sábado, 5 de mayo de 2018

Cine Polaco (XLI): Blanche (1972) Walerian Borowczyk


































Tengo que confesarles que estoy sintiendo cierta desilusión con las obras en imagen real de Walerian Borowczyk. No obstante, mi consideración por su obra animada sigue siendo la misma, la que corresponde a un maestro esencial en esa forma, pero siento que algo crucial se perdió en el tránsito hacia el mundo del largometraje "normal". Lo justo para que esas obras, aunque notables, no sean magistrales. E incluso parezcan deslavazadas en su construcción, inexpresivas en su plasmación. No porque el cineasta busque llevar los convencionalismos estéticos al límite, hasta casi perder al espectador, para con esa misma audacia conseguir relacionarse con él en formas nuevas y mucho más sentidas, caso de un Tarkovski. No, lo que ocurre aquí es muy distinto, y no se trata de torpeza técnica, estética o narrativa, es más bien una desconexión y desencuentro, tanto con los espectadores como con los propios actores. Casi como si Borowczyk no llegase a comprender las necesidades y limitaciones que acompañan a un largometraje convencional. Sensación que ya sentí con Goto, L'île de l'amour (1968) y que se ha visto confirmada con esta Blanche (1972) que les comento

Mi inquietud y disgusto no eran explicables basándose en sólo las películas. A racionalizarlas y sistematizarlas me han ayudado los documentales que acompañan a las magníficas ediciones en BR de ambos filmes. Del testimonio de los propios colaboradores de Borowczyk puede deducirse que éste cineasta seguía viendo el cine de personajes reales como cine de animación, como conjunto de objetos y materiales que podía organizar y reorganizar a su gusto, sin contar con ellos. En sí, esto no sería un problema, puesto que genios del séptimo arte como Bresson se caracterizaban por un enfoque similar hacia los actores en sus filmes, considerándolos casi como encarnaciones corpóreas de conceptos abstractos. Desprovistas, por tanto, de toda afección y sentimentalidad en su actuación.

El defecto radica en otra parte muy distinta. Lo que surge de esas declaraciones de los colaboradores directos es un Borowczyk preocupado en exclusiva por los temas técnicos y materiales de sus películas, a los cuales dedicaba toda su energía, incluso montando, reparando y modificando en persona decorados y atrezzo, sin delegar en otros. Frente a esta obsesión, propia del animador que tiene que construir todo por sí mismo, sin confiar en nadie, descuidaba completamente la dirección de actores, de manera que sus actuaciones no quedaban del todo integradas en la historia. Lo que es peor, no acababan de constituir un todo homogéneo, coherente. Sus actores terminaban por habitar filmes distintos, si no se disociaban del mismo.


En el caso de Blanche, esa disonancia actoral lastra de manera palpable a la película, aunque no la hunde por completo, como ocurría en  Dzieje grzechu (Historia de un pecado, 1975), donde además la narración se tornaba errática y arbitraria.. Por un lado, tenemos a dos monstruos absolutos del cine francés, Michel Simon y  Georges Wilson, que intentan mantenerse en los límites de lo que consideran un drama de época, ambientado en tiempos medievales. Sabiendo, además, dosifiicar sus fuerzas hasta que llegue el momento de estallar y dejarse llevar. Por desgracia, en el otro lado, tenemos a una actriz bastante limitada, Ligia Branice, que parece sumida en un permanente ataque de histeria.. antes incluso que se desaten los hechos luctuosos que ponen en movimiento la peripecia de la cinta. 

No ayuda, por otra parte, que su personaje, Blanche, que da nombre a la cinta, sea central en ella. Esto destaca aún más los defectos de Branice, que aún se ven amplificados porque su personaje está desprovisto de entidad y profundidad, fuera del ser una víctima y estar continuamente aterrada. El resto del reparto tienen motivaciones, intereses, virtudes y defectos, mientras que Blanche no pasa de ser un símbolo, una excusa, para que la tragedia se desencadene. A los otros, hombres en su inmensa mayoría, rey, nobles, escuderos y plebeyos, les oímos expresarse, relacionarse, conspirar y engañarse, pero Blanche permanece aislada, aparte, sin relación real con nadie del reparto ni mucho menos con nosotros, los espectadores, fuera de los que nos cuentan y nos muestran. Peor aún, porque un personaje secundario en comparación, como es la castellana d'Harcourt, quien desaparece al final del primer cuarto del filme, tiene más presencia y transfondo que ella, o al menos se la ve participar en la vida, social y política de ese microcosmos medieval.

Y es una auténtica pena, porque la historia de traiciones y venganzas que cuenta la película es realmente interesente, incluso actual, en estos tiempos de violencia contra contra las mujeres. Muestra sin lugar a dudas como el deseo de los poderosos no tiene inconveniente en pisotear todo derecho y justicia, incluso la misma que ellos representan, si con ello se consigue el objeto que ambicionan. Proceso en el que los inocentes resultan ser las mayores víctimas, los peores damnificados, mientras que los verdaderos culpables se marchan sin apenas daño. Todo ello ambientado, además, con esa manera tan Pasoliniana de recrear el pasado, en la que se huye de toda guardarropía y teatralidad, para enfrentarnos a la pobreza y a la dureza de aquellos tiempos, pero sin caer en el tópico o la exageración.

Una pena, en verdad

No hay comentarios: