martes, 21 de agosto de 2007

Painterly Effects





He señalado ya en otras ocasiones, como esta temporada, que se presentaba mediocre, tirando a mala, se ha poblado de pequeñas joyas, que demuestran como el espíritu innovador del anime, o mejor dicho las ganas de jugar y experimentar con el medio, siguen siendo una de las constantes de la animación de esas latitudes. Desgraciadamente, lo peor del anime son sus fans, que en vez de aplaudir aquellos productos que son distintos, se limitan a jalear la eterna repetición del mismo contenido.

Una de estas series diferentes de esta temporada es Mononoke, la continuación del mejor de los tres arcos narrativos de una serie de hace dos años anterior, Ayakasi Ayashi, también extraña y peculiar, una afortunada excepción el panorama habitual de harems, shoujos y mechas.


Peculiar porque en un ambiente donde la reproducción exacta y milimétrica de la realidad, y por tanto, el uso de la animación 3D, se han convertido, para el público en general, en el marchamo de calidad de la animación, en aquello que distingue al producto artístico del objeto de consumo, en esta serie se sigue el camino contrario.

En efecto, el aspecto visual de esta serie es pictórico, pero, por supuesto, a la japonesa, siguiendo las tradiciones de los grabados del Ukiyo-e. Como puede apreciarse en las capturas el colorido es antinatural, la planaridad acusada, hasta el extremo de que cuando se muestran recintos o habitaciones en perspectiva, los personajes parecen estar pegados a las paredes, superpuestos sobre ella, incluso, si se fija uno bien, en las zonas más claras se pueden observar defectos que intentan imitar la textura del papel de arroz casi transparente, los grumos que se adivinan al mirar al trasluz.

Una pictoricidad que se refleja incluso en el estatismo forzado de la animación, de personajes que no se mueven, que ocupan posiciones prefijadas, casi de representación teatral, y donde el movimiento se simula mediante el montaje.... un estatismo que es claramente voluntario, puesto que cuando los creadores animan estos tableaux vivants, es para destacar gestos plenos de significados, justo aquellos que pasan desapercibidos al verlo, pero que dan la vida, el reflejo de la realidad que esta serie necesita.

Una pictoricidad que como digo replica la del Ukiyo-e, incluso en los temas al retomar el mundo sobrenatural ,de onis, fantasmas, maldiciones y héroes que luchan contra estas fuerzas del otro mundo, tan caro al teatro para las masas que era el Kabuki, y tan lejano del teatro para las elites que era el No. Una réplica que en ningún momento se intenta actualizar, ni trasladar al futuro, sino que se mantiene en ese doble pasado, el del Ukiyo-e y el de las leyendas representadas por esos pintores, un mundo viejo, pasado, desconectado de nuestra experiencia diaria, y quizás por eso mismo, fascinante y cautivador, pues en él podemos dar rienda suelta a nuestras fantasías y a nuestros temores.

Y con esto hemos llegado a un punto crucial. Visto así, la serie se podría concebir, identificar, criticar y dar de lado como un huero ejercicio de estilo, como un alarde de esteticismo estéril. Sin embargo, no es así, y aunque así lo fuera, merecería sólo por ese mero derroche de imaginación y de talento, que bastarían para llenar diez o doce series de las normales, unido al cariño y la dedicación evidentes con que han sido creadas.

Porque este estilo arrealista, llamativo e incluso a veces chirriante, no hace más que potenciar el efecto de las historias de misterio y horror que se cuentan. Contadas de otra manera, al estilo realista y preciso que para algunos es la esencia del cine, o con el naturalismo cochambroso del horror de serie B, estas historias solo me habrían provocado indiferencia, la sensación de estar viendo lo de siempre, narrado de la misma manera.

Envueltas así, presentadas además mediante una secuencia narrativa llena de interrupciones, despojada de explicaciones, que se enreda en sí misma, y hurta las respuestas de las conclusiones que expone, es cuando realmente vuelvo a sentir la agitación, la angustia que sentía de joven leyendo los cuentos de Poe.

El encuentro con una realidad que estaba fuera de mi experiencia cotidiana y que mi mente era incapaz de comprender.

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