Entre esas paradojas que hacen de Neon Genesis Evangelion (1995, Hideaki Anno) una serie única, está el hecho de contar con dos finales: el de la propia serie y el de la película que la continuo. Lo distintivo, sin embargo, no está en esa duplicación de conclusiones, sino en que ambas son, a un tiempo, complementarias y contradictorias. Lo que se nos muestra en The End of Evangelion (1996, Hideaki Anno) ocurre en la misma unidad temporal que los dos episodios finales de la serie, 25 y 26, y viene a narrar, en apariencia, una misma secuencia de sucesos. En apariencia, repito, porque la película no es un recontar esa conclusión con un presupuesto más holgado, añadiendo una animación de mejor calidad, ni un rellenar los huecos de la narración original con secuencias explicativas y nuevas peripecias. En su acabado final, ambas soluciones son casi irreconciliables, fuera de algunas alusiones mutuas y unos temas comunes, entre ellas y con toda la serie. De hecho, podría decirse que la resolución del conflicto del protagonista es opuesta entre ambas, pesimista en una, optimista en la otra, con todas las salvedades que el concepto de optimismo pueda tener en Evangelion.
Para embrollarlo aun más todo, la conclusión de la serie original había desorientado e irritado a los seguidores, al atreverse con unas dosis de abstracción, simbolismo y densidad conceptual nunca vistas antes en el anime, nunca repetidas después, rechazo y decepción que The End of Evangelion vino a enconar. En su recorrido, la película se embarcaba en una espiral imparable de destrucción, interna y externa, de la que ningún personaje conseguía escapar, para luego desembocar en una conclusión final -y una coda/epílogo- tan abstracta, enigmática e indescifrable como la de los dos episodios finales de la serie. Dudo que algún espectador saliese con alguna idea clara tras el visionado, aparte de constatar que Anno se había reído, quizás vengado, de toda la audiencia. Incluso ahora, veinticinco años después, con las serie convertida en una franquicia multiformato, muchos aspectos siguen siendo tan refractarios como entonces. Motivo de debates interminables, sin resolución posible.
¿Quiere decir esto que The End of Evangelion sea una mala película? ¿Que nos encontremos ante un fenómeno tipo Lost, en donde los guionistas jugaron al órdago perpetuo de farol con la audiencia? En absoluto. Como ya les indiqué, el final de la serie y la película comparten el mismo ámbito temático e ideológico, del que constituyen versiones distintas, tan opuestas que casi podría decirse realizadas por manos distintas. En todo momento es visible un afán por plasmar lo mismo, lo ya dicho, apuntado e insinuado, de otra manera nueva, que se espera sea más apropiada, más fiel al contenido y el sentimiento subyacentes. Ambas versiones quedan así ligadas de forma indisoluble, a pesar de sus muchas diferencias. La misma pasión, el mismo atrevimiento recorre a los dos finales, sin que pueda decirse que uno es inferior al otro, que uno deba ser preterido o desechado. Ambos son imprescindibles si se quiere entender Evangelion.
¿Qué tiene de distinto, entonces, The End of Evangelion? En primer lugar el ser, en apariencia y en inicio, mucho más diáfana que su correlato en la serie. Al menos los primeros 45 minutos se pueden seguir con facilidad, al tiempo que contiene algunas secuencias animadas del anime, como las de combate de Asuka, auténticos logros irrepetibles incluso en nuestros tiempos actuales de ordenador. Esto no quiere decir que lo fie todo a una mayor expresividad y dinamismo. Como todos los animes clásicos, sabe cuando debe aquietarse, incluso congelarse, para reforzar el sentimiento que pretende trasmitir. Un minimalismo en la plasmación del que Anno ya había demostrado su maestría durante la serie. Al tiempo, aunque diáfano, tampoco lo que se nos muestra es cristalino por entero. A medida que los acontecimientos se acumulan, escapan al control de los protagonistas, vuelven a introducirse los símbolos y enigmas de raigambre religiosa que trufaban la serie. Poco a poco, la película va tornándose más inhóspita narrativa y conceptualmente, adentrándose en el terreno de lo inexplicable.
Esa tendencia se desbordará en un segundo tramo. De repente, sin casi solución de continuidad, hemos sido arrastrados al territorio abstracto del final de la serie de la serie original. No por capricho, sino por que es la única manera rigurosa, coherente y convincente, de explicar lo inexplicable. La pantalla, por tanto, se llenará de una catarata de imágenes simbólicas, no todas racionalizables, ni siquiera visibles, reconocibles o identificables, que a pesar de su carácter refractario al entendimiento están imbuidas de una fuerza incontenible. Su impacto estriba en el carácter de sublimación de los conflictos de Anno en esa época. Se trata de problemas muy humanos, amor y sexualidad, aceptación y rechazo, cariño y odio, que tanto pueden elevar a una persona al más alto de los cielos, como precipitarle al más profundo de los abismos. Contradicción que se expresa, de forma paradójica, en el destino del personaje principal, cuya ascensión física al paraíso es hundimiento psíquico en los infiernos.
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