sábado, 17 de marzo de 2018

De ida y vuelta

Fernando Zobel

Viendo la exposición El principio Asia, que acaba de abrirse en la fundación Juan March, no dejaba de pensar en el último concepto que acaba de ponerse de moda: la apropiación cultural. Según sus proponentes, el uso de conceptos e ideas de otras culturas sería similar a un robo intelectual, de manera que denunciar esos prestamos sería un imperativo moral, así como luchar contra ellos. En mi opinión, este concepto obedece a la idea de culturas como entes monolíticos e incomunicables, encerradas en sí mismas y condenadas a ser como siempre fueron, sin posibilidad  alguna de cambio. Ya sea por su dinámica interna o por influencia externa.

Sé que estoy exagerando. Sé que, como muchas ideas recientes, el concepto de apropiación surge del afán por combatir la  pesada herencia colonial. En ese tiempo, demasiadas veces, la penetración  intelectual de occidente venía dada por el poder militar, mientras el saqueo económico de las posesiones ultramarinas se acompañaba por un robo de bienes culturales, tanto materiales como inmateriales. Eso es así y es innegable, tanto en sus formas más extremas como en las más laxas de ignorancia mutua, desprecio a hacia el otro y propagación de estereotipos. Quien no lo acepte, bien es un necio o bien tiene intereses ocultos. Sin embargo, el otro extremo, el rechazo completo y sin excepciones, es también equivocado, al suponer que todo intercambio cultural entre Occidente y Oriente ha sido forzado o es proveniente de expolio. 

Se olvida nuestra tendencia a ser curiosos y a copiar las novedades de los vecinos, tanto más atractivas cuanto más distintas sean a nuestra experiencia cotidiana. Se deja a un lado, por otra parte que esa característica humana ha sido una de los motores de la historia, causante de profundos cambios y no menos inesperados mestizajes, propagados de un extremo a otro de Eurasia por la vías comerciales. Quizás, desde un lado y otro, se tiene miedo precisamente a éso, a la mezcla, identificada equivocadamente con confusión y contaminación, tan repelente por ello para puritanos e idealistas. Se hace de menos, mezclándolos con los muchos racistas y supremacistas reales, a tantos sinceros admiradores del otro, sin cuya labor y obra la mayoría nunca hubiésemos llegado a saber de esas otras culturas, mucho menos a admirarlas. Fueran cuales fueran los errores e inexactitudes existentes en sus informes y relatos.

Se podría llegar por último a condenar sin paliativos a una muestra como la de la March, crónica de como los artistas españoles de de 1950 para acá, estuvieron y están fascinados por Oriente, inspirándose en su arte y adoptando/adaptando sus modos. Manera que, si nos guiamos por estos nuevos conceptos, sólo puede calificarse de apropiación y por tanto no merece otro juicio que no sea condenatorio. Cuando en realidad es otro ejemplo más de las muchas fertilizaciones mutuas que han tenido lugar en la historia


Fernando Bellver

Por supuesto, el caso descrito por la exposición no es único ni el primero. Se puede decir que desde el comienzo de la expansión ultramarina de las naciones europeas, allá por el siglo XV, se han producido "fiebres" periódicas que han afectado a contactantes y contactados. Entre las más famosas están las del siglo XVIII, en la que la proliferación de chinoiseries artísticas se complementó con la mitificación del Imperio Qin como modelo de buen gobierno y concretización de todas las virtudes, auténtico paraíso terrenal. Asímismo en el siglo XIX los impresionistas y postimpresionistas se enamoraron de los grabados del Ukiyo-e, ejemplo ideal de lo que ellos querían conseguir estéticamente; mientras que los artistas japoneses comenzaron a introducir la perspectiva occidental en sus obras.

En el caso de esta ola, la comenzada en los años sesenta del siglo XX,  hay que destacar que tiene orígenes bastante anteriores y multiformes. Tiene mucho que ver con las popularizaciones del hinduísmo en forma de nuevas religiones, que surgieron en las últimas del siglo XIX, como la teosofía del Mme Blavatsky, cuyas ideas siguen bien vivas aún hoy, aunque metamorfoseadas en New Age y holística. Influencias a las que se añadía el budismo zen, con su apartamiento de todo significado y racionalidad, lo cual convenía a la perfección a una generación de artistas, la surgida en los 50, que hicieron de la abstracción su consigna y bandera. Una pintura no representativa, casi no-pintura, que parecía alcanzable, plasmable, mediante el ejercicio de la meditación y el ascetismo, al igual que sus homólogos del otro extremo del mundo.

Sin embargo, aún así había diferencias esenciales. No hay que olvidar que estos artistas españoles de los cincuenta se encuadraban en un movimimiento pan-occidental que se puede definir como Informalismo o Expresionismo Abstracto, según se esté a un lado u otro del Atlántico. Pinturas en donde la fealdad, la tensión, la turbación y el desequilibrio formaban parte de su esencia. Muy apartadas, por tanto, de la serenidad espiritual a la que aspiraban sus colegas orientales y que debía ser transmitida a los que contemplasen esas obras, ellas mismas tocadas por la divinidad.

Por otra parte, esos informalismos de los 50 van a constituir el último movimiento artístico "duro" de la historia Occidental. Tras el estallido del Pop, la muerte del arte como categoría y la victoria del postmodernismo,  la fascinación por Oriente se ha transmutado. Al deseo de transcendencia religiosa, de iluminación personal, que podíamos identificar con el Zen han sucedido unas apetencias mucho más mundanas y prosaicas. Oriente, desde Occidente, es Bollywood, el cine de Hong-Kong y el anime. Formas completamente populares, casi vulgares, que se han amalgamado con las propias de Occidente, hasta llegar a ser completamente indistinguible.

¿Bueno o malo? Creo que ya saben mi opinión, contradictoria e irracional, pero ésta poco importa. Lo que hay es lo que hay, y no queda otra que vivir con ello.

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