Les demoiselles ont eu 25 ans (Las señoritas han cumplido 25 años, 1993) es el segundo de los homenajes que Varda dedicó a su marido, el también cineasta Jacques Demy, fallecido unos años antes. El motivo, en esta ocasión, son los festejos de celebración del 25 aniversario del rodaje de Les demoiselles de Rochefort (Las señoritas de Rochefort, 1967), musical que Demy dirigió en esa misma ciudad francesa. La filmación de la película de Demy, toda en exteriores e interiores de la localidad, tuvo un impacto inesperado sobre esa somnolienta ciudad de provincia, antigua base naval fundada de nuevo cuño a finales del XVII. No sólo pasó a ser un rasgo distintivo de la ciudad, al igual que lo había sido la marina de guerra, sino que el gran éxito de la película en Francia, herencia común de varias generaciones, acarreó incluso el inicio de un turismo cultural hacia Rochefort.
Les demoiselles ont eu 25 ans, el documental de Varda, es ante todo un registro de los homenajes que Rochefort dedicó al equipo de la película, incluyendo la dedicación de varias calles, plazas y centros culturales. Sin embargo, una autora tan personal como Varda no podía limitarse a levantar acta. El reencuentro con personas que no se habían visto en un cuarto de siglo - como el caso del actor que interpretaba al marinero Maxence-, le permite reflejar el inexorable paso del tiempo, al contrastar la juventud radiante de todo el equipo con los inicios de una vejez inexorable y el olvido que la acompaña. Aire melancólico que se ve subrayado por una causalidad meteorológica: la luz en el film de Demy -recordado aquí y allá por insertos- es de una claridad cegadora, mientras que en la nueva visita a Rochefort predomina un tono grisaceo, el de los cielos cubiertos y la lluvia amenazante.
La comparación pasado-presente no se limita a contraponer la película de hace 25 años -congelada para siempre en su propia gloria- con la cercana vejez y los vagos recuerdos de sus interpretes y creadores, ya sean famosos o meros extras. Varda recupera también las filmaciones que ella capturó, tomavistas en mano, durante el rodaje. Un caso excepcional, ya que Varda evitaba, por pudor y respeto, llevar un registro visual de lo que ocurría entre bastidores, cuando su marido creaba una película. Gracias a esa falta podemos espiar el método de este director, incluso algo más importante: su relación con sus actores. Un trato fundado en la amistad y confianza, propio de quien es consciente de que el resultado final depende de esas personas, que sin ellas jamás llegaría a buen puerto. Esta actitud está en clara oposición con la imagen del genio tiránico, en posesión única de la verdad, obligado a imponerla, de forma que la violencia la haga realidad, sobre quienes están por debajo de él intelectualmente, incapaces aún de entender su visiones. Mito romántico que tanto daño ha hecho en las artes colectivas.
Una mirada retrospectiva, las de estas filmaciones rescatadas, que tampoco se queda en la mera rememoración y reconstrucción. Adopta, de manera consciente, un tono elegíaco, ya que entre las personas que vemos en pantalla -en su juventud de hace veinticinco años- hay varios ausentes. Demy, obvio, el primero, pero también Françoise Dorleac, la hermana de Catherine Deneuve, actriz tan capaz como ésta, pero muerta ese mismo año de 1967, con apenas un par de grandes películas en su haber. Ausencias que siguen pesando de manera abrumadora sobre los supervivientes, la de Jacques sobre Agnès, la de Françoise sobre Catherine. En especial sobre esta última, puesto que el rodaje de Les demoiselles de Rochefort había servido para que ambas hermanas se reecontrasen, reanudando su amistad, devolviéndoles sus juegos y su intimidad de cuando niñas.
No obstante, a pesar de tantos buenos elementos, no creo que el conjunto acabe de ligar. Algo falta. A pesar de mi admiración por Les demoiselles de Rochefort, por sus creadores e intérpretes, por la propia Varda, Les demoiselles ont eu 25 ans me resulta plana, desprovista de emoción.
Una auténtica pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario