Como todos los domingos - esta vez pasado al lunes, por razones obvias -, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Water for Maya (Agua para maya) realizado en 200 por el cineasta experimental americano Stan Brakhage
Como ya les he comentado en otras entradas, el caso de Stan Brakhage es excepcional tanto en lo que se refiere a la animación como en el cine experimental. A lo largo de cinco décadas, de 1950 a la primera de este siglo, Brakhage fue eliminando todos los elementos que consideramos esenciales en una película - guión, estructura, contexto, narración, coherencia y lógica temporal, fotografía, música y sonido escénico- para crear una obra en la que se reflejaban las visiones interiores de la mente del artista, sin que se nos ofreciese pista alguna que nos permitiese orientarnos. En realidad, como en la pintura abstracta, lo que el autor quisiese comunicar era sólo una excusa para crear un objeto artístico donde el espectador adoptase una postura activa en su contemplación, tornando este producto final en un nuevo lienzo en blanco donde proyectar sus propias imágenes mentales. Como si fuese coautor de esa misma obra, producto no de una única persona, sino compartida, recreada y transmitida por una comunidad entera: la de los admiradores de Brakhage.
No es extraño, por tanto, que una parte primordial de ese proceso de creación y difusión fueran las charlas coloquio con las que Brakhage cerraba sus proyecciones, momento en que el autor compartía las diferentes ideas y motivaciones que le habían llevado a crear ese corto, esperando a cambio una reacción similar por parte del público. Asímismo, no debería ser sorprendente que en ese esfuerzo por expresar lo inefable y lo incomunicable, Brakhage acabase cultivando la abstracción casi en exclusiva durante las décadas finales de su vida. Sólo así, pintando directamente sobre el celuloide, sometiendo al espectador a un bombardeo constante de colores y formas, podía aproximarse a ese proceso tan deseado de doble creación: en su mente y en la del público.
Una abstracción que se denomina animada a falta de etiqueta mejor. Brakhage en realidad no anima, ya que sus patrones multicolores no se mueven por la pantalla, ni se transforman uno en el otro. Cada fotograma es independiente, un cuadro abstracto válido por sí solo y aislado de los demás, sin que exista una cadena lógica o formal que lo una a los que le suceden y anteceden. Sólo el hecho de que se sucedan al ritmo vertiginoso de un cuadro por cada uno o dos fotogramas - o que varias de estas secuencias se superpongan -, sin permitir que nuestros ojos lo exploren y nuestra mente lo asimile, crea una ilusión de movimiento, tanto de las formas que pululan ante nuestra visión como de nosotros mismos, que creemos caer, ascender, ser arrastrados o acogidos.
La sensación final es la de haber entrado en un trance, especialmente si estos cortos se ven en soledad - sea en el hogar o en el aislamiento acompañado de una sala - y en el doble silencio de la renuncia de Brakhaga a cualquier acompañamiento sonoro y el tembloroso del lugar donde se proyecte. Entonces, pueden ocurrir dos cosas, de nuevo. Que nuestra mente se desconecte y nos despertemos, sobresaltados, cuando la pantalla se quede en negro. O bien que nuestro cerebro cree su propia música y haga danzar esas formas, esos colores, a su son.
No les entretengo más. Como siempre, aquí les dejo el corto. Disculpas por la mala calidad - no fue de los elegidos por Criterion para sus selección en HD - pero aún guarda toda su fuerza. Déjense arrastrar, no se resistan, y entren en ese otro mundo - el suyo y el de Brakaghe - donde la realidad deja de tener toda validez
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