bergman se olvide de quien es, muy al contrario. Entre las muchas bromas hay algunas veras, que volverán a surgir una y otra vez en su producción posterior.  Verdades siguen siendo bastante pertinentes, a pesar del tiempo transcurrido, lo que dice muy poco a favor de nuestro tiempo, que hace ya tiempo debería haber superado esos combates ideológicos y no parecer a punto de retroceder varios siglos. Perlas que, además, se refieren a la condición femenina y siempre desde un punto de vista progresista. Incluso feminista.

Porque, y es algo que deberíamos meditar, Bergman es uno de tantos directores de esa época en los que la mujer es central. No como objeto de deseo masculino  espejo pasivo donde se reflejan los conflictos de los hombres, sino como sujeto protagonista, activo, con voz y voluntad propia.  Un ser humano con sus propios ideales y apetencias, incluidos los sexuales, que busca hacer realidad sin doblegarse ante las presiones externas y los obstáculos sociales. Así, como se puede comprobar en la secuencia que abre esta entrada, la protagonista se revela contra esa moral masculina que idealiza a la mujer como objeto de pureza, privándola de su sexualidad, para someterla al capricho de la del hombre, quien puede ejercerla sin rendir cuentas a nadie. Aún más, jaleado y aplaudido por la sociedad, puesto que se considera etapa necesaria para alcanzar su plenitud.

Incluso aún más sorprendente es el caso de la hija del matrimonio, a quien le gustaría hacer las cosas que hacen los chicos y que se revuelve contra la imposición de comportarse como una señorita. Hasta el extremo de pedir a su padre, ginecólogo profesional, si podría operarse para cambiar de sexo. Audacia increíble para la época, los años cincuenta, por mucho que aparezca disfrazado de broma y de travesura juvenil.

Ahí queda eso.

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