Parmi les légendes qui encombrent la perception de la Séconde Guèrre Mondiale, il en est une qui tient un place à part par sa radicalité: en déclenchant l'opération Barbarrosa, le 22 juin 1941, Hitler n'aurait fait que avancer de quelques jours une offensive soviétique. On peut à bon droit qualifier cette thèse de révisionniste dans la mesure où elle renverse le jugement commun sur une des événements les plus importants du XXième siècle. Jugement que est à prendre au sens juridique. Le tribunal militaire international de Nuremberg a en effet reconnu coupables «de complot et de crime contre la paix» -notamment d'agression préméditée contre l'URSS- le Reichsmarshall Goering, le field-marshall Keitel et le general Jodl, principaux conseillers militaires d'Hitler, ainsi que Joachim von Ribentropp, ministre des Affaires étrangères, pour ne parle que d'eux. Les trois juges occidentaux de Nuremberg auraient-ils été abusés par leur collège soviétique, le major géneral Iona Natchenko? Goering, Keitel, Jodl et Ribentrop auraient-ils dit la vérité en répétant jusqu'au bout que le IIIième Reich se trouvait en état de légitime défense face à l'URSS? L'Armée Rouge s'apprêtait-il à marcher sur Berlin? «L'attaque perfide, prédatrice, et parjure» contre une Union Soviétique pacifique ne serait-il qu'un mensonge stalinien masquant des intentions délibérément agressives?
Los mitos de la Segunda Guerra Mundial, dirigido por Jean Lopez y Olivier Wievorka
Entre las leyendas que impiden una correcta percepción de la Segunda Guerra Mundial hay una que tiene un lugar especial debido a su radicalismo: al lanzar la operación Barbarroja, el 22 de junio de 1941, Hitler sólo se habría adelantado unos días a una ofensiva soviética. Se puede, con justicia, calificar esta teoría de revisionista, en la medida en que pone del revés el juicio habitual sobre uno de los hechos más importantes del siglo XX. Un juicio que hay que entender en sentido jurídico. El tribunal militar internacional de Nuremberg ha considerado culpables, en efecto, de «conspiración y crimen contra la paz» -en especial de agresión premeditada contra la URSS- al Reichsmarshall Goering, al mariscal de campo Keitel y al general Jodel, principales consejeros militares de Hitler, así como a Joachim von Ribentrop, ministro de asuntos exteriores, por no citar a otros. ¿Se habría aprovechado el juez soviético, el teniente general Yona Natchengo de sus colegas occidentales en Nuremberg? ¿Estarían diciendo la verdad Goering, Keitel, Jodel y Ribentrop cuando repetían, hasta el fin, que el Tercer Reich había actuado en legítima defensa contra la URSS? ¿Se disponía el Ejército Rojo a marchar contra Berlín? ¿ No sería ese «ataque pérfido, predatorio y perjuro» contra una Unión Soviética pacífica más que una mentira estalinista que enmascaraba unas intenciones deliberadamente agresivas?
He descubierto los libros del historiador francés Jean Lopez por pura casualidad, que debo calificar de afortunada. Dado mi interés, desde que era un adolescente, por la Segunda Guerra Mundial, me ha venido muy bien revisar lo que ya conocía, a la luz del conocimiento nuevo acumulado en estas décadas. En ese aspecto, les diré que el modo de hacer historia de Lopez poco tiene que ver con el de Hastings o el de Beevor. Estos pecan, demasiado a menudo, de perderse en la anécdota, de escribir novelas con referentes reales, sin reparar en la "big picture", el porqué de las cosas. Ese enfoque explica su gran éxito entre el público, pero no evita que sus libros pequen de cierta superficialidad, incluso de tendenciosidad.
Lopez, por su parte, se halla en el otro extremo. Si bien no le importa bajar a la anécdota, recoger en sus libros el testimonio de los olvidados anónimos, esto no es mera ilustración, sino que tiene una clara intencionalidad: utilizar esos testimonios, esos casos particulares, para hacer visible el auténtico carácter del conflicto. Es lo que ocurre en estos mitos de la Segunda Guerra Mundial, en donde se intenta disipar una serie de errores, de lugares comunes, que muchos aficionados consideran como certezas, convertidas en símbolos del conflicto. Es ahí donde esos casos de estudio pueden ayudar a corregir nuestra visión, mejor dicho, a limpiarla de tantas impurezas como han venido acumulándose. Sin embargo, no voy a enfocar esta entrada a comentar esos mitos -como el muy reciente del ataque preventivo a la URSS-, sino a esbozar como esos mitos han llegado a ser.
Lopez, por su parte, se halla en el otro extremo. Si bien no le importa bajar a la anécdota, recoger en sus libros el testimonio de los olvidados anónimos, esto no es mera ilustración, sino que tiene una clara intencionalidad: utilizar esos testimonios, esos casos particulares, para hacer visible el auténtico carácter del conflicto. Es lo que ocurre en estos mitos de la Segunda Guerra Mundial, en donde se intenta disipar una serie de errores, de lugares comunes, que muchos aficionados consideran como certezas, convertidas en símbolos del conflicto. Es ahí donde esos casos de estudio pueden ayudar a corregir nuestra visión, mejor dicho, a limpiarla de tantas impurezas como han venido acumulándose. Sin embargo, no voy a enfocar esta entrada a comentar esos mitos -como el muy reciente del ataque preventivo a la URSS-, sino a esbozar como esos mitos han llegado a ser.
Es revelador darse cuenta que la inmensa mayoría de esos mitos no son recientes, sino que se remontan al mismo conflicto o las décadas inmediatamente posteriores. Se explica así su pervivencia, ya que se asocian con la experiencia de quienes vivieron y por tanto se suponen verídicos. Ese es un primer error, ya que toda versión es interesada, o al menos sesgada. Así, un primer grupo de mitos provienen, ni más ni menos, de antiguos militares nazis. No de aquéllos que fueron condenados, sino de los muchos que se las arreglaron para proseguir sus carreras en la nueva Bundeswehr o, incluso, en la mismísima OTAN. La base principal de esos mitos es la disocaciación, por ejemplo, entre un partido nazi malo y una Wehrmach buena, que no colaboró en los crímenes de nazismo, sólo se ocupó de materias profesionales e incluso participó, aunque tardíamente, en la resistencia.
Abolir esa versión, en la que el pasado nazi de Alemania quedaba enterrado, restringido a unos pocos fanáticos, llevó muchas décadas y sólo se completó hasta finales del siglo XX, cuando los protagonistas ya habían muerto. Se demostró entonces que los supuestos profesionales de la Wehrmacht no habían tenido reparos en ayudar al exterminio de civiles, por ejemplo durante la campaña de Rusia. Sin embargo, otros aspectos habían quedado tan inculcados en la conciencia popular que seguían considerándose verdades indiscutibles. Tal era el caso de la derrota en Rusia achacada al general invierno, las hordas inagotables de soldados soviéticos o a una especie de salvajismo asiático que les permitía soportar cualquier castigo. En especial, aquéllos que hubieran dado al traste con un ejército civilizado occidental, como el nazi.
En realidad, no eran más que excusas convenientes para disimular lo inconfesable. Si el Ejército Rojo pudo derrotar a la Wehrmacht es porque aprendió a ser mejor que su oponente, tanto en producción de armas, como en su uso y en su doctrina estratégica. El ejército alemán, desde mediados del año 43, dejo de ser rival para el soviético, que podía infligirle derrotas cataclísmicas donde y cuando quisiera. Esa racionalización de la derrota, por la que ésta no se produce sino por una superioridad aplastante, incontestable, no es privativa de los militares nazis, sino que se extiende también a los aliados. La segunda categoría de mitos, precisamente, proviene de los estos, como medio de disculpar sus desastres inapelables en la primera mitad del conflicto.
El más famoso es el mito de la Blitzkrieg, o guerra relámpago, según el cual la derrota de Francia se debió a la cooperación entre blindados, aviación e infantería motorizada, utilizada por primera vez en la historia, y en toda su extensión, por el ejército alemán. Una apisonadora blindada habría avanzado sin tregua por el norte de Francia, sin dar espacio para que el ejército francés reaccionara. Sin embargo, lo cierto es que la Blitzkrieg funcionó casi por casualidad y, sorpresa, en contra de las órdenes de los mandos superiores de la Wehrmacht. Éstos, como sus homólogos franceses, seguían viviendo en el mundo mental de la primera Guerra Mundial. Tenían miedo a que sus fuerzas se viesen contenida, rodeadas y aniquiladas por una reacción repentina del enemigo. Tenían el útil para obrar la victoria, pero no la audacia para utilizarlo. Si al final la operación tuvo un éxito fulgurante, se debió a una serie de insubordinaciones por parte de los mandos inferiores y a que los franceses e ingleses, a pesar de contar con más material y mejor que los alemanes, reaccionaron con más timidez y descoordinación que sus adversarios. La Blitzkrieg, como doctrina asumida, no sería así un rasgo de la campaña de Francia en 1940, sino de la de Rusia de 1941.
Queda un último grupo de mitos, los más recientes y peligrosos, que se pueden definir como revisionistas. No sólo los muchos negacionistas del holocausto, sino los que intentan demostrar que la Alemania nazi no era una potencia agresiva, sino que siempre actúo en legítima defensa. ambos producto y causa del auge de la extrema derecha europea. Es el caso del ataque a la URSS, que se ha querido ver, por parte de algunos, como una acción preventiva contra una inminente invasión rusa. Para confundirlo todo, la apertura de los archivos soviéticos ha traído a la luz planes soviéticos de contigencia para una invasión de Alemania, órdenes que indicaban movimientos de tropas hacia la frontera germanosoviética en la primavera de 1941 o el registro del altercado que tuvieron Zukov y Timoshenko con Stalin, al proponer, precisamente un ataque preventivo contra la Alemania Nazi.
Sin embargo, aquí se olvida la secuencia. Los planes de contingencia son sólo eso. Tanto Stalin como Hitler, a pesar del pacto de no agresión germanosoviético, sabían que se llegaría, más pronto que tarde, a un enfrentamiento armado entre la URSS y el régimen nazi. En ese sentido, y dados los problemas del Ejército Rojo debido a las purgas del 37, los planes soviéticos ni siquiera tenían rango ofensivo, sino que buscaban parar el ataque alemán, para luego contraatacar hacia el interior de Alemania. Fue precisamente la puesta en práctica de esos planes, tras el ataque alemán, la que contribuyó a incrementar el desastre, puesto que los contraataques soviéticos fueron deshechos por las unidades alemanes, mas experimentadas y audaces.
Por otra parte, los movimientos de tropas soviéicos hacia la frontera se producen un poco antes de que se lance la operación barbarroja, en respuesta a la ingente acumulación de fuerzas militares nazis. De nuevo, en aplicación de esa doctrina de parar el golpe y contraatacar que tan cara le saldría al Ejército Rojo en las primeras semanas de la guerra. Por último, la propuesta de Zukov y Timoshenko es de nuevo en respuesta al despliegue nazi fue rechazada vehemente por Stalin, quien lo consideraba un farol de Hitler para arrancarle mejores condiciones económicas. De hecho, si Stalin hubiera cedido y autorizado lo que le proponían, el desastre habría adquirido consecuencias aún más calamitosas. El Ejército Rojo, sencillamente, no estaba preparado para una ofensiva de tal envergadura.
Abolir esa versión, en la que el pasado nazi de Alemania quedaba enterrado, restringido a unos pocos fanáticos, llevó muchas décadas y sólo se completó hasta finales del siglo XX, cuando los protagonistas ya habían muerto. Se demostró entonces que los supuestos profesionales de la Wehrmacht no habían tenido reparos en ayudar al exterminio de civiles, por ejemplo durante la campaña de Rusia. Sin embargo, otros aspectos habían quedado tan inculcados en la conciencia popular que seguían considerándose verdades indiscutibles. Tal era el caso de la derrota en Rusia achacada al general invierno, las hordas inagotables de soldados soviéticos o a una especie de salvajismo asiático que les permitía soportar cualquier castigo. En especial, aquéllos que hubieran dado al traste con un ejército civilizado occidental, como el nazi.
En realidad, no eran más que excusas convenientes para disimular lo inconfesable. Si el Ejército Rojo pudo derrotar a la Wehrmacht es porque aprendió a ser mejor que su oponente, tanto en producción de armas, como en su uso y en su doctrina estratégica. El ejército alemán, desde mediados del año 43, dejo de ser rival para el soviético, que podía infligirle derrotas cataclísmicas donde y cuando quisiera. Esa racionalización de la derrota, por la que ésta no se produce sino por una superioridad aplastante, incontestable, no es privativa de los militares nazis, sino que se extiende también a los aliados. La segunda categoría de mitos, precisamente, proviene de los estos, como medio de disculpar sus desastres inapelables en la primera mitad del conflicto.
El más famoso es el mito de la Blitzkrieg, o guerra relámpago, según el cual la derrota de Francia se debió a la cooperación entre blindados, aviación e infantería motorizada, utilizada por primera vez en la historia, y en toda su extensión, por el ejército alemán. Una apisonadora blindada habría avanzado sin tregua por el norte de Francia, sin dar espacio para que el ejército francés reaccionara. Sin embargo, lo cierto es que la Blitzkrieg funcionó casi por casualidad y, sorpresa, en contra de las órdenes de los mandos superiores de la Wehrmacht. Éstos, como sus homólogos franceses, seguían viviendo en el mundo mental de la primera Guerra Mundial. Tenían miedo a que sus fuerzas se viesen contenida, rodeadas y aniquiladas por una reacción repentina del enemigo. Tenían el útil para obrar la victoria, pero no la audacia para utilizarlo. Si al final la operación tuvo un éxito fulgurante, se debió a una serie de insubordinaciones por parte de los mandos inferiores y a que los franceses e ingleses, a pesar de contar con más material y mejor que los alemanes, reaccionaron con más timidez y descoordinación que sus adversarios. La Blitzkrieg, como doctrina asumida, no sería así un rasgo de la campaña de Francia en 1940, sino de la de Rusia de 1941.
Queda un último grupo de mitos, los más recientes y peligrosos, que se pueden definir como revisionistas. No sólo los muchos negacionistas del holocausto, sino los que intentan demostrar que la Alemania nazi no era una potencia agresiva, sino que siempre actúo en legítima defensa. ambos producto y causa del auge de la extrema derecha europea. Es el caso del ataque a la URSS, que se ha querido ver, por parte de algunos, como una acción preventiva contra una inminente invasión rusa. Para confundirlo todo, la apertura de los archivos soviéticos ha traído a la luz planes soviéticos de contigencia para una invasión de Alemania, órdenes que indicaban movimientos de tropas hacia la frontera germanosoviética en la primavera de 1941 o el registro del altercado que tuvieron Zukov y Timoshenko con Stalin, al proponer, precisamente un ataque preventivo contra la Alemania Nazi.
Sin embargo, aquí se olvida la secuencia. Los planes de contingencia son sólo eso. Tanto Stalin como Hitler, a pesar del pacto de no agresión germanosoviético, sabían que se llegaría, más pronto que tarde, a un enfrentamiento armado entre la URSS y el régimen nazi. En ese sentido, y dados los problemas del Ejército Rojo debido a las purgas del 37, los planes soviéticos ni siquiera tenían rango ofensivo, sino que buscaban parar el ataque alemán, para luego contraatacar hacia el interior de Alemania. Fue precisamente la puesta en práctica de esos planes, tras el ataque alemán, la que contribuyó a incrementar el desastre, puesto que los contraataques soviéticos fueron deshechos por las unidades alemanes, mas experimentadas y audaces.
Por otra parte, los movimientos de tropas soviéicos hacia la frontera se producen un poco antes de que se lance la operación barbarroja, en respuesta a la ingente acumulación de fuerzas militares nazis. De nuevo, en aplicación de esa doctrina de parar el golpe y contraatacar que tan cara le saldría al Ejército Rojo en las primeras semanas de la guerra. Por último, la propuesta de Zukov y Timoshenko es de nuevo en respuesta al despliegue nazi fue rechazada vehemente por Stalin, quien lo consideraba un farol de Hitler para arrancarle mejores condiciones económicas. De hecho, si Stalin hubiera cedido y autorizado lo que le proponían, el desastre habría adquirido consecuencias aún más calamitosas. El Ejército Rojo, sencillamente, no estaba preparado para una ofensiva de tal envergadura.
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