En nuestra revisión semanal de la lista de mejores cortos animados recopilada por el Festival de Annecy, le ha llegado el turno a Balance realizada por los gemelos Lauenstein en 1989, utilizando la técnica de stop motion con muñecos.
Antes de comentar este corto, habría que señalar como en la historia del cine, incluso la preconizada por los teóricos que siguen la estela de la crítica francesa, encarnada en Cahiers y la Nouvelle Vague, el único formato válido parece ser el largometraje, o al menos el más noble, y dentro de ellos, los especifícamente realistas o por ser más exactos, aquellos que buscan capturar la realidad sin deformarla, al estilo de los documentalistas.
Sin embargo, si algo tiene la animación en particular y los cortos en general, es su capacidad de representar ideas abstractas en imágenes, o por decirlo en otras palabras, el hecho de tener que limitarse a unos escasos diez minutos obliga a realizar una labor de destilación y sublimación similar a la de los poetas liricos, de manera que no sobre ni una sola palabra, ni un sólo plano, y todos estén plenos de significado, ya que no hay peor poema o corto, que aquel que empieza a divagar sobre su idea de partida.
En el caso de la animación, el hecho de tratarse de una creación casi ex nihilo, donde el animador elige la técnica, el diseño y la propia realidad que quiere (re)crear, permite gozar de una libertad sin límites, que en manos de de un artista con talento puede alcanzar cotas realmente sorprendentes... como ya deberían saber aquellos que sigan estas notas y tacharme, por consiguiente, de repetitivo.
En el caso del corto que nos ocupa, la premisa de partida es extremadamente simple, un grupo de personajes, aparentemente idénticos a los que sólo identifica un número, comparten una plataforma suspendida en el vacío, donde cualquier desplazamiento provocará que se incline con consecuencias catástroficas si no se corrige. Esa situación de equilibrio inestable obliga a los habitantes a cooperar, tarea en la que parecen haber alcanzado un acuerdo tácito, hasta que la llegada de un objeto nuevo provocará una cadena de cambios cuyas consecuencias no serán del todo positivas.
Por supuesto, esto es una parábola sobre las sociedades humanas y la necesidad de mantener un cierto equilibrio entre sus componentes, sino se quiere que se deshagan y se destruyen. Un tema de fuerte carga política, más de moda a finales de los 80 que ahora, y que podría haberse transformado rápidamente en un sermón moralista, del cual el público hubiese huido en estampida... sino fuera, como siempre, por el modo en que está contado.
Un modo en el que el silencio, tan habitual en los cortos de animación, apenas roto por sonidos de especial significado, sirve para que el espectador se (con)centre en las imágenes y tenga que sentir en su misma carne los ímprobos esfuerzos que estos personajes genéricos tienen que realizar para mantener su plataforma en equilibrio, perfectamente descritos con el lenguaje corporal... y comprobar como poco a poco la situación se deteriora, rompiendo ese equilibrio inicia, hasta que todos acaban perjudicados.
Por no haber sabido compartir un bien común que al final no será de ninguno.
Y como siempre, aquí les dejo el corto, para que lo disfruten.
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