The so-called 'stimulant decree' was sent out to a thousand troop doctors, several hundred corps doctors, leading medical officers and equivalent positions in the SS. The first paragraph was as dry as it was controversial: "The experience of the Polish campaign has shown that in certain situations military success was crucially influenced by overcoming fatigue in a troop on which strong demands have been made. The overcoming of sleep can be in certain situations be more important than concern for any related harm, if military success is endangered by sleep. Pervitin has been methodically included in medical equipment".
Norman Ohler, Blitzed, Drugs in Nazi Germany
El llamado «decreto de los estimulantes», fue enviado a mil médicos de tropa, varios cientos de médicos de cuerpo de ejército, oficiales médicos destacados y a los puestos equivalentes de las SS. El primer párrafo era tan seco como controvertido: «La experiencia extraída de la campaña de Polonia ha mostrado que, en ciertas circunstancias, el éxito militar se veía influido dramáticamente por la superación del cansancio por parte de tropas a las que se habían ordenado grandes esfuerzos. Superar el sueño puede ser, en ciertas situaciones, de mayor importancia que cualquier preocupación por los daños relacionados, en el caso de que el éxito bélico se vea en peligro por el sueño. Pervitin ha sido incluido metódicamente en los suministros médicos»
Les comentaba, en una entrada anterior, como nuestra percepción de la Segunda Guerra Mundial está nublada por mitos muy persistentes, muchos con origen directo en la propaganda de los contendientes. Sin embargo, ésta es sólo una vertiente del problema, ya que en el relato del conflicto se han omitido ciertos aspectos que no se consideraban relevantes o que resultaban vergonzosos para los contendientes. Ausencias que no se debe una determinada ideología, sino más bien, a aspectos culturales comunes a ambos bandos. Entre esas omisiones, por ejemplo, la violencia sexual durante el conflicto o el uso de dogas con fines militares, dos aspectos que la mentalidad de ese tiempo -prevalente hasta ayer mismo- consideraba que no podían haber sucedido en una sociedad civilizada o que eran demasiado escabrosos como para ser relatados.
El primero, la violencia sexual, merece una entrada entera, así que no me adentraré en él. Sólo decirles que es tan interesante detallar cómo y cuándo tuvo lugar, como el modo en que ha ido revelándose en la memoria del conflicto. Respecto al segundo, es el tema del libro que les comento, Blitzed, centrado en como la Alemania Nazi utilizó las drogas como parte del equipo militar, hasta un llegar a un punto en el que el ejército nazi estaba colgado de forma permanente, no de manera clandestina, como ocurrió en la guerra de Vietnam, sino por orden y diseño de las autoridades superiores.
No obstante, encuentro que el libro de Norman Ohler no es del todo redondo, por razones estructurales. Intenta abordar tres temas que no son del todo compatibles y que compiten entre sí por la atención del lector: el uso de Pervitín, una anfetamina, como potenciador del rendimiento de las tropas de la Wehrmacht; la supuesta adicción de Hitler a las drogas duras, inducida por su médico personal, Theodor Morell, sin conocimiento del paciente; para finalizar con los experimentos sobre prisioneros en los campos de concentración, al final del conflicto, para intentar crear un supersoldado que diese la vuelta a la inevitable derrota alemana.
El uso del Pervitin, una anfetamina que permite eliminar la sensación del cansancio y la necesidad de sueño, es una de tantas paradojas en las que abunda la Alemania Nazi. En su búsqueda de una pureza ideal, identificada con la vida simple del campo, el Nazismo rechazaba todo fenómeno que se asociase con la depravación urbana: las drogas, por ejemplo. Sin embargo, dado que todo hombre alemán, en la cosmovisión nazi, era ante todo un soldado, cualquier medio para convertirle en el superhombre ario era válido. Así, un compuesto como el Pervitín, que permitía a un soldado mantenerse en campaña durante varios días sin descansar, era una necesidad militar, sin importar los efectos nocivos que pudiera tener sobre la saludo individuo.
Tras los primeros experimentos en Polonia, que mostraron su eficacia a corto plazo, se decidió su producción industrial y su distribución a las unidades de combate. En concreto, aquéllas que iban a encabezar el llamado golpe de hoz: la maniobra de ruptura y cerco que iban a destruir los ejércitos aliados en Francia. El plan alemán, para tener éxito, precisaba que se cumpliesen unos plazos muy estrictos, obligando a las divisiones pánzer a circular sin detenerse durante tres días. Ahí es donde entraba el Pervitín, que permitió a los soldados alemanes conseguir proezas asombrosas para los contemporáneos. En Francia y luego durante las primeras etapas de la operación Barbarroja, la invasión de la URSS.
Por supuesto, esos logros venían con un coste. El hecho de que las tropas alemanas fueran continuamente colgadas puede explicar la temeridad con que se comportaban, una audacia que tenía éxito con los enemigos de 1940-41, inferiores técnica y tácticamente a la Wehrmacht, pero no los de 1943-45. Asímismo, el sentimiento de superioridad, de poder ilimitado, que confieren las anfetas, puede explicar también la facilidad con que las tropas alemanes se entregaban a atrocidades en las regiones conquistadas. Por otra parte, una vez que el efecto del Pervitín se disipaba, al cabo de unos días, las tropas caían en un sopor que las tornaba inútiles para el combate. De esta estupefacción se podía salir con nuevas dosis de la droga, pero entonces entraban en juego los problemas de adicción y daños físicos a largo plazo.
No es de extrañar, por tanto, que hacía 1942, la Wehrmacht abandonase el uso de Pervitín, A la defensiva y con unas tropas cada vez más agotadas, la droga milagro había dejado de surtir un efecto decisivo. Sin embargo, según Ohler, fue entonces cuando el comandante supremo se convirtió en un adicto completo, por obra de su médico personal: Teodor Morell. Este personaje no merece el título de médico, sino el del charlatán, como tantos otros que poblaban la corte de los milagros nazi. La fama de Morell se debía a que inyectaba a sus pacientes con unos compuestos reconstituyentes que provocaban una subida de actividad temporal. Esas fórmulas iban desde meras soluciones de glucosa, pasando mezclas obtenidas de hígados y gónadas de rumiantes,dignas de un hechicero, hasta auténticas drogas duras, que convertían al paciente en yonqui involuntario
El problema es saber qué le inyectaba Morell a Hitler y hasta qué punto éste se convirtió en un adicto. Las notas de Morell, conservadas en su mayoría, son confusas y enigmáticas, plenas de cifras y abreviaturas que no se dejan interpretar con claridad. Ohler lee en ellas la administración de morfina, cocaína y heroína, mientras que otros estudiosos lo discuten. Lo que sí es cierto es que desde que Morell se convirtió en el médico personal de Hitler su salud física y mental comenzó a resentirse, hasta convertirse en un pelele: nervioso, irascible, intransigente, incapaz de mantener una actividad continuada, propenso a decisiones precipitadas. Rasgos que ya habían sido característicos suyos desde siempre, pero que ahora se acentúan y se conjugan con un innegable declive físico, en el que mezclan también afecciones como un posible Parkinson.
Con independencia de la causa, el hecho es que Hitler, de 1942 en adelante, se convirtió en una ruina humana, incapaz de dirigir las operaciones militares. Una parálisis que se va a extender a todo el sistema nazi y que va a llevar a una revitalización del uso de las drogas con fines militares. Si bien al principio del conflicto se contaba con unidades bien entrenadas y equipadas, a las que sólo se quería mejorar el rendimiento, ahora se pretende conseguir imposibles con medios inadecuados. Ohler narra el caso de los minisubmarinos nazis, con un par de tripulantes, que debían navegar sumergidos durante días enteros para atacar las unidades de combate aliadas. Para ello, se pensó en tratar a esos tripulantes con drogas de gran potencia, que les permitiesen soportar esas condiciones extenuantes, un experiminto que se saldó con un fiasco: los pocos intentos reales derivaron pronto, para sus participantes, en viajes alucinatorios, que condujeron a la pérdida completa de muchas tripulaciones.
Intentos que, por otra parte, tuvieron aspectos aún más tenebrosos. Antes de administrárselos a los soldados, se probaban en los prisioneros de los campos de concentración, a los que se les sometía a pruebas extenuantes para certificar sus efectos sobre la resistencia humana, como caminar durante días enteros sin descansar. La víctima, como en muchos otros experimentos médicos nazis, moría así durante las propias pruebas o quedaban tan resentida que era consignada a las cámaras de gas. Experimentos de los que el sadismo o los malos tratos no estaban excluidos, más bien formaban parte del procedimiento normal, ya que las personas sujetas a estas pruebas eran consideradas por los nazis como subhumanos. Desechos de los que había que obtener algún beneficio antes de deshacerse de ellos.
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