Si hubiera visto esta película, Még kér a Nép (Salmo Rojo) de Miclos Kancsó, hace unos años, antes de que estallará la Great Depression en la que nos vemos sumidos, me hubiera sentido repelido por su altísimo contenido político y su alineamiento con soluciones ideológicas que se suponían arrojadas al basurero de la historia. Desgraciadamente, ha llovido demasiado desde entonces, hasta anegarlo todo y lo que se podría pensar antaño, en tiempo de abundancia no es válido en estos tiempos de penurias y escasez.
Pero vayamos por partes.
En los años 80, los de mi juventud y mi despertar estético/político, cuando aún la URSS era una realidad y las formas duras de la revolución un camino posible, se me podría haber definido como de izquierda moderada. Ahora, sin haber modificado demasiado mis planteamientos políticos, muchos me calificarían de odioso subversivo que pretende minar las esencias básicas de nuestra civilización. Como digo, no es que yo haya cambiado, sino que la sociedad se ha derechizado, o mejor dicho que la izquierda, en su afán de hacerse respetable, ha ido aguando su propuesta, hasta tornarse inofensiva e impotente, perdiendo en el camino la mayoría de sus votantes.
En ese sentido, la película de Jancsó es un recordatorio necesario de porqué surgió esa izquierda europea que marcaría la dirección de la política occidental desde la revolución francesa hasta nuestros días. La radical división de la sociedad en explotados y explotadores, los que todo lo tienen y aquellos a lo que se les tolera la existencia mientras que sirvan a sus amos naturales, junto con los múltiples medios para mantener esta situación de injusticia, llámense policía, ejército, estado o religión, ya se fundamenten en la ideología y la propaganda o en la más descarnada razón de las bayonetas.
Por supuesto, si Jancsó se limitase a ser un artista de tesis (o un propagandista zafio y obtuso, como las burocracias que fomentan esos productos) no habría saltado a la fama ni sería recordado, aunque habite ahora en un semiolvido, producto de un radical giro estético suyo a finales de los 70, y que no gusto a sus admiradores (ya saben el fan es siempre igual ya guste de la alta o la baja cultura). Jancsó es, ante todo, o mejor dicho además y junto a su compromiso político, un artista de gran talento y originalidad, capaz de rodar películas con un estilo inimitable, de esas que uno nunca había visto antes, y que no volverá a ver, porque su propia singularidad impide que sus hallazgos puedan ser copiados facilmente y convierte a Jancsó en uno de esos innovadores que nunca tendrán discípulos, lo cual constituye un grave inconveniente a la hora de ser recordado por la posteridad.
¿Y qué hace grande a Jancsó? ¿Que convierte su estilo, como digo, en inimitable e incopiable? Lo primero, al menos es las películas pre 1960, es su uso del formato. Jancsó rueda casi siempre en ambientes rurales, en medio de la llanura húngara, plana, valga el tópico, como una mesa de billar. Un lugar donde todo está a la vista de todos y no existe escondrijo donde poder substraerse a la atención de todos.Únase a esto su uso de un scope suntuoso, de dimensiones amplísimas, que parece abarcar toda la llanura, y una cámara siempre en movimiento, siguiendo a los personajes, distrayéndose en otros, volviendo a los primeros, intentando, como el visitante en un lugar desconocido,verlo todo y estar en todos los lugares.
De lo dicho, podría deducirse una cámara nerviosa, similar al estilo de reportero gráfico tan repetido hasta la saciedad en nuestros días. No, la cámara de Jancsó es especialmente elegante, de la cual casi podría decirse que acaricia lo que ve, debido al detenimiento y la morosidad con que recoge y capta lo que se ve... una ternura y delicadeza que al mismo tiempo se ve ensombrecida por una impresión ominosa, llena de presagios, porque a pesar de parecer verlo todo y abarcarlo todo, demasiadas cosas ocurren fuera de campo, fuera de nuestra percepción y de nuestra capacidad para anticiparlas, apenas presagiadas por leves indicios, de forma que cuando finalmente tengan lugar, nada podrá servir para evitarlas y su defecto será devastador.
Un punto este último que nos sirve para introducir otro de los rasgos definitorios de Jancsó. Esa confusión, esa tensión entre estar aparentemente presenciando todo, y en realidad, ser testigos de una mínima parte, se debe a que Jancsó construye sus películas en tomas larguísimas coregrafiadas casi como ballets sin música, donde los personajes entran, salen, cobran importancia y se desvanecen repentinamente, diferentes líneas argumentales se mezclan y confunden, sin aviso previo, sin orden aparente, en una magnífica y única representación de esas cacofonía que es la esencia de la existencia humana, esa representación eterna en la que hemos sido arrojados como actores, sin que nadie nos haya contado de qué va la obra, sin saber jamás cual será su final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario