Como todos los domingos, continúo con mi revisión de la lista de cortos animados realizada por el misterioso profesor Beltesassar. Esta vez ha llegado el turno de Veter Vdol Berega (Viento en la costa) corto dirigido en 2003 por el animador ruso Ivan Maximov.
Ya les he contado varias veces del contrasentido que supuso la caída del comunismo para la animación de los países del este. Siempre amenazadas por la represión y la censura, desde finales de la década de 1950 las diferentes escuelas nacionales del ámbito soviético se las arreglaron para crear un corpus estético admirable, aún por superar. Aquellas regiones, sin exagerar, se erigieron como uno de los motores principales en la introducción y aceptación de la modernidad en la forma de la animación. Y todo ello a pesar de los obstáculos, de los muchos silencios forzados y de los varios exilios, internos y externos, que tuvieron que sufrir sus creadores.
Parecía, por tanto, que el fin del totalitarismo debería haber conducido a una explosión de creatividad, propiciada por la reconquista de la libertad perdida y ansiada. No fue así, por desgracia. En su lugar, durante la década de los noventa del siglo pasado, se pudo presenciar el desmoronamiento de estas escuelas animadas, una contracción que afectó tanto a las nuevas promesas como a los viejos maestros. La causa fue la desaparición de los estudios y de las subvenciones estatales, que dejaron a la animación sin fuentes de financiación. En el nuevo clima liberal, donde todo estaba subordinado a los caprichos del mercado, estaba claro que la animación independiente y experimental no tenía cabida, puesto que no proporcionaba pingues beneficios. Era evidente que Las medallas y los premios, el reconocimiento internacial no se podía "monetizar", como se dice ahora.
Si la catástrofe no fue completa se debió a la acción en solitario de algunos individuos que continuaron su labor contra viento y marea, protegiendo y transmitiendo el legado de la animación. En Rusia, esta misión fue desarrollada por el estudio Pilot, fundado en 1991 por Aleksandr Tatarskiy, Igor Kovalyov and Anatoliy Prokhorov, bajo cuya protección se pudo formar una nueva generación de animadores rusos, sin producirse una desconexión con la tradición y los logros del pasado. Uno de estos artistas nuevos, cuya obra pudo crecer en el invernadero de ese estudio, fue Ivan Maximov. Su corto Veter Vdol Berega es el objeto de esta entrada, y de él ya habíamos comentado su Bolero, en una ocasión anterior.
Cualquiera de los dos cortos, y en general toda la obra de Maximov, hubiera sido impensable en un ambiente de competición plena. Ninguno está destinado al gran público, sino a una minoría que acepte el juego que este animador propone. Que tolere, en concreto, que a la finalización del corto, solo quede con una pila de enigmas irresolubles de los que no se sabe si constituyen realmente piezas de algún rompecabezas... o de varios mezclados. Porque eso, y no otra cosa, son los cortos de Máximov: visiones pasajeras de universos extraños cuya única ley es la arbitrariedad. Habitados por criaturas cuyas formas y acciones no se rigen por nuestras normas, pero que, sin embargo, parecen obedecer a una férrea racionalidad ulterior, aunque ésta sea desconocida, inalcanzable e incomprensible para nosotros.
Mundos fascinantes por su mismo enigma, cuyo propósito podría reducirse en ser plasmados, en ser representados de un forma coherente y convincente a pesar de su imposibilidad. En resolver el problema de su existencia, aunque sea por unos minutos y sobre la superficie de la pantalla.
No les entretengo más. Como siempre, les dejo aquí el corto. Disfrútenlo, aunque sólo sea por ser distinto a lo que vemos todos los días. A aquello bendecido por el sacrosanto mercado.
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