domingo, 17 de junio de 2007

Millennia

En la Biblioteca Nacional de Madrid, se puede visitar desde hace unas cuantas semanas una interesante exposición sobre Ecuador, más concretemente sobre los diferentes pueblos y culturas que se han ido sucediendo en el área geográfica que encierran las fronteras de ese estado.

Hay, por supuesto, muchas formas distintas de contar la historia de una entidad política presente. Está, por un lado, la tradicional, la crónica de los sucesos se fueron sucediendo sucesivamente, como se decía en aquélla definición jocosa, resaltando los aspectos políticos, militares y organizativos de la sociedad.

Esta también, por supuesto, la crónica social, la distribución de la población en clases, los usos y costumbres propios de cada una y del conjunto de todas, los cambios producidos a lo largo de los siglos.... o la historia económica, la descripción de los modos de producción, la organización de la sociedad para el aprovechamiento de los recursos naturales, el reparto de los beneficios obtenidos en esas actividades

Sin olvidar, la historia cultural, las concepciones con las que cada sociedad intenta justificarse a sí misma y explicar a sí mismas, distinguiéndose del resto de sociedades que le rodean e intentado perpetuarse... o su apéndice, la historia del arte,el análisis de los productos culturales que cada sociedad considera distintos, más nobles y valiosos que, por así decirlo, un arado o una hoz.

Luego está el enfoque antropológico

¿Y qué es eso del enfoque antropológico? Quizás uno de los mejores ejemplos está en el Museo de América de Madrid, un museo que, valga el inciso, constituye un orgullo y una vergüenza, orgullo por la riqueza de su colección, vergüenza porque apenas es visitado, ni aparece en las noticias culturales, y que durante decenios permaneció cerrado, por desidia y desinterés de las autoridades. Algo escándaloso, si se piensa que nuestra historia y nuestra cultura están intimamente unidas a las del otro lado del océano, para bien y para mal, y que muestra el desdén y la superioridad sin fundamento con la que siempre hemos tratado los peninsulares a esos otros nosotros de la Américas.

Una actitud que sólo está empezando a cambiar ahora, con el flujo migratorio masivo de esos países al nuestro, el cual obliga a los españoles de Europa a tener en cuenta, y sobre todo a procurar entender, a esas gentes que habíamos olvidado completamente, y que, en nuestro imaginario colectivo seguían siendo indios y salvajes, aunque nuestro avance cultural y político no fuera mucho más envidiable.

El caso es que, como digo, este museo podría haberse estructurado de forma histórica, ya se sabe, repartiendo las salas en periodos históricos y analizando cada uno en particular. Sin embargo, el criterio antropológico con el que ha sido estructurado este museo, se plasma en que cada sála se dedica a un aspecto de la humanidad, la familia, el grupo, la sociedad, la religión, la muerte, comparando en cada una de ellas las respuestas que han dado las diferentes culturas y los diferentes tiempos históricos.

Porque, en definitiva, un fundamento de toda antropología es que todos los seres humanos, sin excepción estamos sometidos a las mismas pulsiones y necesidades, mientras que lo que distingue a cada sociedad y cultura son las respuestas a ese fondo y naturaleza común. Por ello, cuando se examina la historia con ese criterio antropológico, es decir, comparando las diferentes respuestas en un pie de igualdad, es inevitable que un pilar básico de nuestro, por así decirlo, pensamiento clásico occidental se derrumbe.

Simplemente porque cuando se ven, una al lado del otra, las representaciones que los diferentes pueblos han realizado de sus gobernantes o de sus deidades, no puede uno dejar de pensar en como, a pesar de sus aspectos tan dispares, casi contradictorios, obedecen todas ellas a un mismo impulso y necesidad. Como en cierta manera, podría decirse que todo, ellas y lo que representan, es relativo, válido únicamente para un aquí y ahora, inválido para un allí y luego, pero al mismo tiempo perfectamente substituible, intercambiable, y en el fondo, intrascendente.

Algo así, pasa con esta exposición de Ecuador. Porque en ella se nos relatan los siglos de historia a través de los productos culturales de cada época, explicando el significado de cada uno de ellos en su contexto, sin dejarse arrastrar por concepctos de belleza o estética, y comparando entre sí las diferentes manifestaciones, aunque sean de culturas y tiempos muy distintos.

Un viaje, éste que se nos propone, donde los siglos parecen comprimirse, donde el tiempo parece dejar de existir, donde, como digo, se nos permite, por un instante, contemplar lo que hay de fundamental y de invariable en la especia humana, por encima de las variaciones en que se representa, en cada cultura y a lo largo del tiempo.

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