Ya les había hablado del último fin de Jan Svankmajer, Hmyz (2018), con la que ha anunciado su retirada. Si recuerdan, no me había acabado de convencer. Me quedé con las ganas de volver a verla, con más tranquilidad y detenimiento, también con menos expectativas infundadas, lo que he podido hacer ayer mismo.
¿El veredicto? Esta vez sí me ha gustado. Mucho, aunque no haya llegado al entusiasmo que sentí con otras obras anteriores. Digamos que he sabido apreciarla en lo que es, que no es poco, sin que este goce se viera frustrado por razones externas. Es decir, por mi querer obligar al autor a presentarme lo que yo deseaba, no lo que a él le apeteciera. Ese era principal motivo de mi desilusión anterior, que no llegué a entrar, ni quise, en el juego propuesto por Svankmajer. Tan distinto, opuesto incluso a lo que había sido la tónica en sus películas anteriores. Obras en donde, a pesar de estar preñadas de surrealismo, se mantenía una pretensión de ficción. Mejor dícho, de ilusión de ficción, mediante la cual, como ha sido la norma en el cine narrativo desde los inicios de esta forma, el espectador creyese ser testigo de sucesos reales. Por muy absurdos e inverosímiles que estos fueran.
Sin embargo, en Hmyz la acción y la narración se ven interrumpidas en todo momento. No por otras acciones, sino por lo ocurrido durante el rodaje. Svankmajer se obstina en presentarnos a cada instante el proceso creativo que condujo a la escena que hemos visto o la que vamos a ver. La película marcha así a trompicones, con continuas paradas y arranques, que hacen difícil entender su desarrollo e intencionalidad. Así mismo, estas intromisiones hacen pensar en los manidos making of al uso, meros vehículos promocionales en donde se intenta demostrar lo maravillosa, original y visionaria, como se dice ahora, que es la película que se ha visto o se va a ver, así como lo felices que fueron los actores que participaron en ella, orgullosos de haber participado en ese "team" histórico, por utilizar el lenguaje corporativo.
Así podría parecer, pero estamos hablando de Svankmajer. Ni la extraña cadencia del film se debe a carencias expresivas, ni estamos ante una maniobra publicitaria. La explicación se halla encerrada en la misma película puesto que, no se olvide, su parte de ficción es un ensayo de una obra teatral por parte de un grupo de aficionados. Ensayos en los que la actuación es envarada e inexpresiva, los decorados frágiles y embarazosos, los trajes ridículos y chillones. Apartémonos un poco y nos daremos cuenta que no sólo se trata de un film dentro de un film, o de una representación dentro de una representación, sino de un ensayo dentro de un ensayo. De los ensayos de una película de Svankmajer que trata sobre los ensayos de una obra de los hermanos Capek. Con todas las torpezas, accidentes y conflictos que en ellos se producen. Por obligación y por necesidad.
Con esa intención, se hace esencial mostrar las verrugas del proceso creativo, ésa que normalmente se mantienen ocultas, por vergüenza y por pudor. Y además acompañar esos defectos de la escena terminada, como si se estuviese actuando al modo Brechtiano, para así distanciar al público, rompiendo en todo instante cualquier amago de verosimilitud, de realidad de la ilusión. Pero sin quedarse ahí. Porque otra consecuencia de este método es el ataque de Svankmajer a la omnipotencia y omnisciencia del creador. En las interrupciones que puntean el metraje, la actuación del director se queda en la de mero gestor. Se limita a marcar el comienzo y el fin de lo rodado, mientras que lo ocurre en escena y los procesos que han llevado a ella son responsabilidad de otros. Sin cuya intervención la película jamás hubiera arribado a buen puerto. Ni siquiera hubiera podido zarpar.
Menosprecio necesario a la figura del creador, tan ensalzada y adorada en la teoría cinematográfica, que alcanza su mejor representación al principio de la cinta. En sus últimas películas, ese espacio lo solía reservar Svankmajer a ofrecer un manifiesto sobre el arte, la creación artítisca y el estado desquiciado del mundo. Aquí también, pero, como pueden ver en las capturas, sus titubeos y patinazos lo convierten en una carrera de obstáculos a la hora de convencernos. Dejan al aire la pretenciosidad y grandilocuencia que suelen acompañar esas manifestaciones. Las ínfulas que las tornan tan hueras y vacuas, tan inútiles e inaplicables, apenas un vehículo para el propio orgullo y el campanudismo. Para el sentirse satisfecho, orgulloso, de lo mucho que sabe uno, de lo agudo que es su ingenio y de lo bien que sabe expresarse.
Y sin embargo, tampoco. Porque lo que nos dice Svankmajer es de extrema importancia, de urgente actualidad en nuestro mundo de hoy, tan adicto a la mentira. Y también, porque a pesar de tanto esfuerzo por quebrar la ilusión, de repente esta se adueña de la pantalla, la hace propia, y nos lleva a ver esa realidad oculta tras la realidad percibida.
Ésa misma que anhelaban alcanzar los surrealistas.
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