Hace unas semanas y en cuando se emitió originalmente, había dedicado sendas entrada a una de las grandes series de anime de la primera década del siglo XXI, Casshern Sins, ese remake en serio producido en 2008 por Madhouse de una serie de los años 70, Casshern, cuyo único valor actual es el sentimental... para aquellos que lo hayan visto, claro.
En ambas ocasiones señalé, o creí señalar, la singularidad de esa serie con respecto al común de series, especialmente en los últimos tiempos. Desde un principio, esta serie parecía dedicada a un público más maduro y con mayor amplitud de miras que el representado por el perfil caricaturesco del Otaku,ese joven que vive encerrado en su casa, sin contacto con otras personas, ni menos sus mujeres, y que vuelca sus frustraciones en un mundo imaginario donde sus distorsionadas fantasías se hacen realidad (más o menos lo que hacemos todos, en mayor o menor medida, con mayor o menor justificación).
Un cambio de público objetivo que se plasmaba en ese revisar a lo serio una serie barata y desprovista de pretensiones artísticas, sin caer en el fácil camino de la ironía postmoderna, sino utilizando en su reconstrucción todos los medios técnicos y expresivos de una Madhouse en su mejor momento, para convertirlo en una profunda meditación sobre la vida y la muerte que alcanzaba su punto culminante en el capítulo 18 y su conclusión el 19.
Un capitulo en el que uno de los protagonistas, Lyuze, uno de los robot amenazados por la ruina que iba destruyendo a toda su especie, realizaba un profundo y extenso examen de consciencia, en el cual debía decidir entre seguir sus instintos de venganza por el asesinato de su hermana o aceptar la creciente e irresistible fascinación que sentía por Casshern, su asesino. Un dilema moral y personal que en la mejor tradición del anime, era mostrado en imágenes, tornando visibles los símbolos mediante la utilización de recursos poco comunes en la animación, menos apreciados por el público general (ya sea el fan del anime o la nueva generación de admiradores de la 3D), pero especialmente queridos por los aficionados a la animación que saben algo de su historia.
Uno de esos símbolos era la utilización de imagen real pixilada (para el que no lo sepa es hacer stop-motion con personas reales) para ilustrar el callejón sin salida en el que se encontraba Lyuze, representándola como una persona cuyos movimientos son similares a los de un títere que alguien manejase tirando de los hilos.. en clara alusión a la doble naturaleza del personaje, ser viviente dotado de consciencia y libre albedrío, pero al mismo tiempo máquina gobernada por una programación dictada por otros, el viejo conflicto entre naturaleza y educación (nature vs nurture) que tanto ha preocupado y dividido a filósofos y políticos.
Este como digo, era el primer signo de que ese capítulo era especial en una serie que de por sí ya era especial, pero sólo constituía uno más de los símbolos y referencias que llenaban el capítulo y se repetían una y otra vez, entrelazándose y contradiciéndose, como en un mal sueño, metáfora ésta última que no es ociosa en absoluto, ya que todas la situaciones que se iban mostrando en el capítulo, como el símil ser humano-marioneta-robot-Lyuze, parecían tener lugar en un mundo paralelo, completamente distinto a aquel donde transcurría la acción y en muchos casos imposible, como en las escenas en las que Lyuze y su hermana se nos mostraban como dos niñas de corta edad, cuando los robots de Casshern estaban exentos de todo cambio, ya fuera crecimiento o envejecimiento... al menos hasta que la ruina se extendió por su mundo.
O la extraña ciudad abandonada, tan parecida a las urbes americanas contemporáneas, por donde vaga Lyuze sin encontrar a nadie, excepto las apariciones alucinatorias de su hermana, sucumbiendo a la ruina...
...o otras apariciones donde ella se ve a sí misma, realizando aquellos actos que no se atreve a confesarse a sí misma, por que supondrían traicionar a ese muerto tan querido, pero que representan sus auténticos sentimientos...
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