sábado, 6 de mayo de 2017

Cine Polaco (XX): Krotki film o Zabijaniu (No matarás, 1987) Krzysztof Kieślowski



































Es curioso, pero Kieslovski es un cineasta cuya obra he visto en sentido inverso, de las últimas películas de su etapa francesa a las primeras de su periodo polaco. No puedo decir, por tanto, cuando comenzó a ser conocido en occidente, aunque yo ya era un cinéfilo avezado cuando su nombre se añadió al reducido círculo de los indicutibles. Me atrevería a decir que el detonante fue su serie de TV Dekalog (Decálogo, 1987) pero no tengo prueba alguna que lo asevere.

Krotki film o Zabijaniu (No matarás, o en traducción más ajustada, Un film corto sobre el asesinato) es la versión larga, en formato panorámico, del capítulo quinto de la serie citada. Desgraciadamente la vi hace muchos años ya, cuando la editaron en DVD, así que no puedo tampoco señalar cuáles son las diferencias y añadidos frente al formato televisivo. Sí puedo decirles que el impacto  es igual de demoledor en ambos formatos, sin permitir al espectador tregua ni cuartel ante el tema tratado: el absurdo de la pena de muerte. En general, del sin sentido de la violencia humana, del modo en que ésta emerge por razones nimias, de la inutilidad, en fin, de los mecanismos sociales para restaurar la justicia, una vez que alguien ha quitado la vida a otro ser humano.

Esos dos conceptos, absurdo e inutilidad, son ubicuos en la película desde el primer inicio. Su atmósfera es opresiva, asfixiante y abrumadora, como si todos fuéramos engranajes obtusos en una maquinaria social que nos dicta nuestra función y de la cual no podemos escapar, si no es con la muerte, sea la nuestra o la de otros. Esta sensación de encarcelamiento, este fatalismo del que no se puede  escapar si no es por medio de la violencia destructiva, se ve subrayado por un uso modélico de un recurso muy típico de este tiempo y que desgraciadamente pronto perdió todo su sentido. 

Se trata del celuloide sucío, de los colores antinaturales, de los encuadres toscos, de la visión relegada a una parte mínima del plano. Toda una parafernalia que en manos de otros directores de cine no era otra cosa que moda a la que apuntarse, pero que en Kieslovski es herramienta esencial, puesto que el estado del mundo es tal, su distorsión es tan completa, que debe necesariamente debe ser visible, filtrarse en el aspecto externo de las cosas, como si esa deformación fuera su esencia y no la que normalmente le atribuimos. Como si en definitiva, no hubiera salvación ni para criminales, ni para las víctimas, ni para ejecutores. A los que pertenecemos el resto de nosotros, sin excepción, sea cual sea nuestra participación, el grado en que nos consideramos espectadores.

Porque, al final, no hay culpables completos, de una pieza, mucho menos inocentes. Las series y películas americanas nos han aconstumbrado a dividir el mundo en villanos y héroes, los primeros monstruos fuera del común de la humanidad, incapaces de ser salvados ni menos de ser comprendidos, los segundos investidos de todos las dispensas, rodeados de un aura de santidad que todo justifica. Aquí, en este Krotki film o Zabijaniu, por el contrario, la víctima es una persona especialmente desagradable, a la que la película, en un giro perverso, nos enseña a detestar desde el primer momento. El asesino, por el contrario, se nos presenta de manera compasiva, perdido y confuso, en el camino de cometer cualquier tontería en pos de sueños irrealizables.

Es sólo en el momento en que sus destinos se cruzan, en que la atrocidad se consuma, que las posiciones se intercambian, que nuestras certezas se derrumban. El mal, ese que anida en cada uno de nosotros, se ha manifestado, y hay que restablecer la justicia. O al menos el orden, esa poco de equilibiro que permita seguir funcionando a la sociedad.

Sólo que esa tarea nos obliga, a quienes creemos estar al margen, a quienes ser buenos ciudadanos, íntegros, y decentes, a cometer injusticias igual de reprobables e condenables. 

Peor aún, a consentirlas.

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