domingo, 5 de octubre de 2008

Fatal Contradictions







He visto por primera vez este fin de semana la película L'armée des ombres (El ejército de las sombras) rodada por Jean-Pierre Melville en 1969, sobre la resistencia francesa contra el ejército alemán, y debo decir que, aparte de la habitual maestría de este director, lo que más me llama la atención de esta obra en concreto, es el mostrarse como un acúmulo de contradicciones.

La escena que he ilustrado al comienzo de esta entrada es una de las primeras de la película. En ella, el protagonista, que suponemos ser alguien importante del movimiento de resistencia, es traslado de un campo de prisioneros y conducido al cuartel general de la Gestapo en Paris, donde se le hace esperar durante un tiempo indeterminado (¿horas?) en una sala lateral, sin que sepamos las razones por las que ha sido llevado allí ni quién es la autoridad que le ha llamado. Esperar sin saber qué, excepto lo que pueda intuirse, está perfectamente plasmado en el movimiento circular de la cámara, una de las pocas veces que he visto utilizar con razón este recurso, ya que nos transmite perfectamente el desasosiego de esa escena.

Con esto llegamos a la primera aparente contradicción, de la película. Esta cinte, claramente de intención celebratoria del movimiento de resistencia, se aparta radicalmente de los cánones. En efecto, lo habitual sería la existencia de un plan, de unas motivaciones, de una razón que sirviera de hilo conductor de la película y diera la excusa para cantar las hazañas de ese ejército en la sombra. Nada de este espíritu que podríamos llamar, hollywoodiense, se halla aquí. El futuro, lo que ocurrirá a continuación, se nos hurta continuamente a los espectadores, como ocurre con los propios protagonistas, que desconocen si en el siguiente instante su mala suerte les hará toparse con sus enemigos y con su muerte, de manera que sus acciones a lo largo de esta cinta, se limitan a reaccionar, a actuar por instinto, a sobrevivir de la manera que sea.

Una actividad en la que poca gloria puede obtenerse y menos cantarse, haciendo que esta historia de la resistencia sea extrañamente fría y desesperada, sin vías de salida para ninguno de sus protagonistas y que el mundo que habitan sea casi indistinguible del de los ladrones y criminales que pueblan el resto de las obras de Melville, lo cual, si consideramos que el director fue miembro de la resistencia y el nombre con el que firmaba era su pseudónimo en aquella época, nos lleva a la conclusión de que ese parecido es todo menos arbitrario.

He hablado de una cinta con una curiosa similitud con el cinema noir, he hablado también de una obra donde el motor es la necesidad que tienen los protagonistas de sobrevivir en un mundo despiadado. Melville, en esta recreación del mundo de la resistencia, una y otra vez ilustra estos dos conceptos. Antes de las capturas que incluido el personaje principal, al descubrir un fallo de la seguridad, convence al joven para que intente escapar cuando él distraiga al guardia, cosa que hará acto seguido... para que descubramos poco después que lo pretendía era utilizar al joven como cebo, para que la alarma causada por la fuga de éste, permitiese la suya propia al desviar la atención de los guardianes.

Una lucha, la de la resistencia francesa contra el invasor alemán, que se nos revela en todo instante sucia y despiadada, regida por la necesidad de conservar intacto el movimiento a cualquier precio y que, si nos quedaba alguna duda, será remachada con una dureza inusitada, cuando se nos muestre, en una larga escena, la ejecución por parte de la resistencia del traidor que había delatado al protagonista.

Hay más contradicciones, por supuesto, además del abismo entre la nobleza de la causa y el horror de los métodos empleados. Entre ellas, el propio mito de la resistencia, según la cual toda Francia lucho como un bloque unido contra el alemán, excepto algunos traidores, ocultando el hecho de que la Segunda Guerra Mundial no fue una guerra entre países, sino una auténtica guerra civil europea, en la que cada país acabo desgarrado entre fascistas y antifascistas. Francia entre ellos. Por supuesto, la película de Melville se ciñe a este mito, añadiendo aquí y allá algunas situaciones que parecen hechas sólo para probar esa tesis, pero, sin embargo, la tristeza y obscuridad de la cinta lo niegan por entero. Así, desde el principio, el alemán invasor queda desdibujado por entero, sin que se vean actos de combate contra él, mientras que el auténtico conflicto se traslada al interior de los franceses, al muro que separa a los resistentes del resto de lo habitantes, de los que les separa el secreto que deben mantener contra sus actividades, y sobre todo al muro que separa a resistentes de colaboradores, cuya acción se revela más peligrosa que la de los propios alemanes, desde los campos de internamiento de la Francia de Vichy, pensados para prisioneros alemanes, pero utilizados para encerrar a los propios franceses, a las milicias fascistas francesas, demasiado satisfechas en hacer redadas de sus propios ciudadanos y entregarlos a los ocupantes.

Y seguimos con las contradicciones, puesto que esta película que narra las glorias de la resistencia francesa, y que en muchos aspectos podría considerarse una loa de Charles de Gaulle, la cara visible de la Francia Libre (aunque esto como tantas cosas sea también un mito), se rueda ni más ni menos en 1968, el año en que se rompió su presidencia por la agitación estudiantil y obrera, aunque ni una ni la otra consiguieran más que eso. Un año que, como bien señalaba Geoff Elley en su Historia de la izquierda europea, no fue tanto un año de luchas entre la izquierda y derecha, sino de cisma dentro de la propia izquierda, entre los padres que habían luchado contra el fascismo y sus hijos que no habían conocido el conflicto, y para los cuales sus progenitores eran tan retrógados y reaccionarios como el espíritu que encarnaba la Francia de De Gaulle.

Una situación histórica que hace aún más opresivo el clima de tristeza que inunda la película, ya que lo que se nos retrata pertenece a un mundo desaparecido, convirtiéndose en los recuerdos de un viejo, sin conexión ya con el presente (y en nueva vuelta de tuerca, hay que recordar que a Melville se le ascribe a la Nouvelle Vague, pero el era un outsider entre ellos, tanto por edad como por estética)

Y por supuesto queda la mayor contradicción de todas, o mejor dicho el problema central de este principio de siglo, el de cuándo y en qué condiciones está justificada la violencia y cuándo no.












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