domingo, 13 de mayo de 2018

La lista de Beltesassar (CCIV): French Roast (Mezcla Francesa , 2008) Fabrice O. Joubert




























Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de French Roast (Mezcla Francesa). corto dirigido en 2008 por el animador francés Fabrice Joubert.

Buscando por Internet, se puede comprobar que este autor tiene una larga carrera. Principalmente como director de animación de producciones comerciales, algunas de gran fama y mayor publicidad, además de un puñado de cortos, de los que French Roast fue el primero. Por desgracia, ya que no los he visto, me es imposible juzgar como evolucionó su carrera en esta fracción de su filmografía. Quizás ocurrió que, aún guardando cierta comercialidad, se las arregló para crear obras personales, o más bien, como es tan frecuente, se limitó a tirar de clichés y fórmulas probadas.

Lo que les puedo decir es que French Roast tuvo gran fama en su momento. Tanta, que incluso fue nominado para los Oscars, aunque no se llevó la estatuilla, además de conseguir un buen puñado de galardones en otros festivales importantes. No es de extrañar, porque el corto tiene su gracia. Es cierto que se le puede reprochar lo que a muchos cortos, ya sea animados o de personajes reales, no ser más que un chiste extendido, pero no es menos cierto que resulta un buen ejemplo de las virtudes de la animación frente a la imagen real. En concreto, como ya habrán adivinado si leen este blog, de la capacidad de la animación para haber devenido el último reducto del cine mudo. Y no como forma viciada y repetitiva, recreación nostálgica de tiempos y estilos ya muertos, sino como campo lleno de posibilidades y sorpresas.

French Roast, como tantos otros cortos, muestra como la animación es capaz de tomar una anécdota nimia - en este caso, la del cliente de un café que ha perdido su cartera y debe recurrir a un plan absurdo para zafarse de la vergüenza y escándalo consiguientes -, para desarrollarla con el mínimo de recursos. Renunciando, en primer lugar, a la palabra hablada, que deviene mero componente del paisaje sonoro, al mismo nivel que el ruido ambiente y la música incidental. En este caso, además, adoptando un estricto encuadre, sin montaje alguno limitado a la visión del cliente y lo que nos pueda reflejar el espejo a su espalda, rigor estético que solo se traiciona levemente con pequeños movimientos de cámara laterales. Utilizados para revelar - u ocultar -  algún detalle de interés pero sin perder de vista nunca a quien es el personaje central.

De hecho, el auténtico reproche que se puede hacer al corto - fuera de su claro intento por agradar - es, paradójicamente, su corta duración. El ritmo con que se narra es lento y pausado, persiguiendo que el espectador se aclimate al pequeño bar donde se realiza la acción, así como para que se comparta la incomodidad del personaje principal. Por desgracia, el planteamiento se come así la mayor parte del corto, de forma que el desenlace se vuelve precipitado, incluso un tanto forzado. Se tiene la impresión de que habría sido posible incluir más peripecias, más gags, que fueran acumulándose y reforzándose unos con otros hasta culminar con una aceleración del ritmo que pusiese todo, y a todos, literalmente patas arriba. Por desgracia, no es así, ya que el necesario ritmo lento del principio choca de lleno con la corta duración, apenas seis minutos si se quitan los títulos de crédito. Y es una pena, porque si se hubiera llegado a los 8 o mejor a los 10, el corto sí sería redondo. Tendría el espacio que le falta para desarrollarse.

No les entretengo más. Como siempre, les dejo aquí el corto. No es una obra maestra, pero si es agradable y simpática. Perfecta para pasar un buen rato e irse con una sonrisa, que buena falta que hace.

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