Extrañamente, he estado a punto de no publicar este artículo de Tren de Sombras, no por otra razón sino porque parecía haberse escurrido entre las rendijas, ya que no estaba entre los que baje de tren de sombras cuando se me rompió el disco duro del PC, tampoco estaba entre los que pude salvar y sólo figuraba entre el backup que el editor de la revista me envió ante mis lloros.
Digamos que este artículo inaugura lo que podríamos llamar mi etapa agria, de un cierto cabreo con el cine y un evidente reposicionamiento político tras los sucesos de septiembre de 2001 y los atentados en Madrid del 2004. Un reposicionamiento político que entonces me parecía necesario, pero que hoy se me asemeja ingenuo, a la vista del confuso y ambiguo movimiento revolucionario de los países árabes, y del resurgimiento de la derecha más rancia, disfrazada de neoliberalismo, al socaire de esta segunda Gran Depresión en la que estamos viviendo.
En fin, ahí que se lo dejo, que lo disfruten.
La batalla de Argel (La bataille d’Alger, Gillo Pontecorvo, 1966)
Año: 1966
Duración: 2 horas película + 5 horas de extras
Distribuidor: The Criterion Collection, 2004
Especificaciones: Region 0 (NTSC) USA, Nº de discos: 3, Disco 1: Película, B/N, 1 cara, 2 capas (DVD-9). Discos 2 y 3: Extras, B/N y Color, 1 cara, 2 capas (DVD-9). Libro de 60 páginas.
Relación de aspecto: 1,85:1, 16/9 para la película, 1,33:1/1,85:1 para los extras.
Audio: Mono Frances/Árabe para la película, Italiano, Inglés y Francés para los extras .
Subtítulos: Inglés para la película. Inglés para los extras no hablados en Inglés
Introducción
Cine político.
En tiempos aún cercanos, de ideologías y revoluciones, solía hablarse de arte puro y arte comprometido. En general, se prefería el arte más puro, menos comprometido. El compromiso, se decía, solía ser nefasto para la expresión artística, simplemente porque la urgencia de denunciar y combatir la injusticia llevaba al apresuramiento y la precipitación. El artista político solo podía crear productos a medio cocer, válidos únicamente como arma en ese momento histórico determinado, rancios y prescindibles a los pocos años, incluso a los pocos meses.
Esa minusvaloración del cine político era también una cuestión de comodidad crítica. En el arte comprometido, o si se quiere ser más concreto, en el arte expresamente político, el contenido se coloca delante de la forma, que queda supeditada al mensaje que quiere transmitir. La intención del artista es, por tanto, forzar al espectador a tomar una postura, bien de repulsa, bien de aceptación.
Sin embargo, al crítico de cine, o su versión más de moda llamada analista, como ocurre con el intelectual, no le suelen gustar las opiniones de otros, a menos que corroboren las suyas. Es más fácil, y mucho menos arriesgado, criticar y analizar el cine de fantasía, la ciencia ficción, la comedia o incluso la obra rabiosamente experimental, sobre las cuales se pueden proyectar, sobre un contenido neutro, las obsesiones, paranoias y errores del escritor, sin que nadie pueda venir a rebatirlo. La ambigüedad de las obras, o su simple simplicidad y falta de pretensiones, permite que cualquier interpretación sea válida, hasta las falsas o completamente erradas.
Muy distinto es el caso, por tanto, del cine político, que sólo admite un sí o un no, la adoración más rendida o el ataque furibundo.
En este caso, la edición bajo estudio es la de una de las obras paradígmaticas del cine político de los sesenta, dirigida por un director no menos ejemplar de ese genero, Gillo Pontecorvo. Para su desgracia, su nombre ha quedado asociado a cierto famoso comentario crítico, en el cual se señala su estilo y cinematografía como ejemplo de los errores en que un director serio y realmente comprometido con su arte no debe incurrir. Extraña que esta opinión se acepte como dogma de fe, entre críticos y analistas actuales, cuando casi nadie debe de haber visto la obra original.
Sin embargo, cuando se habla de cine político, las obras mayores de Pontecorvo, destacan entre cientos y cientos de obras políticas baldías. No voy a caer en el tópico de decir que las obras de Pontecorvo son casi documentales, aunque lo son en muchos aspectos. No, lo que llama la atención en estas dos obras es su similitud con libros de historia. Ambas obras constituyen un análisis en profundidad de los protagonistas, de la sociedad y de los mecanismos que produjeron los hechos históricos que se ilustran.
Este pequeño detalle basta para distinguirlo de un cineasta con el que comparte ideología política, como es Costa Gavras. Diferencia ésta que resulta crucial, porque mientras que Gavras en una obra como Zero, ridiculiza y caricaturiza a sus enemigos políticos, cometiendo el error de considerar el desenlace histórico ya decidido y perteneciente a su bando, Pontecorvo y su guionista evitan esta simplificación. En ambos bandos enfrentados, aunque los creadores estén claramente con uno de ellos, hay personas inteligentes, hombres dispuestos a usar sus mentes para el triunfo de los ideales que creen justos.
Con esta enfoque, se llega a la paradoja de que los malos de la historia resultan intelectualmente atractivos, obligando al espectador hacer un esfuerzo mental para desenredarse de la red de sofismas en la que ha caído. O dicho de otra manera, la visión de Pontecorvo de una película política consiste en suscitar preguntas en el espectador, no confirmarle en sus respuestas.
Pero basta ya de introducción. Se crea o no, este artículo es sobre la edición de la película, no sobre la película en sí.
Imagen
Estamos hablando de Criterion, así que este apartado resultaría casi ocioso, como muestran las capturas que se adjuntan.
¿Qué más se puede decir? Como casi siempre Criterion no nos ha defraudado. Master sin defectos, restauración primorosa, transferencia impecable, ausencia de artefactos (edge enhanced, ghosting, combing) formato respetado, etc, etc. Lo justo y apropiado para resaltar la sobria, austera y precisa cinematografía en blanco y negro de la obra presentada.
A destacar la banda negra (no ilustrada en las capturas) que rodea la imagen, pensada para reducir el overscan de los televisores.
Otro punto importante es el excelente trabajo de traducción realizado con los subtítulos, Al menos en las partes habladas en francés, el que escribe este artículo puede dar fe de que lo que se dice es lo que se lee, si dejamos aparte las diferencias debidas a la adaptación.
Sonido
En el apartado de sonido, la película se presenta en su sonido original. Mala cosa para todos los que se acaben de comprar su Home Cinema, pero buena noticia para los aficionados. Nada más lejos de la intención de Criterión que tentar a sus compradores con falsos estéreos o aún más mentirosos 5.1 que no estaban en origen, especialmente si se considera que el objetivo de los creadores no consistía en apabullar al espectador con tiros y explosiones, sino en realizar un comentario histórico sobre unos hechos históricos, de forma aparentemente objetiva.
Obviamente, no podemos esperar de una película de 1966, la brillantez técnica de un material de ayer mismo, pero los autores tampoco se proponían exprimir al máximo las capacidades técnicas de la época. Diálogos y música, la poca música que hay, pero que se utiliza con especial habilidad narrativa, se escuchan perfectamente. No se aprecian distorsiones por un nivel excesivo, ni tampoco se percibe una perdida de información sonora por un nivel demasiado bajo.
No hay ruidos de fondo productos del envejecimiento del material, aunque tampoco se ha procedido a una restauración intrusiva, que pudiera arruinar el clima sonoro quasidocumental, de rodado en la propia calle, que constituye otro de los objetivos de la obra.
Extras
Como se ha señalado en la introducción estamos ante una obra política que realiza la crónica de un periodo histórico con un posicionamiento ideológico muy determinado ...y no muy de moda ahora mismo.
En muchas otras obras, un estudio histórico sería irrelevante o al menos prescindible. Muchas películas pueden degustarse olvidándose del momento histórico en que fueron concebidas, o al menos, dejándolo para después, una vez vista la obra. Sin embargo, en el caso que nos ocupa y al tratarse de un análisis político sobre unos hechos políticos, es necesario conocer las ideologías reflejadas en la película junto con la ideología con que se narran, para poder entender qué y cómo se está tratando, o lo qué es lo mismo porqué se han escogido ese fondo y esa forma.
Conocimiento e información tanto o más necesarias, puesto que muchos de los conceptos e ideas expresados, que se daban por sobreentendidos en la Europa de antes de 1991, ya no pertenecen al debate político... De ahí la necesidad de una explicación en profundidad.
Criterion así lo ha entendido. De los tres discos que componen la edición, dos se dedican a los extras, extras que son todo menos ligeros. La simple lista bastará para hacerse una idea.
• Gillo Pontecorvo: La dictadura de la verdad (1992): Narrado por Edward Said.
• La filmación de la batalla de Árgel: Entrevistas con el equipo de filmación de la película.
• Cinco Directores (2004): Spike Lee, Mira Nair, Julian Schanabel, Steven Soderberg, Oliver Stone hablando de la influencia de la película de Pontecorvo.
• Recordando la historia (2004): Documental sobre los hechos que inspiraron la obra.
• Actos de guerra, (2002): Los propios militares franceses narrando su guerra sucia contra el terrorismo.
• La batalla de Árgel, un caso de estudio (2004): Expertos en terrorismo y contraterrorismo, debatiendo la pertinencia e importancia de la película.
• Gillo Pontecorvo, Retorno a Árgel, 1992: El director hablando de la película en los lugares en que se rodó, más un cuarto de siglo después.
Como se ve un profundo análisis de lo que es y representó la película, así como sus coincidencias y desviaciones con respecto a los hechos históricos. A destacar el documental del 2004, La batalla de Árgel, un caso de estudio, que muestra como esta película se ha convertido en libro de texto de terroristas y contraterroristas, por constituir la ilustración perfecta de los métodos utilizados en estos conflictos.
Como siempre un punto en contra. Aquellos extras hablados en inglés no han sido subtitulados a ningún idioma, queda la duda de en quién no piensa Criterion, si en sus fans de otros países o en los sordos de su país.
Contenido
Sonaría a gran tópico hablar de la oportunidad y la actualidad de una película, pero no es posible referirse a ésta de otra manera. Vista ahora, en un tiempo de terrorismos islámicos, esta película, análisis de terrorismos árabes pasados, deja un regusto amargo.
Mal sabor de boca en más de un sentido. En estos tiempos todas las historias deben pasarse por un filtro de interés humano, es decir, proponiendo la figura de un narrador, cuya visión y experiencias sean próximas a los espectadores, para que sirva de guía y de interprete de lo que allí sucede. Sin embargo, esta cinta elige la opción contraria, permitiendo que cada uno de los bandos en conflicto hable con su propia voz y que se muestren como son en si mismos, aparentemente sin mediadores=distorsionadores, con una aproximación quasi documental.
Algunas puntualizaciones, sin embargo. En principio, la película iba a seguir el modo tradicional. Un personaje cercano al público culto y comprometido de occidente, un periodista como mandan los tópicos más rancios, iba a vivir una toma de consciencia en el Argel de 1950, de manera que se provocase esa misma reacción en los espectadores. Si tal hubiera sido el caso, la película no habría pasado de ser una dramatización más de unos hechos históricos, la consabida historia de amor y regeneración personal tras un telón histórico, perfectamente intercambiable (piénsese en The year we live Dangeorously, Beyond Rangoon o la desgraciadamente fallida en su primera mitad The Killing Fields), o la no menos trivial vida del héroe rodeado de nulidades.
Problemas de producción, sin embargo, llevaron a adoptar una forma completamente distinta, Un enfoque que como hemos indicado, por si solo, se convierte en una tesis política. En efecto, la adopción del periodista comprometido hubiera llevado a la ilusión de que podían tenderse puentes entre los dos bandos. O mucho peor, que el espectador podía abandonar el bando de los malos y pasarse al bando de los buenos. En la cinta, el espectador, como europeo, al igual que la inmensa mayoría de la sociedad francesa de aquel tiempo, está en el bando de los malos, forzado por las condiciones sociopolíticas y no puede salir de él.... lo que constituye todo un ejemplo de marxismo práctico en la práctica.
Asimismo, el hecho de elegir al periodista occidental, el turista en una cultura que no comprende, habría llevado a ocultar y a aplanar la otra cultura, dejando aparte sus contradicciones y diferencias, distorsionándola con la lente, siempre presente, del exotismo, la pureza y el paraíso. Aquí, los miembros de esa otra cultura hablan con su propia voz, llegando al extremo de que algunos actores participaron personalmente en los hechos narrados. Estamos, por tanto, expuestos a una visión directa de una realidad extraña a nuestros cánones, una realidad que, en algunos momentos, puede resultar desagradable y en muchos incomprensible.
No es menos importante que, vista desde ahora, en estos tiempos convulsos, la película nos obligue a replantearnos los fundamentos ideológicos en los que nos movemos. Se ha caído en la perversión de hablar del terrorismo en términos absolutos, confundiendo los métodos con los fines, llegando a la suposición errónea de que todas las ideologías merecen igual respeto siempre que no recurran a la violencia, cuando el nazismo no era menos malo por haber ascendido al poder democráticamente, ni la resistencia europea criminal por haber recurrido al terrorismo para defenderse de la tiranía nazi.
No lo olvidemos que el terrorismo, parafraseando a Clausewitz, es la continuación de la guerra por otros medios, y toda guerra es, ante todo, guerra ideológica, el combate entre diferentes estructuras socioculturales por defender o imponer las propias, tanto con las armas como con las palabras. Es tan absurdo pretender librar guerras para definir la forma en que se combaten, como pretender abstraerlas de las ideas que alimentan el conflicto y que son las que llevan a unos hombres a exterminar a otros... y que les ofrecen la justificación para ser crueles e inhumanos con otros seres humanos.
Esta suicida abstracción teórica, condenar los métodos y los ejecutores, pero no los fines ni los inductores, es sólo posible entre contertulios e historiadores de salón, aquéllos que, por su posición o nacimiento, nunca se han visto obligados a tomar postura, aquellos que, por tanto, pueden permitirse juzgar y condenar... a los que quizás no han tenido opción de actuar de otra manera.
Se quiera o no, todos y cada uno tenemos que tomar partido en este mundo (Dios escupirá de su boca a los tibios, que decía la Biblia), ya que somos seres sociales, obligados a pertenecer a un grupo. Esta película, aunque parezca neutral y objetiva, un análisis frío y científico de hechos históricos, toma partido claramente, sin que tenga que presentar excusas por adoptar esa posición política, ni deba inventar exquisitos razonamientos para justificar su enfoque.
Hubiera sido muy sencillo condonar el terrorismo independentista argelino, haciendo ver que los franceses eran los malos/malosos de la historia y hacer estallar la pantalla con imágenes impactantes y unilaterales, pero no es necesario. El colonialismo es malo y no debe existir, eso lo sabemos todos o deberíamos saberlo, pero la mayor parte de los franceses de los años 50 no eran asesinos ni torturadores. No se puede condenar al inocente, ni dejar escapar al culpable..
Por último, señalar que, debido al enfoque único de la cinta, una aproximación histórico/documental a los hechos reales, ésta se convierte en un lúcido análisis de los métodos terroristas y contraterroristas, en toda su extensión, hasta el extremo de convertirse en tema de estudio tanto para los que han adoptado esos métodos de lucha y para los que combaten contra ellas.
Pocas veces se ha visto expresado con tal claridad en una obra de consumo masivo, el concepto de control de la calle que constituye la esencia de la guerrilla urbana, o la secuencia acción-represión-reacción, utilizada para provocar una respuesta ciega por parte del lado enemigo y que cause víctimas entre toda la población, no sólo entre los terroristas, de forma que sirva de catalizador y ponga a la población entera del lado de los terroristas. Asimismo, muy raramente se ha mostrado con tanta claridad, y en la boca de los malos de la historia, nada menos, el fracaso de los métodos convencionales para combatir lo que se conoce como guerras asimétricas y la casi inevitabilidad de recurrir a otros métodos, si se quiere mantener una situación que la dinámica de la historia ha condenado a desaparecer.
Conclusión
Obviamente, no se puede por menos que recomendar esta película, tanto por su edición como por su contenido.
Quedémonos ahí, por tanto.
Digamos que este artículo inaugura lo que podríamos llamar mi etapa agria, de un cierto cabreo con el cine y un evidente reposicionamiento político tras los sucesos de septiembre de 2001 y los atentados en Madrid del 2004. Un reposicionamiento político que entonces me parecía necesario, pero que hoy se me asemeja ingenuo, a la vista del confuso y ambiguo movimiento revolucionario de los países árabes, y del resurgimiento de la derecha más rancia, disfrazada de neoliberalismo, al socaire de esta segunda Gran Depresión en la que estamos viviendo.
En fin, ahí que se lo dejo, que lo disfruten.
Año: 1966
Duración: 2 horas película + 5 horas de extras
Distribuidor: The Criterion Collection, 2004
Especificaciones: Region 0 (NTSC) USA, Nº de discos: 3, Disco 1: Película, B/N, 1 cara, 2 capas (DVD-9). Discos 2 y 3: Extras, B/N y Color, 1 cara, 2 capas (DVD-9). Libro de 60 páginas.
Relación de aspecto: 1,85:1, 16/9 para la película, 1,33:1/1,85:1 para los extras.
Audio: Mono Frances/Árabe para la película, Italiano, Inglés y Francés para los extras .
Subtítulos: Inglés para la película. Inglés para los extras no hablados en Inglés
Introducción
Cine político.
En tiempos aún cercanos, de ideologías y revoluciones, solía hablarse de arte puro y arte comprometido. En general, se prefería el arte más puro, menos comprometido. El compromiso, se decía, solía ser nefasto para la expresión artística, simplemente porque la urgencia de denunciar y combatir la injusticia llevaba al apresuramiento y la precipitación. El artista político solo podía crear productos a medio cocer, válidos únicamente como arma en ese momento histórico determinado, rancios y prescindibles a los pocos años, incluso a los pocos meses.
Esa minusvaloración del cine político era también una cuestión de comodidad crítica. En el arte comprometido, o si se quiere ser más concreto, en el arte expresamente político, el contenido se coloca delante de la forma, que queda supeditada al mensaje que quiere transmitir. La intención del artista es, por tanto, forzar al espectador a tomar una postura, bien de repulsa, bien de aceptación.
Sin embargo, al crítico de cine, o su versión más de moda llamada analista, como ocurre con el intelectual, no le suelen gustar las opiniones de otros, a menos que corroboren las suyas. Es más fácil, y mucho menos arriesgado, criticar y analizar el cine de fantasía, la ciencia ficción, la comedia o incluso la obra rabiosamente experimental, sobre las cuales se pueden proyectar, sobre un contenido neutro, las obsesiones, paranoias y errores del escritor, sin que nadie pueda venir a rebatirlo. La ambigüedad de las obras, o su simple simplicidad y falta de pretensiones, permite que cualquier interpretación sea válida, hasta las falsas o completamente erradas.
Muy distinto es el caso, por tanto, del cine político, que sólo admite un sí o un no, la adoración más rendida o el ataque furibundo.
En este caso, la edición bajo estudio es la de una de las obras paradígmaticas del cine político de los sesenta, dirigida por un director no menos ejemplar de ese genero, Gillo Pontecorvo. Para su desgracia, su nombre ha quedado asociado a cierto famoso comentario crítico, en el cual se señala su estilo y cinematografía como ejemplo de los errores en que un director serio y realmente comprometido con su arte no debe incurrir. Extraña que esta opinión se acepte como dogma de fe, entre críticos y analistas actuales, cuando casi nadie debe de haber visto la obra original.
Sin embargo, cuando se habla de cine político, las obras mayores de Pontecorvo, destacan entre cientos y cientos de obras políticas baldías. No voy a caer en el tópico de decir que las obras de Pontecorvo son casi documentales, aunque lo son en muchos aspectos. No, lo que llama la atención en estas dos obras es su similitud con libros de historia. Ambas obras constituyen un análisis en profundidad de los protagonistas, de la sociedad y de los mecanismos que produjeron los hechos históricos que se ilustran.
Este pequeño detalle basta para distinguirlo de un cineasta con el que comparte ideología política, como es Costa Gavras. Diferencia ésta que resulta crucial, porque mientras que Gavras en una obra como Zero, ridiculiza y caricaturiza a sus enemigos políticos, cometiendo el error de considerar el desenlace histórico ya decidido y perteneciente a su bando, Pontecorvo y su guionista evitan esta simplificación. En ambos bandos enfrentados, aunque los creadores estén claramente con uno de ellos, hay personas inteligentes, hombres dispuestos a usar sus mentes para el triunfo de los ideales que creen justos.
Con esta enfoque, se llega a la paradoja de que los malos de la historia resultan intelectualmente atractivos, obligando al espectador hacer un esfuerzo mental para desenredarse de la red de sofismas en la que ha caído. O dicho de otra manera, la visión de Pontecorvo de una película política consiste en suscitar preguntas en el espectador, no confirmarle en sus respuestas.
Pero basta ya de introducción. Se crea o no, este artículo es sobre la edición de la película, no sobre la película en sí.
Imagen
Estamos hablando de Criterion, así que este apartado resultaría casi ocioso, como muestran las capturas que se adjuntan.
¿Qué más se puede decir? Como casi siempre Criterion no nos ha defraudado. Master sin defectos, restauración primorosa, transferencia impecable, ausencia de artefactos (edge enhanced, ghosting, combing) formato respetado, etc, etc. Lo justo y apropiado para resaltar la sobria, austera y precisa cinematografía en blanco y negro de la obra presentada.
A destacar la banda negra (no ilustrada en las capturas) que rodea la imagen, pensada para reducir el overscan de los televisores.
Otro punto importante es el excelente trabajo de traducción realizado con los subtítulos, Al menos en las partes habladas en francés, el que escribe este artículo puede dar fe de que lo que se dice es lo que se lee, si dejamos aparte las diferencias debidas a la adaptación.
Sonido
En el apartado de sonido, la película se presenta en su sonido original. Mala cosa para todos los que se acaben de comprar su Home Cinema, pero buena noticia para los aficionados. Nada más lejos de la intención de Criterión que tentar a sus compradores con falsos estéreos o aún más mentirosos 5.1 que no estaban en origen, especialmente si se considera que el objetivo de los creadores no consistía en apabullar al espectador con tiros y explosiones, sino en realizar un comentario histórico sobre unos hechos históricos, de forma aparentemente objetiva.
Obviamente, no podemos esperar de una película de 1966, la brillantez técnica de un material de ayer mismo, pero los autores tampoco se proponían exprimir al máximo las capacidades técnicas de la época. Diálogos y música, la poca música que hay, pero que se utiliza con especial habilidad narrativa, se escuchan perfectamente. No se aprecian distorsiones por un nivel excesivo, ni tampoco se percibe una perdida de información sonora por un nivel demasiado bajo.
No hay ruidos de fondo productos del envejecimiento del material, aunque tampoco se ha procedido a una restauración intrusiva, que pudiera arruinar el clima sonoro quasidocumental, de rodado en la propia calle, que constituye otro de los objetivos de la obra.
Extras
Como se ha señalado en la introducción estamos ante una obra política que realiza la crónica de un periodo histórico con un posicionamiento ideológico muy determinado ...y no muy de moda ahora mismo.
En muchas otras obras, un estudio histórico sería irrelevante o al menos prescindible. Muchas películas pueden degustarse olvidándose del momento histórico en que fueron concebidas, o al menos, dejándolo para después, una vez vista la obra. Sin embargo, en el caso que nos ocupa y al tratarse de un análisis político sobre unos hechos políticos, es necesario conocer las ideologías reflejadas en la película junto con la ideología con que se narran, para poder entender qué y cómo se está tratando, o lo qué es lo mismo porqué se han escogido ese fondo y esa forma.
Conocimiento e información tanto o más necesarias, puesto que muchos de los conceptos e ideas expresados, que se daban por sobreentendidos en la Europa de antes de 1991, ya no pertenecen al debate político... De ahí la necesidad de una explicación en profundidad.
Criterion así lo ha entendido. De los tres discos que componen la edición, dos se dedican a los extras, extras que son todo menos ligeros. La simple lista bastará para hacerse una idea.
• Gillo Pontecorvo: La dictadura de la verdad (1992): Narrado por Edward Said.
• La filmación de la batalla de Árgel: Entrevistas con el equipo de filmación de la película.
• Cinco Directores (2004): Spike Lee, Mira Nair, Julian Schanabel, Steven Soderberg, Oliver Stone hablando de la influencia de la película de Pontecorvo.
• Recordando la historia (2004): Documental sobre los hechos que inspiraron la obra.
• Actos de guerra, (2002): Los propios militares franceses narrando su guerra sucia contra el terrorismo.
• La batalla de Árgel, un caso de estudio (2004): Expertos en terrorismo y contraterrorismo, debatiendo la pertinencia e importancia de la película.
• Gillo Pontecorvo, Retorno a Árgel, 1992: El director hablando de la película en los lugares en que se rodó, más un cuarto de siglo después.
Como se ve un profundo análisis de lo que es y representó la película, así como sus coincidencias y desviaciones con respecto a los hechos históricos. A destacar el documental del 2004, La batalla de Árgel, un caso de estudio, que muestra como esta película se ha convertido en libro de texto de terroristas y contraterroristas, por constituir la ilustración perfecta de los métodos utilizados en estos conflictos.
Como siempre un punto en contra. Aquellos extras hablados en inglés no han sido subtitulados a ningún idioma, queda la duda de en quién no piensa Criterion, si en sus fans de otros países o en los sordos de su país.
Contenido
Sonaría a gran tópico hablar de la oportunidad y la actualidad de una película, pero no es posible referirse a ésta de otra manera. Vista ahora, en un tiempo de terrorismos islámicos, esta película, análisis de terrorismos árabes pasados, deja un regusto amargo.
Mal sabor de boca en más de un sentido. En estos tiempos todas las historias deben pasarse por un filtro de interés humano, es decir, proponiendo la figura de un narrador, cuya visión y experiencias sean próximas a los espectadores, para que sirva de guía y de interprete de lo que allí sucede. Sin embargo, esta cinta elige la opción contraria, permitiendo que cada uno de los bandos en conflicto hable con su propia voz y que se muestren como son en si mismos, aparentemente sin mediadores=distorsionadores, con una aproximación quasi documental.
Algunas puntualizaciones, sin embargo. En principio, la película iba a seguir el modo tradicional. Un personaje cercano al público culto y comprometido de occidente, un periodista como mandan los tópicos más rancios, iba a vivir una toma de consciencia en el Argel de 1950, de manera que se provocase esa misma reacción en los espectadores. Si tal hubiera sido el caso, la película no habría pasado de ser una dramatización más de unos hechos históricos, la consabida historia de amor y regeneración personal tras un telón histórico, perfectamente intercambiable (piénsese en The year we live Dangeorously, Beyond Rangoon o la desgraciadamente fallida en su primera mitad The Killing Fields), o la no menos trivial vida del héroe rodeado de nulidades.
Problemas de producción, sin embargo, llevaron a adoptar una forma completamente distinta, Un enfoque que como hemos indicado, por si solo, se convierte en una tesis política. En efecto, la adopción del periodista comprometido hubiera llevado a la ilusión de que podían tenderse puentes entre los dos bandos. O mucho peor, que el espectador podía abandonar el bando de los malos y pasarse al bando de los buenos. En la cinta, el espectador, como europeo, al igual que la inmensa mayoría de la sociedad francesa de aquel tiempo, está en el bando de los malos, forzado por las condiciones sociopolíticas y no puede salir de él.... lo que constituye todo un ejemplo de marxismo práctico en la práctica.
Asimismo, el hecho de elegir al periodista occidental, el turista en una cultura que no comprende, habría llevado a ocultar y a aplanar la otra cultura, dejando aparte sus contradicciones y diferencias, distorsionándola con la lente, siempre presente, del exotismo, la pureza y el paraíso. Aquí, los miembros de esa otra cultura hablan con su propia voz, llegando al extremo de que algunos actores participaron personalmente en los hechos narrados. Estamos, por tanto, expuestos a una visión directa de una realidad extraña a nuestros cánones, una realidad que, en algunos momentos, puede resultar desagradable y en muchos incomprensible.
No es menos importante que, vista desde ahora, en estos tiempos convulsos, la película nos obligue a replantearnos los fundamentos ideológicos en los que nos movemos. Se ha caído en la perversión de hablar del terrorismo en términos absolutos, confundiendo los métodos con los fines, llegando a la suposición errónea de que todas las ideologías merecen igual respeto siempre que no recurran a la violencia, cuando el nazismo no era menos malo por haber ascendido al poder democráticamente, ni la resistencia europea criminal por haber recurrido al terrorismo para defenderse de la tiranía nazi.
No lo olvidemos que el terrorismo, parafraseando a Clausewitz, es la continuación de la guerra por otros medios, y toda guerra es, ante todo, guerra ideológica, el combate entre diferentes estructuras socioculturales por defender o imponer las propias, tanto con las armas como con las palabras. Es tan absurdo pretender librar guerras para definir la forma en que se combaten, como pretender abstraerlas de las ideas que alimentan el conflicto y que son las que llevan a unos hombres a exterminar a otros... y que les ofrecen la justificación para ser crueles e inhumanos con otros seres humanos.
Esta suicida abstracción teórica, condenar los métodos y los ejecutores, pero no los fines ni los inductores, es sólo posible entre contertulios e historiadores de salón, aquéllos que, por su posición o nacimiento, nunca se han visto obligados a tomar postura, aquellos que, por tanto, pueden permitirse juzgar y condenar... a los que quizás no han tenido opción de actuar de otra manera.
Se quiera o no, todos y cada uno tenemos que tomar partido en este mundo (Dios escupirá de su boca a los tibios, que decía la Biblia), ya que somos seres sociales, obligados a pertenecer a un grupo. Esta película, aunque parezca neutral y objetiva, un análisis frío y científico de hechos históricos, toma partido claramente, sin que tenga que presentar excusas por adoptar esa posición política, ni deba inventar exquisitos razonamientos para justificar su enfoque.
Hubiera sido muy sencillo condonar el terrorismo independentista argelino, haciendo ver que los franceses eran los malos/malosos de la historia y hacer estallar la pantalla con imágenes impactantes y unilaterales, pero no es necesario. El colonialismo es malo y no debe existir, eso lo sabemos todos o deberíamos saberlo, pero la mayor parte de los franceses de los años 50 no eran asesinos ni torturadores. No se puede condenar al inocente, ni dejar escapar al culpable..
Por último, señalar que, debido al enfoque único de la cinta, una aproximación histórico/documental a los hechos reales, ésta se convierte en un lúcido análisis de los métodos terroristas y contraterroristas, en toda su extensión, hasta el extremo de convertirse en tema de estudio tanto para los que han adoptado esos métodos de lucha y para los que combaten contra ellas.
Pocas veces se ha visto expresado con tal claridad en una obra de consumo masivo, el concepto de control de la calle que constituye la esencia de la guerrilla urbana, o la secuencia acción-represión-reacción, utilizada para provocar una respuesta ciega por parte del lado enemigo y que cause víctimas entre toda la población, no sólo entre los terroristas, de forma que sirva de catalizador y ponga a la población entera del lado de los terroristas. Asimismo, muy raramente se ha mostrado con tanta claridad, y en la boca de los malos de la historia, nada menos, el fracaso de los métodos convencionales para combatir lo que se conoce como guerras asimétricas y la casi inevitabilidad de recurrir a otros métodos, si se quiere mantener una situación que la dinámica de la historia ha condenado a desaparecer.
Conclusión
Obviamente, no se puede por menos que recomendar esta película, tanto por su edición como por su contenido.
Quedémonos ahí, por tanto.
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