Or had it really worked? Hancock, like Sykes, Caldwell, and every other Union general that afternoon, managed to shore up Dan Sickles' misbegotten line along the Emminsburg Road by robbing divisions and brigades from anyone not under immediate pressure and sending them to suffocate the emergencies breaking out in place after place from Devil's Den to Plum Run. But there was going to come a moment when some part of the Union defenses was going to find itself so denuded by emergencies elsewhere that it would have nothing left for its own defense and nowhere to borrow more. Hancock had bled his own corps -ten infantry brigades when the day began- down to exactly three, which only about 1400 men. The would have to face over 4200 Confederates, because the last brigades of Richard Henson Anderson's division were stepping out into the lengthening shadows and moving forward, on a line pointed straight at a small woodlot where the last bits of the 2nd Corps readied themselves for what was already looking lile the Army of the Potomac's Götterdämmerung.
Allen C. Guelzo. Gettysburg, the last invasion
Pero, ¿había funcionado? Hancock, como Sykes, Caldwell y todo general de la unión durante esta tarde, se las arreglaron para apuntalar la mala posición de Dan Sickles a lo largo de Emminsbiurg Road, pero sólo arrebatando divisiones y brigadas de cualquier zona que no estuviera bajo presión directa, para así enviarlas a apagar las emergencias que surgían de un lugar a otro, de Devil's Run a Plum Run. Sin embargo, llegaría un momento en el que algún punto de las defensas de la unión se encontraría tan desprovista, debido a las emergencias en otras áreas, que no tendría con qué defenderse ni donde acudir para buscar refuerzos. Hancock había sangrado su propio cuerpo -compuesto por diez brigadas de infantería al comienzo del día- hasta quedarse sólo con tres, que contaban en total unos 1400 hombres. Estas fuerzas tendrían que hacer frente a 4200 confederados, porque las últimas brigadas de la divisíon de Richard Henson Anderson, estaban saliendo de las sombras y comenzando a avanzar, siguiendo una línea que apuntaba a un pequeño bosquecillo, donde los restos del 2º Cuerpo se estaban preparando para lo que parecía iba a ser el Ocaso de los dioses del ejército del Potomac.
Por casualidad, llegué a este magnífico libro de Allen C. Guelzo, donde se narran, con un detalle rayano en la obsesión, los tres días de la batalla de Gettysburg en 1863. Lo más llamativo, y encomiable, del libro es como su autor se esfuerza en despejar las impresiones erróneas que se suelen asociar con esta batalla de la Guerra Civil americana. Originadas, en su mayoría, del hecho de que su relato se ha transmitido se ha realizado en forma resumida, como punto culminante de una sangrienta guerra civil que queda simbolizada en uno o dos detalles llamativos: en concreto, la carga suicida de la brigada Pickett -en realidad, una división- con la que terminaron los combates. A esa escena épica, con la última carga confederada parada en seco y aniquilada por el fuego cruzado de las posiciones de la Unión, se añadían dos conclusiones: su carácter de batalla decisiva y su condición de batalla decidida antes incluso de haberse producido el primer disparo.
Por el contrario, Guelzo pone de manifiesto una realidad que se suele ocultar en las popularizaciones de grandes campañas y batallas, pero que es evidente a poco que se rasque: en los combates, el azar es decisivo. No pocas veces, operaciones preparadas con el mayor detalle han fracasado al estrellarse contra lo imprevisto, mientras que, por el contrario, la improvisación se las ha bastado para ganar el día, simplemente por convertirse en el proverbial grano de arena que atasca un mecanismo preciso. Ese es precisamente el caso de Gettysburg, durante tres días, una y otra vez, los confederados estuvieron a punto de quebrar la resistencia del ejército de la unión, pero de igual manera, éste último encontraba siempre un regimiento o una brigada con la que a rechazar al enemigo, justo cuando éste comenzaba a encontrarse falto de aliento.
El libro de Guelzo sirve también de introducción a los difíciles equilibrios políticos y militares que el presidente Abraham Lincoln tenía que afrontar. Unas dificultades conocidas por Lee, el comandante supremo enemigo, quien buscaba aprovecharlas para forzar una salida negociada a la guerra donde la Confederación obtuviese la independencia o al menos una vuelta al status quo ante respecto a la esclavitud en los estados del sur. El plan de Lee era así muy sencillo, utilizar el ejército del Norte de Virginia para realizar invasiones periódicas de la Unión, con el objetivo de forzar a su oponente, el ejército del Potomac, a una batalla de aniquilación. Esa derrota dejaría inerme al bando de la Unión y, con toda probabilidad, provocaría la caída de la administración Lincoln. Esto último no era una falsa esperanza, puesto que en la Unión había personalidades muy importantes -entre ellos, el comandante del propio ejército del Potomac, MacClellan- que abogaban por la reconciliación con el sur, incluso en las condiciones de antes del conflicto, y no se hallaban muy a gusto con la radicalización, forzada por la guerra, de la administración Lincoln en lo referente a la libertad de los negros.
La campaña que llevó a Gettysburg, por tanto, pretendía pillar por sorpresa al ejército del Potomac, forzarle a ponerse en movimiento para impedir la progresión de las tropas confederadas en territorio de la Unión, e ir eliminando cuerpo tras cuerpo mientras estaban en movimento por separado. Ese intento no pudo empezar con mejores auspicios. No sólo el ejército del Norte de Virginia consiguió zafarse de la vigilancia del ejército del Potomac y entrar en la Unión por sorpresa, sino que McClellan, su comandante, acababa de ser relevado fulminantente. Su sucesor Meade, se caracterizaba por su falta de audacia, casi pusilanimidad, de manera que su estrategia se reducía a buscar una posición de bloqueo, bien defendida, que impidiese la marcha de Lee hacia Washington. Por supuesto, con los confederados saqueando Penssilvania y Maryland, Lincoln pronto habría dado la orden de ir en su búsqueda, lo que habría otorgado a Lee la oportunidad que deseaba.
Es en este punto cuando comienza la comedia de los errores que causará la derrota final de Lee. Durante varios días, Lee y Meade parecieron actuar el uno al margen del otro. El general confederado, avanzando hacia el interior de la Unión, en espera de que su hinólogo federal se lanzase en pos de él. Meade, concentrando sus tropas en las posiciones donde esperaba resistir el asalto de Lee. Fue entonces cuando la insoburdinación del general Reynolds llevó a que comenzase la batalla de Gettysburg, sin que Meade ni Lee planeasen enfrentarse en ese lugar. En vez de dirigir su cuerpo hacia las posiciones donde le esperaba Meade, Reynolds lo desplegó en las afueras de Gettysburg, justo en la línea de avance de las divisiones confederadas.
Reynolds moriría al poco de comenzar el combate, pero sus tropas resistieron buena parte de la mañana, antes de ser rotas por el impulso confederado. A pesar de ese desastre, su intervención cambio el rumbo de la campaña. Tanto confederados como unionistas enviaron peticiones de ayuda a sus respectivos superiores, quienes tuvieron que enviar tropas de refuerzo a regañadientes. Gettysburg se convirtió en un imán para ambos ejércitos, que se concentraron allí de forma desordenada e incompleta -las últimas unidades federales, por ejemplo, no aparecieron hasta el tercer día-. Era la batalla que Lee deseaba, solo que él tampoco podía contar con el peso completo de sus tropas para aniquilar cuerpo tras cuerpo federal aislado y al descubierto.
El primer día, no obstante, acabó con un éxito completo para los confederados, Habían aniquilado dos cuerpos federales, tomado Gettysburg, y contaban con poder eliminar otros dos más al día siguiente. Sin embargo, la resistencia federal al inicio del día había impedido que tomasen las alturas al sur de Gettysburg -la famosa Cemetery Hill-, desde la que la artillería de la unión podía segar cualquier avance confederado al descubierto. Como consecuencia, al día siguiente las tropas confederadas se verían obligadas a realizar una difícil maniobra: marchar, describiendo un círculo, alrededor de las posiciones federales, para golpear al sur de éstas, justo en el espacio vacío donde estaban sus líneas de comunicación.
De nuevo el azar. La marcha, por caminos secundarios, tomó más tiempo del previsto, por lo que el ataque no se pudo lanzar hasta la tarde. Por otra parte, en vez de encontrar un frente libre de soldados enemigos, los condeferados descubrieron con horror que las líneas de la unión les cerraban el paso. Aún así, a esas alturas de la guerra, los federales siempre solían ceder un instante antes de que los confederados perdiesen el aliento, por lo que los primeros ataques tuvieron éxito y rompieron las líneas enemigas. El plan de Lee iba a tener éxito, si no fuera por que en en el flanco de su avance cruzaban perpendicularmente las líneas de comunicación enemigas. Por ellas, iban llegando nuevas unidades, que sin casi coordinación, fueron arrojadas contra los confederados victoriosos, quebrando su ataque. Durante horas, la batalla no fue más que una confusa melée, en la que todo triunfo confederado era negado por la aparición de una nueva unidad federal. Aun así, al caer el día, las tropas de la unión estaban agotadas, al borde del desastre, de lo que sólo les salvó la caída de la noche. El retraso matutino de los confederados les había robado la hora extra que necesitaban para obtener la victoria.
El último día es el más famoso, por la carga de la bivisión Pickett. Lee había decido jugarse el todo por el todo, lanzando al ataque todas sus unidades aún intactas. Pensando que el ejército de la Unión estaban quebrantado, planeó un ataque frontal contra el centro del despligue unionista. Sin embargo, ese punto había sido reforzado con las tropas de refresco que seguían afluyendo por las líneas de comunicación, al tiempo que la posición federal era especialmente apta para la defensa: en un alto, cortado su acceso por zanjas y caminos perpendiculares al avance confederado, con el grueso de la artillería federal desplegada en lo alto. Los confederados, por su parte, estaban agotados tras dos días de combates infructuosos, lo que explica que su avance se desviara de los objetivos previstos -dirigiéndose por error hacia a las áreas más fuertes del despliegue unionistas- y algunas unidades se mezclaran con las otras. La cadencia del avance se enlentenció, lo que les colocó durante más tiempo en la zona batida por cañones y fusiles, reduciendo su fuerza y arrojo.
El resultado fue una matanza, aunque en ciertos puntos hubo unidades que consiguieron cruzar las líneas federales. No obstante, el resultado final estaba claro, ambos contendientes eran incapaces de realizar ninguna acción ofensiva más, así que al ejército del Norte de Virginia no le quedaba otra solución que retirarse y volver a sus bases. Ése y no otro fue el gran logro de la batalla de Gettysburg: desde ese instante los confederados no intentarían nuevas ofensivas contra el norte, quedando reducidos a mera fuerza defensiva del Sur.
Batalla decisiva, sí, pero en sólo en parte. Aunque el resto de la guerra no fue más que una larga agonía, llevó casi dos años -e incontables muertos- quebrar la resistencia confederada. Sin olvidar que esa victoria no fue ganada por los generales federales, sino por una sucesión de pequeños golpes de suerte y de errores confederados.
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