sábado, 28 de enero de 2017

El día que casi fallezco

Llevo ya más de dos semanas sin actualizar este blog. Si en otras ocasiones dejé de escribir por razones laborales o simple cansancio, esta vez fue por causas mucho más graves

Simplemente que hace dos semanas, el lunes 16 de enero, estuve a punto de morir.

Me hospitalizaron para una intervención de rutina, resolver unos problemas que tenía en las fosas nasales, pero se me declaró una hemorragia que no se podía contener. El resultado, cinco intervenciones en quirófano, doce horas en coma inducido y diez días de internamiento hospitalario. A lo que hay que unir una baja laboral que se prevé larga.

¿Conclusiones? Pues que sin el apoyo y ayuda constante de mi familia, hasta casi caer ellos mismos enfermos, todo habría sido aún peor, si cabe, puesto que se le habría añadido la soledad y el abandono. Asímismo, debo agradecer a todos los que me enviaron recuerdos al enterarse de mi estado, algo que también me ayudo mucho, al mostrarme que mi desaparición sería sentida. Y por supuesto, al personal médico del hospital La Paz de Madrid, que trabajó sin descanso para devolverme a la vida.

¿Lecciones vitales? No sé. Aún es pronto para haber decidido nada. Sí puedo decir que ya no tengo dudas sobre mi mortalidad. El lunes, el peor día, cuando me dijeron que me iban a dormir durante un par de días, llegué a pensar que todo estaba ya acabado, que era el punto final y que lo único bueno iba a ser que me iba a pillar dormido. Que me dormirían y ya no me despertaría más, que desaparecería sin haberme dado cuenta absolutamente de nadas. Esa certeza, la de que la muerte es algo que me va a suceder con toda seguridad, ya no va a abandonarme nunca más. Se ha tornado, de ese instante, en continua compañera.

¿Otras conclusiones? ¿Otros Planes? Por ahora sólo tengo uno: recuperar mi vida normal. Quizás entonces, cuando me vea como el que fui, podré pensar y decidir que va a ser de mi existencia a partir de ahora.

Hasta entonces, descanso. Y avanzar paso a paso. como los niños que comienzan a andar.

2 comentarios:

Alfredo Garmendia dijo...

El tema de la muerte es algo que a la gente no le gusta comentar, quizás por no querer certificar que es algo inevitable o por el temor a no encontrar nada tras ella, a pesar de las múltiples religiones y creencias que tratan de apoderarse de ese momento, aprovechándose del innato temor del hombre a lo desconocido.

Te diría que, al menos en mi opinión, la muerte hay que tomársela como algo natural y no necesariamente malo, pues lo que dejas no te ha de producir pena tras la desaparición. El problema puede surgir, en todo caso, cuando ves que la muerte está llegando de forma lenta y segura, a plazo fijo, que es cuando pueden pasar por tu mente todos aquellos recuerdos de aquello que viviste y, sobre todo, la sensación del dolor de quienes quieres y abandonas, además de la frustración de no poder vivir, aunque sea como un simple espectador querido, sus vidas futuras y no poder ayudarles en sus problemas.

Claro que, al no ser creyente, las cosas se toman de otra forma y quizás me haya creado una especie de escudo protector para evitar preocuparme en exceso por lo que es un final que no me lleva a ningún sitio y que, al ser inevitable, no importa cuánto me preocupe porque llegará.

David Flórez dijo...

Yo tampoco soy creyente y, en ese sentido, no le tengo miedo a la nada. Sí a la agonía y al dolor.

De hecho, mi recuerdo de tantas anestesias generales es el de desconexión. Me apagaban y al cabo de un rato de negrura completa me despertaba en el mismo punto en que lo había dejado. Quizás por eso me lo tome con tanta frialdad la noche del viernes, cuando me dijeron que me iban a dormir durante dos días. Pensé que hasta ahí habíamos llegado y que todo iba a terminar sin que enterarme.

Yo estaba tan cargado de fármacos, anestésicos y calmantes, que el sufrimiento estuvo realmente del lado de mi familia. Ellos vieron el estado lamentable en el que estaba y , de hecho, cuando me despertaron del coma, yo no acababa de entender su agitación y desesperación. Para mí, nada había pasado, excepto esa negrura sin sueños y sin dolor.

Así que no es tanto que tema a la muerte, sino que ya sé, con seguridad, que ella también me afecta a mí. Algo que tendemos a pensar no es así, hasta que nos aferra en sus garras y, a veces, nos suelta por capricho.