Hace ya más de una década, la animadora norteamericana Nina Paley se granjeo fama mundiakl, al menos entre los aficionados a la animación, con la su largometraje Sita sings the Blues (Sita canta blues, 2008). Se trataba de una adaptación muy libre e idiosincrática del Ramayana, donde un grupo de amigos hindúes intentaban recordar de qué iba ese mito, con el giro adicional de que el punto de vista no era el de Rama, auténtico héroe de la historia, sino el de su esposa y enamorada Sita. Desde un punto de vista estético, Paley sabía sortear a maravilla las limitaciones de la animación en flash - fácil y barata, pero tosca y estática-, además de utilizar con gran habilidad una banda sonora compuesta por canciones de los felices años veinte, de extraña pertinencia para una historia compuesta milenios antes y perteneciente a otro ámbito cultural y religioso. Este audacia, resuelta con evidente soltura, se convirtió, no obstante, en el obstáculo principal a la hora de distribuir la obra final. Los herederos de Annette Hanshaw, la interprete de las canciones interpusieron una demanda en concepto de derechos de autor, que Paley no podía abonar y que se resolvió sólo con graves dificultades, pasado largo tiempo.
Durante los años siguientes, Paley fue ofreciendo, vía la plataforma vimeo, escenas aisladas de lo que iba a ser su segundo filme: Seder-Masochism, finalmente aparecido en 2018. A pesar de la maestría de algunas de ellas, como este This is my land, tengo que confesarles que el largo periodo de gestación de la película me había llevado a olvidar su existencia. Ha sido hace escasos días que la ha vuelto a descubrir, por casualidad, con la agradable sorpresa de que la autora permite su descarga gratis. Algo que no es de extrañar, viniendo de una defensoras del concepto de copying is not theft (copiar no es robar). Pues bien, tras haberme apresurado a verla, tengo que decirles que no me ha defraudado. Mejor dicho, me ha entusiasmado. Es mucho mejor que Sita sings the blues, cuyas lecciones ha aprendido, profundizado y mejorado.
¿De qué va Seder-Masochism? Al igual que en Sita, en este film Paley toma un mito religioso y lo reelabora en forma de musical, narrándolo con un cierto desapego postmoderno. Lo importante, en este caso, es que no se trata de un relato que pueda parecernos lejano, al menos para un espectador occidental, sino de un hecho central para tres religiones que, para bien o para mal, forman parte de nuestro substrato cultural: el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam.Fes cuyos conflictos tiñen, mediatiza y definen nuestras divisorias políticas, a pesar del laicismo del que Occidente se precia. Con lo que Paley se atreve es, ni más ni menos, con el relato del Éxodo y el profeta Moises, donde la más mínima desviación del relato canónico puede levantar ampollas entre los creyentes de cualquiera de esas fes, más aún en un tiempo en que el estar ofendido se ha convertido en una seña de identidad. De ésas que justifican represalias violentas ante cualquier desaire, por mínimo e imaginario que éste sea.
Paley, vaya esto por delante, es de ascendencia judía, lo que le permite reírse de su propia de y facilita, al mismo tiempo, que conozca el mito en sus detalles más nimios, incluyendo rituales y festivales con que se celebra en esa religión, mientras que lo describe y reescribe con sangrienta ironía. El tono, por tanto, no es celebratorio, sino la constatación de una injusticia histórica -casi podríamos decir pecado original- en el que un sentimiento religioso politeísta, basado en la adoración de la diosa madre, origen y protectora de todos los humanos, fue substituido por un monoteísmo patriarcal y autoritario, en donde la menor falta era castigada con el mayor de los rigores. Se justificaban así las mayores atrocidades en nombre de la fe y del amor divino, sean éstas la opresión de los palestinos en su propia tierra por parte del estado de Israel o los atentados del 11S y la destrucción de los yacimientos arqueológicos de Mesopotamia por el ISIS/DAESH.
Personalmente, aunque soy un ateo, si tuviera que creer me sentiría más a gusto en un politeísmo matriarcal, donde pudiera consagrarme al culto de Isis -qué ironía que el califato islámico de Levante utilizase esas mismas siglas-, Innana, Ishtar, Astarté, Tanit o la misma Afrodita. Sin embargo, a pesar de este trasfondo político, con connotaciones trágicas, no hay que pensar que la reescritura de Paley sea plúmbea, solemne o pretenciosa. Como en Sita, el uso de Flash -complementado con CGI y animación fotográma a fotograma- le da un carácter jocoso y revoltoso, como corresponde a un relato tan lejano, sin conexión con hecho real alguno. Un tono subrayado -de nuevo al igual que en Sita- por una banda sonora formada exclusivamente por canciones populares, sean estas jazz, pop, rock o folklore judío, utilizadas para complementar y potenciar las imágenes de Seder-Masochism. Hacerlas decir no sólo lo que Paley quiere que escuchemos, sino lo más apropiado a lo que vemos y al momento de la narración.
Una variedad de fuentes musicales, de múltiples épocas y orígenes, que se continúa también en lo visual. En ese aspecto Paley es capaz de citar con pertinencia -y asímismo de animar- pinturas rupestres, frescos egipcios, relieves mesopotámicos, cuadros renacentistas, bordados populares judíos, sin que ningún momento el resultado final parezca un pastiche, un amasijo de elementos discordantes, ni se pierda su estilo propio y personal.
Y más importante aun, sin que se pierda la agudeza y el tino de la crítica política/religiosa.
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