domingo, 7 de septiembre de 2008

Back to the sources (y I)

C'est propre, la tragédie. C'est reposant, C'est sur. Dans le drame, avec ces traîtres, avec ces méchants acharnés, cette innocence persécutée, ces vengeurs, ces terre-neuve, ces lueurs d'espoir, cela devient épouvantable de mourir, comme un accident. On aurait peut-être pu se sauver, le bon jeune homme aurait peut-être arrir à temps avec les gendarmes. Dans la tragedie on est tranquille. De abord, on est entre soi. On est tous innocents en somme. C'est ne pas parce qu'il y a un qui tue et l'autre qui est tué. C'est un question de distribution. Et puis, surtour, c'est reposant, la tragédie, parce que on sait qu'il n'y a plus d'espior, le sale espoir, qu'on en fin pris comme un rat, avec tout le ciel sur le dos, et qu'on n'a plus qu'a crier - pas à gémir, non, pas à se plaindre, - a gueuler a pleine voix ce qu'on avait a dire, qu'on a jamais dit et qu'on ne savait peut-être même pas encore. Et pour rien; pour se le dire a soi, pour l'apprende, soi.

Jean Anouilh. Antigone

Es decente, la tragedia. Es tranquilizadora, es sgura. En el drama, con esos traidores, esos malvados encarnizados, esa inocencia perseguida, esos vengadores, esos hombres nuevos, esos fulgores de esperanza, morir se convierte en algo repugnante. Quizas uno se habría podido salvar, quizás el buen joven habría podido llegar a tiempo con los gendarmas. En la tragedia se esta tranquilo, De entrada, se está con los suyos. Todos son inocentes, en suma. No es porque uno mate y el otro se haga matar. Es una cuestión de reparto. Además, sobre todo, la tragedia es tranquilizadora, porque se sabe que ya no hay esperanza, la sucia esperanza, que le ha atrapado a uno como una a rata, que tiene el cielo entero a las espaldas y que no queda otra que gritar - no gemir, no lamentarse - aullar a voz en grito lo que hay que decir, lo que jamas se ha dicho y lo que no sabía quizás aún. Y todo por nada, por decírselo a uno mismo. Por aprenderlo, uno mismo.

Inciso: Últimamente este blog ha recibido un surge de esos de visitas, motivados por que alguien ha leído esta entrada, y ha empezado a enviar correos con ella como tema, incluso hasta la lejana Austria, según puede desprenderse de las URL de entrada con las que se llega al blog (o así lo dice el capturador de trafico) . No es que me moleste despertar pasiones, pero sí se queda uno con una impresión extraña, al no producirse comentarios, y no saber uno exactamente porqué ha producido uno esa commonción. Fin de inciso

La primera vez que vi la obra con la que inicio esta entrada, la Antígona de Jean Anouilh, estrenada en enero de 1944 en plena ocupación alemana, fue a mediados de los años 70, siendo yo un niño de corta edad, de alrededor de diez años, en un programa de televisión, mejor dicho en una de las representaciones teatrales televisivas que eran comunes en aquel tiempo, en los últimos estertores del tardofranquismo y las primera boqueadas de la democracia. Una época extraña, en el que, por poner otro ejemplo, una noche, antes de dormir, escuche ni más ni manos que el Rhinoceros de Ionesco y me quedé literalmente sobrecogido, atrapado por la fábula, pero desconocedor de su significado e importancia.

No es que uno fuera un niño precoz (que palabra más fea) ni un genio. No. El tiempo de mi niñez se caracterizaba por un cambio vertiginoso, en que los españoles sentían la necesidad de pasar en un suspiro del siglo XIX al XX, recuperando un atraso secular. Ese ansia toleraba imposibles, situaciones que no eran posibles unos años antes o unos años después. Así por ejemplo, si a alguien se le ocurriese programarahora un ciclo de teatro en la televisión, y sobre todo un ciclo como ése, de teatro del duro, con escenarios completamente desnudos, de forma que el espectador no tuviera otra que prestar atención a las palabras, se le miraría con mala cara, pues eso no es lo que mola, ni lo que está in, ni siquiera entre los grandes guardianes de la cultura.

Tampoco por supuesto podía concebirse que un chaval de esa edad pensase sólo en política, en sistemas políticos, en su justicia y la capacidad que tenían cada uno para conseguirla, cuando lo normal, sólo tenemos que mirar a nuestro mundo de hoy, es que pensase en otras cosas y que fuera precoz en lo que importa... pero es que en aquel tiempo, mientras se transitaba de una dictadura levantada sobre una guerra, sobre el asesinato de los que no estaban a su lado, a una democracia donde todos teníamos cabida y de madrugada sólo llamaban los lecheros, no se hablaba de otra cosa, no se podía hablar de otra cosa, y nosotros los niños, imitábamos lo que hacían nuestros padres y lo repetíamos ante nuestros compañeros, al igual que hacen todos los niños.

Por eso, en ese ambiente hiperpolitizado, una obra como la de Anouilh resonaba con especial fuerza, puesto que sus circunstancias nos parecían similares, aunque las desconociésemos y sólo pudiéramos intuirla. En efecto, escrita bajo la ocupación de un poder extranjero, en un país dividido entre colaboradores de ese poder y opositores a ese mismo poder, en medio de una guerra mundial que era, ante todo, una guerra civil europea, entre fascistas y antifascistas, narrando la tragedia de una ciudad también dividida entre partidarios de dos hermanos, Etéocles y Polínices, que habían decidido resolver su diferencias por las armas y cuya mutua aniquilación había llevado a la ascensión de un hombre fuerte, como Creón, todo ese clima literario y político resultaba, como digo, extrañamente similar cuando se vive un país cuyas heridas no se habían cerrado tras cuarenta años y que pensaba aún siguiendo las categorías establecidas en el pasado.

Pero sobre todo, porque se planteaba, al igual que la Antígona escrita 2500 años antes por Sófocles, una cuestión fundamental, el qué hacer, mejor dicho, que es lo que debe hacerse por imperativo moral, porque si no se hiciese la propia sociedad se derrumbaría sobre sí misma.

Por supuesto, para Anouilh, al igual que para mis padres y los que pensaban como ellos, ése qué hacer estaba perfectamente claro, tanto en 1944 como en 1975, pero sin embargo, a pesar de esa claridad y esa determinación, la obra de Anouilh es todo menos una obra de tésis. Si lo fuera, haría mucho que se habría dejado de leer. No lo es, porque el conflicto de ideas no se produce entre entidades abstractas, se produce entre personas reales, entre miembros de una familia, a quienes convendría más llegar a un compromiso y ahorrarse las desgracias que ese empecinamiento en los principios, los de Antígona, de defensa a ultranza de la moralidad, y los de Creón, de defensa a ultranza de la comunidad, les acarrearán a ellos y a todos los que les rodean, sin que, como bien señala el autor en el fragmento puedan escapar a sus destinos, marcado de antemano por el fatum, para el cual no son más que titeres que danzan a su capricho.

Y es que lo más trágico es que todos tienen razón en este conflicto, y todos quisieran no interpretar el papel que les ha tocado, desde Antígona, solitaria y al margen de la sociedad, pero convertida en la encarnación de su fibra moral, hasta Creón, amante de los pequeños placeres de la vida, pero puesto, muy a su pesar al frente de su ciudad, porque todos los que debían gobernarla se han destruido a si mismos.

Unos papeles que una vez asignados, tienen que seguirse a rajatabla, sin poder salirse del guión, haciendo que cada uno de los participantes se tenga que negar y mentir a sí mismo, diciendo palabras que le hubieran repugnado en otro tiempo pero que las circunstancias en las que se vive obligan a decir.

Circunstancias, las de 1944, las de 1975, que pensábamos muertas y enteradas, pero que han vuelto a resurgir como fantasmas provenientes de la tumba, y que, al contrario de nuestras equivocadas visiones en blanco y negro del pasado, se nos muestran en apenas distinguibles tonalidades de gris, que hacen casi imposible decidir quien tiene razón y quien no.

Porque incluso las personas, bien intencionadas, razonables, siempre con el bienestar de su cuidad y de sus gentes en las cabeza, pueden teniendo razóncomo Creón, impulsados por su propia cadena de razonamientos, a negar los propios objetivos que persiguen y decir así cosas repugnantes y que ofenden a la humanidad...

... il faut pourtant qu'il y en ait qui mènent la barque. Cela prend l'eau de toutes parts, c'est plein des crimes, de misère, de bêtise.. Et le gouvernaille est là que ballotte. L'equipage ne veut plus rien faire, il ne pense qu'à piller la cale et les officiers sont déjà en train de se construire un petit radeu confortable, rien que pour eux, avec toute la provision d'eau douce por tirer au moins leurs os de lá. Et le mât craque, et le vent siffle, et les voiles vont se déchirer, et toutes ces brutes vont crever toutes ensemble, parce qu'elles ne pensent qu'à leur peau, à leur préciouse peau et à leurs petites affaires. Crois-toi, qu'on a le temps de faire le raffiné, de savoir s'il faut dire "oiu" ou "non", de se démander s'il ne faudra pas payer trop chèr un jour et si on pourra encore être un homme après? On prend le bout de bois, on redresse devant la montagne d'eau, on gueule un ordre et on tire sur le tas, sur le premier qui s'avance. Dans le tas! Cela n'a pas de nom...

... es preciso sin embargo que hay quien gobierne el barco. Hace agua por todos los lagos, esta a rebosar de crímenes, de miserias, de estupidez. Y el timón rueda sin que nadie le gobierne. La tripulación ya no quiere hacer nada, solo piensa en saquear la bodega, y los oficiales estan a punto de construirse una pequeña balsa a su gusto, solo para ellos, con todas las reservas de aguas, para así salvar la piel. Y el mástil cruje y el viento silba, y las velas van a desgarrarse, y todos esos brutos van a reventar juntos, porque no piensan en otra cosa que su propio pellejo, en su precioso pellejo y en sus pequeños asuntos. Cress que es el tiempo de hacerse el refinado, se saber si es preciso decir sí o no, de preguntarse si esto se pagará caro más adelante o si se podrá seguir siendo un hombre. Se agarra el timón, se revuelve uno contra la montaña de agua, se ladrá una orden y se tira a bulto, contra el primero que se adelante. ¡Al montón! Ese no tiene nombre...

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