lunes, 13 de agosto de 2007

The happiest life




Había señalado ya a Seirei no Moribito como una de las dos joyas de esta temporada de Anime , pero si la traígo de nuevo a colación, es por una de esas extrañas coincidencias culturales que, de vez cuando, parecen conectar culturas opuestas, como si nos enseñasen que las diferencias que aparentemente nos separan no fueran más que ilusiones que nos empeñamos en mantener.

El caso es que, al ver como este personaje moría de una forma serena y reposada, como en definitiva, tenía una buena muerte, no podido evitar pensar en Herodoto y sus siete libros de la Historia, en concreto el pasaje en que Solón y Creso discuten, un encuentro que, como bien es conocido nunca pudo tener lugar, y en el cual Creso hace a Solón aquella pregunta tan famosa de ¿Quién es el hombre más feliz del mundo?

Por supuesto, Creso hace esa pregunta esperando una respuesta muy concreta, que Solón reconozca el poder y riqueza de su reíno, la sabiduría y previsión de su rey, y que le señale a él, rey de Lidia, aquél que ha conseguido todo lo que los hombres ansían, a aquel que ha escalado todos los peldaños de la ambición humana, como el hombre más feliz de la tierra. A lo cual Solón, para el desconcierto de Creso, enumera perfectos desconocidos, cuya vida transcurrío en la mediocridad, sin llegar a ser nunca nada, más aún, sin desearlo, pero que tampoco conocieron el dolor, la penuria y la necesidad. Unas personas que murieron jóvenes, cuando el vigor de sus cuerpos y sus mentes aún no se había desvanecido, y a quienes la muerte les llego de repente y sin dolor, sin que tuvieran que experimentar los horrores de la agonía.

Unos ejemplos que Creso no comprende, es más que sospecha que son sólo una broma, una trampa de sofista que Sólon le ha preparado, así que le espeta directamente ¿Y yo?, a lo cual el atieniense responde: Nadie puede decir que ha sido feliz hasta el día de su muerte.

Nadie puede decir que ha sido feliz hasta el día de su muerte.

O dicho de otra manera. Somos prisioneros del azar, que en cualquier momento puede destruir todo lo que hemos construido y arrebatarnos todo lo que amamos. O sin ser tan trágicos, o quizás siendo más trágicos, que el tiempo nos oblige a descender uno por uno todos los escalones de la vejez, para culminar en una agonía larga y horrible, en la que el dolor inextinguible nos obligue a aceptar la liberación que trae la muerte.

Por ello, quizás la vida más feliz, sea aquélla que termina cuando uno está en posesión de todas su fuerzas, y los más dichosos aquellos cuyo transito de la vida a la muerte, se realiza apenas sin dolor, con serenidad, aceptando lo inevitable.

Eso es lo que me ha venido a la cabeza al ver como la vida de ese personaje se extinguía. En la más completa serenidad. En la mayor de las plenitudes.

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